REFLEXIONES

Primer Domingo
de Adviento (b)




"Velad"

 

 

REFLEXIÓN - 1

"... PEREGRINOS, CAMINANTES, VAMOS HACIA TI"

Vamos hacia el Señor, que viene; hacia la "manifestación de nuestro Señor Jesucristo", que nos decía San Pablo en la segunda lectura.

Pero hay momentos en los que el camino se hace duro, sinuoso, cuesta arriba, entre nieblas y oscuridades.

Unas veces somos nosotros mismos la cuesta arriba, la niebla y la oscuridad: nuestros cansancios y desesperanzas, el lastre de nuestro egoísmo y pecado, el miedo a romper con ataduras que creemos que son las que nos dan la seguridad.

Otras veces el ambiente en el que vivimos hace que el camino del Señor se presente difícil ante otros caminos a los que se les ponen grandes nombres, que, a la hora de la verdad, no llevan donde dicen: "Camino de la libertad", "Camino del amor", "Camino de la vida"...

No faltan presiones de quienes ni creen, ni sienten, ni piensan como nosotros.

Y aun dentro de la Iglesia, entre los que caminamos juntos hacia la misma meta, hay deserciones, antitestimonios, pecados.

Por eso algunas veces tenemos la sensación de que Dios se despreocupa, de que nos ha dejado solos en medio del camino. Y nos sale de dentro el mismo grito de angustia del pueblo de Israel en la época en la que se escribió el tercer Isaías: "Ojalá rasgases el cielo y bajases". Y bajaste, porque eres nuestro Padre y Redentor.

Por eso, aunque el camino se ponga cuesta arriba y caigan las nieblas, no podemos perder la esperanza, pues Él mismo nos mantendrá firmes hasta el final.

Y como no sabemos cuándo será el encuentro con el Señor que viene y hacia el que vamos, hay que estar atentos, vigilantes, como el portero que espera la vuelta del amo.

Y mientras esperamos el encuentro, no podemos sentarnos en la cuneta, hay que caminar, hay que cumplir con la tarea que el Señor nos ha encomendado.

Si nos dejamos moldear por el Señor, como el barro en manos del alfarero, si apartamos nuestra vida del pecado, si nos abrimos al bien y a la verdad, se levantarán las nieblas, se enderezarán los caminos y veremos su rostro. No olvidemos las palabras de San Pablo. "Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!".

La Eucaristía, Pan de la Palabra, Pan del Cuerpo y la Sangre de Cristo y Pan de la fraternidad es el alimento del Pueblo Peregrino: fuerza en la cuesta arriba, luz en la oscuridad, ánimo en nuestros cansancios y desesperanzas.

 

 

REFLEXIÓN - 2

CON LA MIRADA PUESTA EN EL FUTURO

1.- Nos hallamos ante la versión de Mc de la parábola que hace dos domingos veíamos en Mt 25. 13-30. En ambos casos se trata de una invitación a vivir con la mirada puesta en el futuro: "Velad porque no sabéis el día ni la hora" (Mt 25. 13). "Vigilad, pues no sabéis cuándo es el momento" (Mc 13. 33). Las diferencias de ambas versiones están en los interlocutores y en el desarrollo.

Mt supone unos interlocutores amplios: los discípulos. Mc, en cambio, parte de unos interlocutores restringidos: Pedro, Santiago, Juan y Andrés (ver Mc 12. 3; la traducción litúrgica ha pasado por alto este detalle). Esta restricción explica la frase final: "Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos" Mc 13. 37).

En cuanto al desarrollo, Mt amplía lo que Mc presenta escuetamente como un marcharse lejos de un hombre confiando a los criados el cuidado de sus bienes. Mc no insiste en el cuidado de los bienes por parte de los criados, sino en la actitud alerta y vigilante a tener desde el momento que no se conoce la llegada del amo. A poco que nos fijemos, descubrimos que el término repetido con insistencia es el verbo velar o vigilar. Es decir, la versión de Mc es inequívocamente una invitación a vivir con la mirada puesta en el futuro.

Si la forma de las versiones de Mc y de Mt es diferente, el fondo es idéntico en ambas. La forma ofrece un magnífico ejemplo de transmisión dinámica y creadora de las palabras de Jesús por parte de los evangelistas. El fondo pone de manifiesto el respeto al pensamiento de Jesús y la coincidencia en él por parte de esos mismos evangelistas. Dicho esto, el comentario tiene que ser por fuerza el mismo que el de hace tres y dos domingos (32 y 33 ordinarios). Invitación a un modo de estar en la vida con la mirada puesta en el futuro de Dios y en el de nosotros con él. Invitación a no vivirnos sólo desde nosotros mismos sino también desde Dios. Un Dios no sólo presente, sino también futuro, y por futuro, inagotable; siempre viniendo, imprevisible, sin que podamos decir cuándo y cómo.

