REFLEXIONES  
 

 

REFLEXIÓN - 1

PEREGRINOS

Probablemente todos habremos realizado alguna vez en nuestra vida una peregrinación: unos a la ermita del pueblo en romería, otros a aquel santuario de la Virgen o de los Santos; quizás menos, a los grandes centros de peregrinación de la cristiandad: el Santo Sepulcro, en Jerusalén, la tumba de San Pedro en Roma, la de Santiago en Compostela; a las reliquias de la cruz de Cristo en Caravaca o en Santo Toribio de Liébana.

Al final de la peregrinación, no tanto si se hace con espíritu turístico, hay un encuentro con el Señor, a través de la Virgen, de los Santos o de las reliquias veneradas; un encuentro con el Señor, que llena de alegría, que renueva interiormente, que fortalece para seguir en la otra gran peregrinación que es la vida.

Y es que, para los cristianos, la vida es una peregrinación hacia Dios. Cada día es un paso.

Hablar de que no hay nada nuevo bajo el sol, es cerrarle la puerta a la esperanza; decir que la vida es únicamente nacer, crecer, reproducirse y morir, es afirmar el sinsentido de las cosas.

La Iglesia, la comunidad cristiana, cada uno de nosotros, debemos vivir con el espíritu de los peregrinos.

Por una parte, tener bien claro el destino, la meta: "Al final de los días estará firme el monte del Señor", nos ha dicho el profeta Isaías; "el día se echa encima", "la salvación está más cerca", dice San Pablo; "Viene el Hijo del Hombre", hemos escuchado en la palabra del Señor.

Esa es la meta: la casa del Señor, compartir la vida con Él, nuestra salvación, acoger a Cristo que viene a nosotros.

No sabemos cuándo llegará ese "Día del Señor", ese final del camino; hay que marchar animosos y esperanzados, vigilantes, vaya a ser que nos encontremos con él en cualquier recodo del camino.

El Adviento vuelve a darnos la voz de alerta para que no nos durmamos. Nos pone delante la fiesta de Navidad, la venida del Señor.

Dios lo había anunciado y cumplió: "La Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros". Vivimos con alegría en Navidad los sentimientos de aquella primera venida. Pero también el Señor nos dice que se va al cielo a prepararnos un sitio y que, después, volverá y nos llevará con él, para que donde Él está estemos también nosotros.

Este es el segundo sentido del Adviento: prepararnos activamente para la vuelta del Señor, caminando hacia él, que es la Luz.

Y, como nos decía San Pablo en la segunda lectura, hay que dejar las obras de las tinieblas, del pecado y revestirse de las armas de la luz; hay que caminar hacia Cristo que nos viene en cada persona, especialmente en la que lleva la cruz a cuestas; hay que caminar hacia Cristo quitando de nosotros cosas concretas que nos frenan y nos alejan de la meta.

Traduzcamos a la vida personal y de la sociedad de hoy lo que San Pablo llama: "borracheras, lujuria, desenfreno, riñas y pendencias", y lo que nos dice también de conducirse "como en pleno día, con dignidad".

La llamada del Adviento es clara: "Vestíos del Señor Jesucristo"

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

CRISTO NUESTRA ESPERANZA

-Empieza un nuevo año cristiano.

Hoy, primer domingo de Adviento, empezamos un nuevo año cristiano. Y lo empezamos con una convocatoria que nos resulta conocida y nueva a la vez: somos invitados a celebrar el Adviento, la Navidad y la Epifanía. Desde hoy (2 de diciembre) hasta el final del tiempo de Navidad con la fiesta del Bautismo del Señor (7 de enero), van a ser cinco semanas de "tiempo fuerte" en que celebramos la misma buena noticia: la venida del Señor. Las tres palabras. Adviento, Navidad y Epifanía, o sea, venida, nacimiento y manifestación, apuntan a lo mismo: que Cristo Jesús se hace presente en nuestra historia para darnos su salvación.

-Esperar y acoger a Cristo Jesús.

S. Mateo -que va a ser el evangelista dominical de este nuevo año litúrgico- nos ha traído las palabras de Jesús, con las que invita a todos a estar despiertos y atentos, preparados en todo momento, porque su venida sucede en el momento más inesperado: "estad en vela, que no sabéis qué día vendrá vuestro Señor".

Nuestra primera actitud, por tanto, es la atención, la vigilancia, la espera activa. En la carta a los Rm hemos escuchado: "es hora de espabilarse", "el día se echa encima". Los que están dormidos, distraídos, satisfechos de las cosas de este mundo, no esperan a ningún salvador. Y corren el peligro de perder otra vez la ocasión: la cercanía del Señor, que siempre viene a nuestras vidas para llenarnos de su salvación.

Los cristianos centramos nuestra esperanza en una Persona viva, presente ya, que se llama Cristo Jesús. Cristo es la respuesta de Dios a los deseos y las preguntas de la humanidad. No nos va a salvar la política, o la economía, o los adelantos de la ciencia y de la técnica: es Cristo Jesús el que da sentido a nuestra vida, y la abre a todos sus verdaderos valores, no sólo los de este mundo.

