REFLEXIONES  
 

 

REFLEXIÓN - 1

NECESITAMOS UN SALVADOR

"¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?"

Tal vez lo primero que deberíamos preguntarnos es si necesitamos un Salvador, si sentimos la necesidad de ser salvados.

¿De qué nos tienen que salvar?

Cuando vemos el poco valor que se da a la vida humana, sea la del no nacido, pero que ya existe; cuando alguien juega a ser dios y se cree con el poder para quitarla o para quitársela; cuando crecen los violentos, los maltratadores, los asesinos a sueldo, los terroristas...; cuando  la guerra se convierte en la forma de arreglar conflictos y diferencias... NECESITAMOS UN SALVADOR.

Cuando vemos el poco valor que se da al matrimonio y la familia, entendidos como comunidad de vida y amor entre el hombre y la mujer, en entrega permanente, abierta a la fecundidad... NECESITAMOS UN SALVADOR.

Cuando vemos que a la persona humana se le valora más por lo que tiene que por lo que es y hace; cuando se la coloca por detrás de la economía, del consumo, del poder; cuando la persona acaba siendo una preocupación marginal, NECESITAMOS UN SALVADOR.

Cuando los valores espirituales y religiosos se ignoran, se ridiculizan, se persiguen; cuando se discrimina a la gente por su credo, sea el que sea,; cuando a los enfrentamientos entre los poderosos de los países, en lucha por el dominio de los otros, les llamamos luchas religiosas, NECESITAMOS UN SALVADOR.

Cuando la ética y la moral se relegan a los ámbitos de la intimidad de las personas, intentado ahogarlas para que no denuncien comportamientos inmorales, NECESITAMOS UN SALVADOR.

Y tengamos clara una cosa: la salvación que necesitamos no nos la dan los políticos, los economistas y banqueros; no nos la dan los ídolos del deporte y la canción; tampoco nos la darán los bienes materiales.

Sólo el Dios amor puede salvarnos, puede recomponer nuestra vasija rota.

Y Dios quiere salvarnos, y para ello envía a si Hijo, Jesucristo, que en la máxima expresión del amor, se entrega, Dios y hombre, hasta la muerte por nuestra salvación.

Debemos acoger esta salvación y ser signos y portadores del amor de Dios a los hombres.

¿Eres tú el que ha de venir o  o tenemos que esperar a otro? Y Jesús responde: "Id y decidle a Juan...  los ciegos ven y los inválidos andan, los leprosos quedan limpios y los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia."

Cuando los que nos decimos cristianos vivamos los valores del Evangelio, como signo de que el amor de Dios vive en nosotros,  cambiaremos nosotros, cambiará nuestro entorno, cambiará el mundo; la salvación estará más cerca. 

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

¿ERES TÚ EL QUE HA DE VENIR?

"¿Eres tú el que ha de venir?"

Jesús ha comenzado su vida pública, ha recorrido los caminos de Galilea anunciando a los pobres la buena noticia, ha pasado por todas partes haciendo bien, ha levantado la esperanza de unos y la contradicción de otros... Ha levantado también la pregunta: "¿qué clase de hombre es éste?" Su fama ha llegado a los marginados, a los leprosos, a los pecadores públicos, a los que están en la cárcel... En la cárcel está Juan Bautista, el precursor, el más grande de los profetas. Comenzó predicando en el desierto y ha terminado en la cárcel.

Juan había anunciado los tiempos mesiánicos, había dicho que detrás de él venía "el más fuerte", y que ya tenía el bieldo en la mano para limpiar su era, para recoger el grano en el granero y quemar la paja en el fuego. Pero he aquí que ahora lo que se cuenta de Jesús no es lo que Juan se había imaginado, no corresponde exactamente a sus expectativas. De ahí la perplejidad, la duda, la pregunta: "¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?" Jesús es el que tenía que venir. En él viene el Señor. El es el Señor. Jesús muestra las señales de su venida, que son señales de liberación: los ciegos ven, los sordos oyen, los cojos saltan de gozo, los pobres son evangelizados... Y sin embargo, su venida sorprende a todos. También al precursor, al más grande de los profetas. El Mesías que llega no es igual que el Mesías deseado. Este hecho histórico sirve de parábola que ilustra la relación entre los deseos humanos y el adviento de Dios. El deseo de felicidad y de absoluto que hay en el hombre puede ser en el fondo un anhelo de Dios y el punto vital de despegue de la esperanza. Pero el Dios verdadero, el que viene, nunca coincide con lo que nosotros nos imaginamos. Creer es, entonces, dejarse sorprender por el Otro del todo.