ALBERTO BENITO
Mercabá

 

REFLEXIÓN - 3

VELAD, ÉL VIENE

No nos resulta cómodo que nos despierten y nos inviten a velar. Y eso es lo que ha hecho Cristo con nosotros. Miles y miles de comunidades cristianas han escuchado la llamada inicial del Adviento. La consigna de Xto: "lo digo a todos: velad", es un toque de atención. Porque nuestra tendencia, con el correr de los días y de los meses, es quedarnos un poco dormidos, perezosamente instalados en lo que ya tenemos, distraídos de los valores fundamentales, entretenidos en otros muchos valores intermedios. A pesar de que somos cristianos, fácilmente perdemos contacto con lo esencial. Y hoy, el primer día de Adviento, somos convocados a una vigilancia dinámica. Eso es lo contrario de la tranquilidad estática. Claro que todos somos conscientes de que Dios nos ha llenado de sus gracias y dones, como nos ha dicho Pablo, pero tenemos que seguir caminando. Esos dones no se nos dan de una vez para siempre. Tenemos que crecer, progresar.

El Adviento nos urge a no quedarnos demasiado satisfechos con lo ya conseguido, sino a mirar adelante con valentía, a seguir caminando, porque hay mucho que conquistar todavía. Lo que Xto Jesús inauguró con su venida, hace veinte siglos, todavía está sin realizarse del todo. Es un programa vivo, más que historia. Y ese programa cada año lo iniciamos de nuevo con esperanza y energía.

¡Y si nuestro único mal fuera la pereza! Pero es que empezamos el Adviento desde una situación negativa, de pecado.

Isaías ha hablado también en nombre nuestro cuando decía: "nos hemos extraviado de tus caminos, Señor. Todos somos impuros. Nuestra justicia es como un paño manchado..." Estamos en déficit, tanto a nivel mundial, como en nuestra sociedad más cercana y en nuestra historia personal. Realmente tenemos que dirigirnos a Dios con una conciencia humilde de pobreza y de pecado.

Pues bien: precisamente a nosotros, tan imperfectos y limitados, la Palabra de Dios nos ha llamado a la confianza. Porque a pesar de que nosotros fallamos tantas veces, Él sigue siendo el "Dios fiel", "nuestro Padre y redentor", "el que sale al encuentro": así nos lo ha presentado Isaías. Nuestra oración, al comienzo del Adviento, puede ser la misma de él: que se abran los cielos y que podamos gozar de ese Dios fiel, el Dios salvador. Porque somos su pueblo. Porque en medio de las propagandas y confusiones de nuestro mundo, reconocemos que sólo en Él está la auténtica salvación. Las "seguridades" que nos ofrece el dinero, o las promesas de los numerosos "mesías" que van pidiendo nuestra adhesión, son efímeras, interesadas. La salvación sólo nos viene desde más allá de la materia, de la técnica y del hombre.

El Adviento significa despertar. Abrir los ojos para descubrir a ese Dios cercano: a ese Jesús, el Mesías, que está en lo más íntimo de nosotros mismos, en la historia de cada día, en los nuevos rumbos de la Iglesia... No es que Xto tenga que "venir". Él "está" siempre ahí. Los que "no estamos" somos nosotros, distraídos por mil cosas. Descubrirle presente, encontrarnos verdaderamente con Él: ese es el programa, gozoso y comprometedor a la vez, del Adviento. Un programa que afecta a toda nuestra vida, que puede revolucionar nuestros proyectos y que nos pone en actitud de búsqueda, de atención y de marcha. Cada vez que celebramos la Eucaristía miramos hacia el pasado: porque es el memorial de la Muerte del Señor. Pero también miramos hacia adelante: "mientras aguardamos la gloriosa venida de nuestro Salvador, JC". Y en el centro de cada Eucaristía proclamamos: "Ven, Señor Jesús".

En estas cuatro semanas nuestra celebración tendrá un color más claro de espera y de vigilancia. No porque veamos próximo el fin del mundo. Sino porque el Mesías, Xto Jesús, vive, y "viene" continuamente a nosotros. Las 24 horas del día. Él nos invade, nos rodea, es el Señor Glorioso que vive y que se nos hace presente de mil modos.

Su presencia en la Eucaristía es el signo más concreto y eficaz de su presencia salvadora en toda nuestra existencia. Que estos domingos de Adviento nos ayuden a descubrir al Señor Jesús en nuestra vida. Eso es lo que dará confianza y ánimos a nuestro camino de cada día.

J. ALDAZABAL (+)

(mercaba)