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VIENE Y PIDE PASO
El
Adviento es el viaje, a contrapelo del turismo predominante, desde
nuestra Jerusalén -capital y poderío- hacia
la Belén de lo humilde y minúsculo. Allí nos espera la
Encarnación para hacernos humanos. Adviento es preguntarse por qué no
podrá venir Dios a nuestros palacios y sí a las cuevas de animales y
pastores. Adviento es confrontarse con el Magnificat revolucionario de
la doncella sencilla, en el que lo todo nuevo se anuncia acabando con
algo, se exaltan los pobres tras caer tronos poderosos. Adviento es
dejar la tierra de lo cómodo para seguir a la estrella que convierte la
propia vida en Buena Nueva para los pobres, inquietando al Herodes de
dentro y fuera de nosotros (Mt 2,16), a ese Herodes que se lava las
manos, que se desentiende y olvida a los demás, que no se compromete
con nada. Adviento es ir de la mano de San Juan Crisóstomo a visitar
los verdaderos belenes: "¿Deseas honrar el Cuerpo de Cristo? No lo
desprecies cuando lo contemples desnudo en los pobres, ni lo honres en
el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y
desnudez... El templo no necesita vestidos y lienzos, sino pureza de
alma; los pobres necesitan en cambio que con sumo cuidado nos
preocupemos de ellos". Es el anuncio de que Belén ya no está
donde estaba, que lo han cambiado de sitio y hoy Belén está en los
hombres, sobre todo en los pobres. Adviento es pensar si mis fiestas y
viajes de descanso, no serán un cambiar un par de cenas por un
desvalido y un pobre (cfr. Am 8,6). Adviento es aceptar la invitación a
hacerse humano haciéndonos "auténticos en el amor y creciendo en
todo aspecto hacia aquel que es la cabeza, Cristo" (Ef.4,15)... ¡El
primer Belén se instaló y se sigue instalando allí donde, haciéndonos
humanos, acojamos en nuestra estrecha posada a esos emigrantes que,
apurados (me dicen que llegaron en pateras) y con mala catadura
("ni aspecto humano" Is 52,14), llaman cada día a nuestra
puerta! (Lc 2,7). ¡Eso es Adviento. Eso es Navidad!
Cuando nosotros hoy celebramos el Adviento y centramos nuestra
mirada en la espera y la preparación de la venida de Jesús, quiere
decir que miramos hacia atrás, hacia aquel acontecimiento
transcendental y lo queremos revivir con toda la intensidad. En Adviento
nos preparamos para celebrar este hecho decisivo: Dios se ha hecho
hombre, Dios ha venido a vivir nuestra misma vida, Dios ha entrado en
nuestra historia y ha abierto un camino de liberación, Dios ha hecho
suya nuestra debilidad. Para poder celebrar intensamente este hecho
decisivo, lo que la Navidad significa, tenemos que despertar en nosotros
una actitud de espera, de deseo de la venida del Señor.
A veces tenemos la tentación de explicar los misterios haciendo
grandes discursos, pero para entender lo misterioso, no necesitamos
tratados, sino trato con hombres y mujeres llenos de Dios. Necesitamos
renacer de nuevo, necesitamos saborear la vida nueva y abrir nuestros
ojos a la esperanza, embarcarnos en la aventura de la caridad.
Necesitamos quitarnos el impermeable, para que las cosas que pasan me
afecten, me toquen el corazón. Necesito abrir los ojos, porque Dios
desde el principio quiso poner un belén, y creó el universo para
adornar la cuna. Dios pensó en todo, pensó en su Madre; desde toda la
eternidad soñó con ella, añoraba sus caricias; María es su obra
maestra. Es Dios el que inventó la primera Navidad, el primer belén
viviente, y colocó al Niño, y a la Madre. El tema de la espera es vivido en la Iglesia con el 'Ven, Señor'. La palabra del Antiguo Testamento invita a repetir en la vida la espera de los justos que aguardan al Mesías. El Adviento es una intensa y concentrada celebración de la larga espera en la historia de la salvación, como el descubrimiento del misterio de Cristo. Hoy en la Iglesia es como un redescubrir la centralidad de Cristo en la historia de la salvación. Adviento es tiempo del Espíritu Santo, Él ha hablado por medio de los profetas, ha inspirado los oráculos mesiánicos, ha anticipado con sus primicias de alegría la venida de Cristo en sus protagonistas como Zacarías, Isabel, Juan, María.
(P. Santiago Sierra) |