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PONTE EN EL LUGAR DE LOS QUE ESPERAN Durante el Adviento la Iglesia pone en nuestros labios las palabras ardientes, los gritos de ansiedad de los grandes personajes que han protagonizado más intensamente la esperanza mesiánica. Esos grandes hombres siguen siendo hoy día como los portavoces en cuyo grito de ansiedad se encarna todo el ardor de la esperanza humana. El primero de estos protagonistas es Isaías. Nadie, mejor que él, ha encarnado tan al vivo el ansia impaciente del mesianismo veterotestamentario a la espera del Rey Mesías, él y los demás profetas encarnan la espera del pueblo de Israel (siguiendo los textos litúrgicos del Adviento nos asomaremos un poco al sentir de los profetas en la espera. Os invito a una lectura reposada de esos textos). Después Juan Bautista el Precursor, cuyas palabras de invitación a la 'penitencia', dirigidas también a nosotros, cobran una vigorosa actualidad durante las semanas de Adviento. Y, finalmente, María, la Madre del Señor. En ella culmina y adquiere una dimensión maravillosa toda la esperanza del mesianismo hebreo. Ellos seguirán siendo los grandes modelos de la esperanza y en sus palabras seguirá expresándose el clamor de la humanidad ansiosa de redención.
El
pueblo de Israel.
El pueblo de Israel vivió en aquel tiempo una gran experiencia,
la experiencia del exilio. La vida del exilio se fue convirtiendo poco a
poco en una intensa plegaria al Dios que salva. El pueblo, ayudado por
los profetas, reconstruyó la fe y la esperanza, encendió en su
interior la confianza de que Dios no les había abandonado para siempre,
la confianza de que podían volver a la tierra. Habrá que ponerse en
camino, habrá que hacer una travesía por el desierto que separa
Babilonia de Palestina, habrá que disponerse a reconstruir las ciudades
abandonadas. En este momento el segundo Isaías, saluda con un grito de
alegría el retorno de los exilados, invita a vivir con coraje el
camino, la travesía por el desierto, preparando un camino para que Dios
pueda pasar por él, para que pueda Dios acompañar con su fuerza y su
ternura al pueblo: "Una voz grita: En el desierto preparadle un
camino al Señor; allanad en la estepa una calzada para nuestro Dios;
que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen, que lo
torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del
Señor y lo verán todos los hombres juntos -ha hablado la boca del Señor-.
Dice una voz: Grita. Respondo: ¿Qué debo gritar? Toda carne es hierba
y su belleza como flor campestre: se agosta la hierba, se marchita la
flor, pero la palabra de nuestro Dios permanece por siempre. Súbete a
un monte elevado, heraldo de Sión; alza fuerte la voz, heraldo de
Jerusalén; álzala, no temas, di a las ciudades de Judá: 'Aquí está
vuestro Dios'. Mirad, el Señor Dios llega con Poder, y su brazo manda.
Mirad, viene con él su salario, y su recompensa lo precede. Como un
pastor que apacienta el rebaño, su brazo lo reúne, toma en brazos los
corderos y hace recostar a las madres" (Isaías 40,3-11).
¿Qué hacer? Es verdad que no somos las personas del Antiguo
Testamento, pero sería bueno ponernos un poco en la piel y vivir los
sentimientos de aquella gente que esperaba y deseaba la venida del Mesías
(ponernos en la piel de los profetas, de Isaías). ¿Por qué y para qué
hacer esto? Aunque nosotros lo sabemos ya presente, seguimos
necesitando, como lo necesitaban la gente del Antiguo Testamento, que Él
actúe en nosotros y transforme nuestros corazones, que actúe en
nuestro mundo y lo libere de toda injusticia y desesperanza. Hay que
saber esperar la acción de Dios, hay que dejarle llegar y que llegue la
plenitud con Él. El pueblo de Israel en el desierto, en el destierro,
siempre, estaba tentado de desesperanza, porque toda espera cansa. El
pasado está siempre lleno de esperanza, es un grito de futuro. El
futuro está siempre cantado en el pasado. A Dios le basta un puñado de
gente con corazón sencillo, un resto, para hacer su plan y Él nunca
responde con teorías, responde con hechos. Dios viene para estar con
nosotros, para que le podamos reconocer y está dispuesto al olvido, al
silencio, al arrinconamiento, porque las personas no somos fáciles y Él
lo sabe, pero Dios sigue viniendo sin cansarse.
