EL
TESTIGO DE LA LUZ
A los que
estamos acostumbrados a la luz, qué dura se nos hace la
oscuridad. Cuando se va la luz de la casa, todo se
bloquea, se paraliza; como mucho, encendemos alguna vela
que rompe un poco la oscuridad, pero no nos deja
movernos con libertad.
Y, en
sentido figurado, la luz es comparada con la vida y la
oscuridad con la muerte.
Quien vive
en la luz sabe por donde camina, no se pierde, llega a
la meta. Quien está en la oscuridad, va a tientas,
dando tropezones por todas partes, no sabe a donde va.
Cuando
analizamos los derroteros por los que se desliza nuestro
mundo, da la impresión de que, en gran parte, va a
oscuras, de que ha perdido el norte y no encuentra el
camino.
Cuando el
egoísmo de personas, regiones o naciones hacen posible
las situaciones de pobreza, miseria y esclavitud de la
gran mayoría de la población mundial, cuando hay
empresas que, en aras de sus beneficios, cierran a los
pobres sus descubrimientos, que podrían curar sus
enfermedades, cuando vemos el desprecio que se tiene por
la propia vida y la de los demás, cuando el aborto y la
eutanasia activa se ven como normal, cuando a uniones
homosexuales se las considera matrimonios y familias que
adoptan hijos, cuando se silencia, a veces con
violencia, a quienes piensan, sienten o creen de manera
distinta a los que ostentan el poder..., ¿se puede
decir que vivimos en la Luz?
El
apóstol San Juan nos presenta a Juan Bautista como el
testigo de la Luz, el que nos indica quién es la Luz
Él no es
el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. Como escuchábamos
ya la semana pasada, él es la voz que grita en el
desierto que en medio de nosotros está la Luz.
Como Juan
Bautista nosotros tenemos que ser en el mundo de hoy
"la voz que grita en el desierto", pues
nuestro mundo parece un inmenso desierto.
A nosotros
nos toca hoy ser la voz que grita que Jesucristo es la
Luz; que anuncia que, acogiéndole y viviendo según sus palabras y
su vida, el mundo será mucho mejor, más humano, más
fraterno, más solidario , más feliz, en definitiva,
más según Dios, pues Jesucristo es el Hijo de Dios
hecho hombre.
Pero todo
esto se quedaría en palabras si nuestra vida no fuera
testimonio de que la luz está en nosotros, si no
intentáramos vivir lo que decimos.
Cristo es
la Luz y nosotros la lámpara que la lleva.
Pidamos en
la Eucaristía que los vientos que soplan, no apaguen
nuestra lámpara y que ayudemos a reavivar las que, un
día encendidas, hoy se han apagado.