Cristo ya vino, hace dos mil años, después de siglos de espera en que lo fueron anunciando los profetas. Pero estas profecías no se han cumplido todavía del todo. Hoy hemos leído cómo Isaías prometía la venida del Salvador para todos los pueblos, un Salvador que nos enseñaría la verdad ("nos instruirá en sus caminos") y nos traería la paz ("no alzará la espada pueblo contra pueblo"). Pero la venida de Jesús -que recordaremos de modo entrañable en la próxima Navidad- no fue un hecho aislado y completo, sino la inauguración de un proceso histórico que está en marcha. Precisamente porque ya vino, los cristianos seguimos esperando activamente que la obra que Jesús empezó llegue a su cumplimiento, que su Buena Noticia alcance a todos los hombres, que penetre en nuestras vidas, en la de cada uno de nosotros y en toda la sociedad. La obra salvadora de Jesús se inauguró en la Navidad pero sigue creciendo y madurando hasta el final de los tiempos: tenemos que abrirnos a Él y estar atentos a su presencia.

-¿Amenaza o promesa?.

Las imágenes y comparaciones con las que Jesús nos invita a esta espera son preocupantes, como una amenaza del mal que nos puede suceder si no estamos atentos: el diluvio en tiempos de Noé, que nos recuerda las inundaciones que sorprenden a tantas regiones, o la irrupción del ladrón en la noche, a la hora menos pensada.

Pero lo que nos propone la palabra de Dios no es sobre todo amenaza, sino anuncio gozoso y promesa. Sí, nos dice "estad preparados", y es real la triste posibilidad de esa sorpresa desagradable del ladrón o de la inundación. Pero si debemos estar preparados a la venida continua del Señor, es porque la historia que vivimos es la ocasión de que nos encontremos con ese Salvador que se nos acerca, que viene a nosotros: Cristo Jesús, el Enviado de Dios. Él trae la salvación, la Buena Noticia, la paz, la verdad: "nos instruirá en sus caminos", como ha dicho Isaías.

S. Pablo nos avisa: "la salvación está más cerca que cuando empezamos a creer", y "el día se echa encima": no es la noche la que nos amenaza, sino el día que va a venir y que sería lástima que no aprovecháramos en toda su luz. No viene en plan de amenaza, sino de promesa. Pero un don que se nos ofrece, cuando lo rechazamos por descuido o distracción, es una ocasión perdida.

-Es hora de espabilarse.

No está mal que haya sonado este despertador en nuestra vida. El Adviento y la Navidad, como sucede con la primera hoja de un calendario o las primeras horas de la mañana, son llamada y estímulo. Pablo nos ha dicho también a nosotros: "es hora de espabilarse... la salvación está cerca... dejemos las actividades de las tinieblas y armémonos de las armas de la luz".

Como Isaías invitaba a los judíos: "casa de Jacob, caminemos a la luz del Señor", así ahora nos dice a nosotros: "comunidad cristiana de..., ven, caminemos a la luz del Señor".

J. ALDAZABAL (+)

(mercabá)

 

 

REFLEXIÓN - 3

EL RETORNO DE CRISTO

1. El año litúrgico comienza cada año con el Adviento, que significa "venida" o «advenimiento». Es tiempo de alimentar la esperanza que nos prepara a la doble venida del Señor: la histórica en la encarnación, por medio de María (Navidad), y la escatológica al final de los tiempos (Parusía). El Adviento es tiempo propicio para anunciar la liberación en base a las promesas de libertad y justicia hechas por Dios, aunque todavía no realizadas en su totalidad. Es tiempo, además, de vigilancia ante lo que esperamos, que es el retorno de Cristo en la plenitud de su reino.

2. La principal recomendación de Jesús en su discurso sobre el retorno del Hijo del Hombre es una llamada a despertarnos a la fe con responsabilidad personal y social. A veces sólo nos fijamos en la muerte y en el juicio final, sin tener en cuenta que Dios juzga constantemente y que nos juzgará en la plenitud por la totalidad de nuestra vida. Mientras tanto, nos afanamos por vivir y trabajar -como los contemporáneos de Noé (comían, bebían y se casaban) o los de Jesús (el hombre en el campo, la mujer moliendo en su casa...), sin juzgar la injusticia, el descreimiento, el individualismo o la insolidaridad. La venida de Dios en plenitud será semejante a la primera: con gozo y alegría (presencia de ángeles cantando), recreándolo todo (sin catastrofismos) y suscitando actitudes de adoración y reconocimiento.

3. Para estar adecuadamente preparados, nuestra mejor actitud consiste en practicar la justicia con el prójimo, frente al sistema opresor. «Es hora de despertar», dice Pablo en la epístola. Esto significa que debemos rechazar las «obras de la oscuridad»: negocios ilícitos, tergiversaciones de la verdad, dominaciones imperialistas y repartos inmorales. Las «armas de la luz» se basan en la paz de los pueblos, la justicia social, la dignidad personal y la construcción de una nueva sociedad. Cada llegada de Dios es una liberación.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Somos conscientes de la fuerza del mensaje de Jesús?

¿Estamos despiertos o nos encontramos dormidos?

CASIANO FLORISTAN