"Venid, subamos al monte de Yahvéh, a la Casa del Dios de
Jacob, para que Él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus
senderos" (Is 2,3). Será bueno ser conscientes de las propias
resistencias a ponernos en camino, a hacer senderos transitables, a
comenzar de nuevo en fiel espera; emprender el camino de lo nuevo, del
futuro es trabajar por hacerlo posible, pero con frecuencia nos
aferramos a las seguridades y no arriesgamos, no nos movilizamos,
preferimos Egipto con su esclavitud a conquistar la libertad en la tarea
diaria. Posiblemente estemos paralizados por no sé qué enfermedad del
alma, con enormes miedos en el corazón que nos atan los pies a lo
conocido y no nos atrevemos a ir al futuro, a subir al monte de Dios
para aprender de su boca los caminos, para anunciar que llega y que trae
un futuro nuevo, sin estrenar... Al menos a mí parece que se me ha
olvidado que la fe es continuo éxodo, invitación permanente "sal
de tu tierra" y emprende el camino de la tierra prometida. Dios no
se para, Dios está siempre viniendo por caminos insospechados. Dios no
tiene frenos y su paso descerraja puertas y allana caminos tortuosos.
Dios está en camino. Salió de casa en busca del hombre hace mucho
tiempo, es decir, Dios está en éxodo hacia el hombre. Dios viene.
"Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas
podaderas" (Is 2,4), esta es la esperanza que se mantiene desde
siempre, deseamos un panorama de paz, donde se superen todas las
guerras... Es necesario mirar al futuro, a un reino donde esto será
posible, porque a Dios le gusta el futuro, apuesta por el futuro. El
profeta Isaías nos enseña sobre todo esta verdad. Para los profetas lo
que contaba era el futuro, hoy parece que sólo cuenta el presente y por
eso no nos movilizamos, hoy se vive tan deprisa que ni el pasado ni el
futuro cuenta y así olvidamos que es el futuro el que da alas, el que
hace volar y aspirar, el que nos da inquietud y nos hace no sólo
apostar un poco, sino arriesgarlo todo. Esta falta de futuro, nos hace
quedarnos miopes, no ver más que lo cercano, pero sin ideales.
Dios visita a Isabel, la estéril, Dios pone sus ojos y fertiliza
la nada, el vacío, lo estéril y seco, y florece el desierto..., no es
fácil aceptar las formas de Dios, la tentación es hacer los canales de
riego y soltar el agua y con eso creemos que estamos apostando por la
fertilidad, pero Dios actúa de otra manera y a mí me desconcierta, me
llena de estupor... ¿Te has sentido alguna vez estéril? ¿Has abierto
alguna vez la puerta de tu nulidad a la presencia fecunda de Dios? o tal
vez, puede ocurrirte que te presentes ante Él con todas tus obras y
ocultando tus pobrezas y así le incapacitas a Él para fertilizarte,
para hacerte fecundo...
También Juan el Bautista que hace una llamada a preparar la
venida del Señor en la ribera del Jordán es otro personaje que nos
puede ayudar en nuestro Adviento; él insiste en las actitudes de
apertura hacia el Dios que se manifiesta en los pobres, y cuando le
preguntan lo que tienen que hacer, responde: "El que tenga dos túnicas,
que las reparta con el que no tiene, y el que tenga de comer que haga lo
mismo" (Lc 3,11). Juan el Bautista comenzó a remover las
conciencias de mucha gente e invitaba a verlo todo de manera distinta y
decía que era necesario cambiar de vida, porque ha llegado la hora en
la que Dios se quiere hacer presente y hay que prepararse para esto.
Esta llamada de Juan es una de las llamadas fundamentales del tiempo de
Adviento, que es un tiempo de esperanza en el Señor que viene, pero que
contiene un camino para acercarnos a lo que esperamos, es decir, que
tenemos que empeñarnos en facilitar que eso que esperamos se haga
realidad. Es invitación a la esperanza de vivir otra vez el gozo de
tener a Dios cerca, pero para ello es necesario atravesar el desierto,
superar las dificultades de los valles y las montañas, de las colinas y
terrenos escabrosos, pasando por todas estas dificultades se allanan los
caminos para que también pase el Señor. La llamada exigente de Juan
Bautista a preparar el camino al Señor es una llamada a gente que vive
intensamente el anhelo y la esperanza de que el Señor venga.
¿En qué consiste este preparar el camino del Señor? Lo que
Juan decía a la gente, a los recaudadores, a los guardias (Lc 3,10-14),
nos indica hacia donde se dirige esta preparación. Para saber si
estamos preparando el camino al Señor debemos preguntarnos si seguimos
el estilo que el Evangelio nos propone y si nos preocupamos por lo mismo
que Jesús se preocupa.