-"Tened paciencia, hermanos":

Creemos que Jesús, el que vino, es también el Señor que ha de venir. Entre una y otra venida se abre un espacio para la fe y para las obras, para escuchar y practicar la palabra de Dios, para volvernos los unos a los otros y cumplir el mandamiento del amor. En ese espacio, en esta tierra, trabaja la esperanza. En el desierto de la ausencia del Señor prepara la esperanza los caminos de su venida. No conocemos ni el día ni la hora, sólo el Padre la conoce. Por lo tanto, la venida del Señor no está en nuestras manos y no podemos precipitarla con un golpe de fuerza. Pero sabemos que vendrá y que florecerá el desierto con su presencia.

La actitud del cristiano en esta situación, entre el "ya" y el "todavía no" de la venida del Señor, es como la del "labrador que aguarda paciente el fruto valioso de la tierra mientras recibe la lluvia temprana y tardía". El cristiano da tiempo al tiempo; o mejor, da tiempo a Dios. Es decir, no anticipa por su mano el juicio de Dios y deja que crezcan juntos el trigo y la cizaña. No se adueña del día del Señor. Pero no ceja tampoco en la esperanza, antes al contrario la pone a trabajar y la reviste de paciencia, de tolerancia, de resistencia. Y sabe que esta esperanza es la esperanza que no defrauda.

EUCARISTÍA

 

 

REFLEXIÓN - 3

SEÑALES DE LIBERACIÓN

A diferencia de los sueños de la noche, cuando estamos dormidos, los sueños del día, cuando estamos despiertos, nos orientan hacia el futuro. Pero es difícil saber si estos sueños, los mejores y más queridos, nacen de la esperanza o del miedo; si en ellos se adivina lo que debe ser y será ciertamente Dios sabe cuándo, o si en ellos huimos de las penas del presente y nos evadimos de la realidad. Si estos sueños movilizan nuestra voluntad, si nos sirven de aliento para denunciar con eficacia el mal y promover el bien paso a paso, son hijos de la esperanza. De lo contrario, nacen del miedo y no sirven de nada.

Los profetas convocaron a Israel para la esperanza, despertaron al pueblo para que soñara en el reinado de Dios y lo movilizaron con el anuncio de la promesa: "Se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán, saldrá como un ciervo el cojo, la lengua del mudo cantará y volverán los rescatados de Israel". Isaías presiente el regreso de los exiliados como una renovación del paisaje y del hombre, y anima a los cobardes de corazón, diciendo: "Sed fuertes, no temáis".

Juan, el último de los profetas, esperaba con impaciencia que se manifestara al pueblo "el que había de venir". Había anunciado la venida inminente del Mesías y del reinado de Dios, pero estaba perplejo porque la conducta de Jesús de Nazareth no parecía encajar con lo que él se había figurado. Juan, que está en la cárcel, pregunta a Jesús por medio de unos discípulos: "¿Eres tú el que ha de venir, o tenemos que esperar a otro?" Jesús le responde aludiendo a sus propias obras y palabras, mostrando cómo en su vida pública pueden verse ya las señales que había dado Isaías: "Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son sanados, los sordos oyen, los muertos resucitan y se pregona a los pobres la buena noticia". La realidad ha dado alcance a la profecía, la esperanza ha sido sorprendida por la gracia, y Dios está en Jesús para quien lo necesite: los pobres, los enfermos, los marginados...

Las señales del reinado de Dios, a las que se refiere Jesús, son siempre señales de liberación del hombre, de los hombres. Es lo primero que debemos recordar. Y lo segundo, que Jesús no hace "señal" donde no hay fe. Marcos, al relatar la visita de Jesús a Nazareth, observa que "no pudo hacer allí ningún milagro", debido a la incredulidad de sus paisanos. El reinado de Dios no viene sin la fe de los hombres.

El adviento del reinado de Dios en Jesús pone a los hombres en aprieto y les invita a salvar hacia adelante; esto es, les compromete en un cambio radical (conversión) para emprender la aventura de la fe. El hombre que escucha el evangelio de Jesús queda confrontado con lo último, y Dios es lo último. Ante lo último, que se presenta en el evangelio, el hombre ha de elegir y no puede retrasar por más tiempo su opción fundamental. Si cree y acepta el reinado de Dios, si obedece al evangelio, se salva; pero si no, ya está condenado. En este sentido, al menos, el adviento del reinado de Dios en Jesús coincide con el día del juicio de Dios. Se comprende, por lo tanto, la advertencia de Jesús: "¡y dichoso el que no se sienta defraudado por mí".

Todos los discípulos de Jesús, que hemos recibido la misión de anunciar el evangelio hasta que él vuelva, somos testigos del reinado de Dios. De un reinado que, radicalmente inaugurado por Cristo, todavía ha de manifestarse plenamente. De un reinado que esperamos con paciencia de labrador, hasta que llegue la cosecha.

Nuestro testimonio, como el de Jesús, ha de ser en palabras y en obras. Pues hemos recibido el encargo de mantener viva la esperanza, y la esperanza sin obras, lo mismo que la fe, está muerta. Las obras de liberación del hombre son las señales de la esperanza cristiana.

EUCARISTÍA