SEÑALES
DE LIBERACIÓN
A
diferencia de los sueños de la noche, cuando estamos
dormidos, los sueños del día, cuando estamos
despiertos, nos orientan hacia el futuro. Pero es difícil
saber si estos sueños, los mejores y más queridos,
nacen de la esperanza o del miedo; si en ellos se
adivina lo que debe ser y será ciertamente Dios sabe cuándo,
o si en ellos huimos de las penas del presente y nos
evadimos de la realidad. Si estos sueños movilizan
nuestra voluntad, si nos sirven de aliento para
denunciar con eficacia el mal y promover el bien paso a
paso, son hijos de la esperanza. De lo contrario, nacen
del miedo y no sirven de nada.
Los
profetas convocaron a Israel para la esperanza,
despertaron al pueblo para que soñara en el reinado de
Dios y lo movilizaron con el anuncio de la promesa:
"Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del
sordo se abrirán, saldrá como un ciervo el cojo, la
lengua del mudo cantará y volverán los rescatados de
Israel". Isaías presiente el regreso de los
exiliados como una renovación del paisaje y del hombre,
y anima a los cobardes de corazón, diciendo: "Sed
fuertes, no temáis".
Juan,
el último de los profetas, esperaba con impaciencia que
se manifestara al pueblo "el que había de
venir". Había anunciado la venida inminente del
Mesías y del reinado de Dios, pero estaba perplejo
porque la conducta de Jesús de Nazareth no parecía
encajar con lo que él se había figurado. Juan, que está
en la cárcel, pregunta a Jesús por medio de unos discípulos:
"¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que
esperar a otro?" Jesús le responde aludiendo a sus
propias obras y palabras, mostrando cómo en su vida pública
pueden verse ya las señales que había dado Isaías:
"Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son
sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y se
pregona a los pobres la buena noticia". La realidad
ha dado alcance a la profecía, la esperanza ha sido
sorprendida por la gracia, y Dios está en Jesús para
quien lo necesite: los pobres, los enfermos, los
marginados...
Las
señales del reinado de Dios, a las que se refiere Jesús,
son siempre señales de liberación del hombre, de los
hombres. Es lo primero que debemos recordar. Y lo
segundo, que Jesús no hace "señal" donde no
hay fe. Marcos, al relatar la visita de Jesús a Nazareth,
observa que "no pudo hacer allí ningún
milagro", debido a la incredulidad de sus paisanos.
El reinado de Dios no viene sin la fe de los hombres.
El
adviento del reinado de Dios en Jesús pone a los
hombres en aprieto y les invita a salvar hacia adelante;
esto es, les compromete en un cambio radical (conversión)
para emprender la aventura de la fe. El hombre que
escucha el evangelio de Jesús queda confrontado con lo
último, y Dios es lo último. Ante lo último, que se
presenta en el evangelio, el hombre ha de elegir y no
puede retrasar por más tiempo su opción fundamental.
Si cree y acepta el reinado de Dios, si obedece al
evangelio, se salva; pero si no, ya está condenado. En
este sentido, al menos, el adviento del reinado de Dios
en Jesús coincide con el día del juicio de Dios. Se
comprende, por lo tanto, la advertencia de Jesús:
"¡y dichoso el que no se sienta defraudado por mí".
Todos
los discípulos de Jesús, que hemos recibido la misión
de anunciar el evangelio hasta que él vuelva, somos
testigos del reinado de Dios. De un reinado que,
radicalmente inaugurado por Cristo, todavía ha de
manifestarse plenamente. De un reinado que esperamos con
paciencia de labrador, hasta que llegue la cosecha.
Nuestro
testimonio, como el de Jesús, ha de ser en palabras y
en obras. Pues hemos recibido el encargo de mantener
viva la esperanza, y la esperanza sin obras, lo mismo
que la fe, está muerta. Las obras de liberación del
hombre son las señales de la esperanza cristiana.
EUCARISTÍA