Dios quiere ser anunciado, es tan original que necesita que
alguien nos haga señales para que caigamos en la cuenta de que llega o
que ya está y es que yo, nosotros, estamos en nuestras cosas, andamos
en lo nuestro, metidos en nuestros asuntos, que siempre para nosotros
son lo más importante, y no nos enteramos que está a nuestro lado, que
nace en cualquier Belén, sin Internet ni teléfono móvil y ni los
periodistas se dan cuenta. Necesitamos mensajeros que nos abran los ojos
y el corazón, que nos señalen con el dedo, porque no nos enteramos que
está cerca. El mundo de hoy tiene necesidad de hombres como Juan, que
nos despierten y nos sacudan. Que nos enseñen que Tú estas para
llegar, que nos animen a preparar el terreno, de lo contrario nunca será
navidad en el corazón de las personas. Quiero hoy recordar a tantos
juanes como han pasado por mi vida, tantos hombres y mujeres que han
despertado mi sentido de lo divino, que me han enseñado a mirar y ver,
a preparar la visita de Dios a mi corazón, que no me han dejado dormir
tranquilo y han despertado sueños e inquietudes profundas. A los vivos
y a los muertos los pongo hoy en el corazón de Dios, en el regazo de la
Madre; son tantos los que han sabido hacer la operación de quitar de
mis ojos las escamas que impedían mirar cara a cara y reconocer a Dios.
Pero tal vez tú tienes que ser también precursor de Navidad, si
es así será necesario tener un talante como Juan; ponte en su lugar,
mira sus actitudes, sus luchas. Tú has de ser un anunciador, un
interpelador para tu gente, uno que señale caminos por hacer, sendas
que reformar, valles que allanar y colinas que abajar... Juan Bautista
lleva una vida de asceta en el desierto, vive consagrado a Dios por
entero y predica en el desierto, lugar de camino de vuelta a Dios (En el
desierto pasa poca gente por allí... También desiertos están los
lugares de la predicación hoy..., pero si Juan predica, también tú,
si Juan anuncia la novedad ¿por qué tú no vas a sembrar aunque no
veas los frutos?). En Juan convergen la entrega incondicional a Dios, la
palabra insondable de los profetas, la disponibilidad y confianza de los
pobres de Yavéh y la esperanza escatológica y por eso es indomable. Es
el heraldo apasionado de Dios que llama a la conversión, es una llamada
apremiante, ante la que no se puede ser neutral, que proclama la llegada
de Otro...
Esta es la preparación para recibir al Señor que llega. Juan es
su precursor, su humilde servidor, que muestra presente lo que los
profetas anunciaban, por eso es heraldo de buenas noticias. Es precursor
del que ha de venir y testigo del que ha llegado, es un gigante de la
justicia y la solidaridad. Es un hombre que vive sólo para la Palabra y
no tiene otra vocación, otra fecundidad, otro futuro que preparar el
camino del Señor. Es una personalidad apasionada y apasionante.
Profetiza insobornablemente: anunciando con humildad al que viene (Mt
3,11) y denunciando todo lo que no allane el camino de su venida: la
injusticia, el abuso, la extorsión, la falta de coherencia. Preparar los caminos, hacer senderos, enderezar lo torcido... es comenzar el desmonte de la superficialidad para que Dios pueda levantar su tienda entre nosotros, pero es necesario destruir todos los ídolos que tenemos dentro de nosotros. Y uno de mis ídolos se parece mucho al que sintió José, como él yo muchas veces reflexiono ¡cómo va a ser obra de Dios esta mujer embarazada en circunstancias desconocidas y sospechosas! o ¡de una mujer estéril y de edad no puedo creer que Dios haga nada! Y me ausento silenciosamente, o al menos decido abandonar el lugar haciendo mutis por la puerta de atrás, quiero demasiadas certezas y no puedo descubrir al Dios que no es domesticable ni razonable... La lógica de Dios no tiene nada que ver con la nuestra; su dialecto no tiene nada que ver con nuestro idioma, no tiene las mismas raíces. Será verdad que estoy funcionando como un ateo que decido en secreto abandonar mi realidad para buscar a Dios con más claridad, según mis planes... Dios camina, me sospecho, donde yo nunca pensé que podía poner sus pies, Dios está donde yo no me atrevo a ir por miedo a contaminarme; Dios está contaminado, enlodado... ¡Qué bien entiendo yo a José! ¡Cuántas veces sigo yo actuando de la misma forma que lo hizo él!, pero ¿quiero hacerlo de otra manera? ¿No será muy arriesgado quedarse a la intemperie?
(P.
Santiago Sierra) |