"UNA
FIESTA EXIGENTE"
Como
el domingo pasado, también hoy las lecturas nos han hecho
escuchar un anuncio gozoso.
La
primera describía la alegría que Dios quiere para su
pueblo, con diademas en la cabeza, con el rostro en alto por
la ilusión, con la fiesta que El piensa organizar, con los
caminos que prepara para la liberación de su pueblo... Como
dice el salmo, "estamos alegres: el Señor ha estado
grande con nosotros".
El
pueblo de Israel podía decir eso con verdad, aún en medio
de una experiencia dolorosa de ruina y fracaso. Entendieron
el pregón de alegría: "Dios guiará a Israel entre
fiestas, a la luz de su gloria".
Nosotros
tenemos todavía más motivos para creer en estos planes
optimistas de Dios. A no ser que seamos ciegos o hayamos
optado por entender sólo palabras tristes, y no el programa
de fiesta que ha preparado Dios.
La
salvación de Dios, la gracia que nos quiere comunicar en
esta Navidad próxima, nos alcanza exactamente en medio de
la historia que estemos viviendo, buena o mala, triste o
gloriosa. A alguno le llega el Adviento en una crisis de
cansancio o desilusión. A otro, en momentos de euforia y
serenidad. Es igual: la convocatoria que hoy ha sonado es
una garantía de que Dios nos quiere, que nos prepara
caminos de gracia y fiesta. Como en el caso de la Virgen,
cuya fiesta nos hablará dentro de pocos días de un "sí"
total que Dios le dio aun antes de que ella existiera, y en
ella, a toda la humanidad. Dejarnos convencer de este plan
salvador de Dios y alegrarnos, es uno de los "éxitos
pastorales" de las celebraciones de Adviento y Navidad:
cantos, moniciones, oraciones, lecturas, homilías...
La
salvación es don de Dios, no conquista nuestra: es un don
gratuito. Pero a la vez exige una respuesta activa.
Si
en la primera lectura era Dios mismo el que preparaba los
caminos para su Pueblo, en el evangelio, por la voz del
Bautista, se nos proclama una urgente llamada a que cada uno
acepte la salvación de Dios (al Salvador enviado por El)
con una clara opción, con un compromiso de cambio de
mentalidad. Somos invitados a allanar caminos, enderezar
senderos. No porque necesariamente seamos grandes pecadores.
También la pereza, la mediocridad, la falta de esperanza,
la conformidad autosuficiente, merecen este toque
despertador del Adviento. Si escuchamos esta llamada,
entonces sí que "todos verán la salvación de
Dios".
Pablo
nos ha presentado un programa exigente: llevar adelante la
obra iniciada, seguir creciendo más y más en sensibilidad
cristiana, apreciando los valores verdaderos, para que el día
del Señor (¿la Navidad?, ¿el momento de nuestra muerte?,
¿el final de la historia?, ¿cada día porque siempre
podemos encontrarnos con Dios?) nos encuentre limpios,
irreprochables, cargados de frutos de justicia.
El
Adviento y la Navidad no nos pueden dejar igual. Algo tiene
que cambiar en nuestra esfera personal y en la comunitaria.
En algo se tiene que notar que estamos madurando y creciendo
en esos valores cristianos. Que es lo que siempre la
Eucaristía, con su doble mesa de la Palabra y el Cuerpo y
Sangre del Señor, nos quiere ayudar a conseguir.
J.
ALDAZÁBAL (+)
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