INTRODUCCIÓN 

 


 

 

 

DICIEMBRE, EL MES DE MARÍA
 

La presencia de María llena el mes de diciembre y esto es muy normal, puesto que es el mes del Adviento, de la espera.

¿Quién espera, realmente, más que una madre? Incluso es el mejor modelo de la espera cristiana, de la espera del Adviento: esperar lo que se posee y poseer lo que se espera.

No se debe admitir que una tradición tan antigua en la Iglesia como la veneración de la Virgen durante el Adviento permanezca en al sombra y casi en la ignorancia. Si el "mes de Mayo" frecuentemente corre el riesgo de ofrecernos una piedad sentimental, anecdótica y sin base bíblica, la liturgia del Adviento de a nuestra piedad mariana una sólida trama.

Muchos cristianos están todavía tan inconscientes de esta presencia de la Madre de Dios durante el Adviento que viven su devoción a la Virgen prescindiendo del Adviento como fundamento de la misma.

Aunque para una madre el nacimiento de su hijo supone una fiesta, que marca su alma para siempre, también es cierto que la preparación de este nacimiento es un tiempo privilegiado en el que la madre desarrolla con su hijo una intimidad muy particular. Aunque la Navidad es para María la fiesta más señalada de su maternidad, el Adviento, que prepara esta fiesta, es para ella un tiempo de elección.

 

 

INTRODUCCIÓN

 

EL BANQUETE DEL SEÑOR
Miguel Payá - Página franciscanos

Capítulo I
EL ANFITRIÓN
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo

Este banquete no lo hemos preparado nosotros, no es una cena de amistad como las que solemos hacer con frecuencia. Hemos sido invitados por un rey que quiere celebrar la boda de su hijo, y que nos ha enviado este mensaje: «Mi banquete está preparado, he matado becerros y cebones, y todo está a punto; venid a la boda» (Mt 22,2-4). ¿De qué rey y de qué hijo se trata? ¿Quién es la novia? ¿Por qué me ha invitado a mí? ¿Cómo va a ser el banquete?

De momento descubramos quiénes son ese rey y su hijo que nos invitan.

2. EL PADRE, FUENTE Y FIN DE LA EUCARISTÍA

La Eucaristía es revelación y comunicación del amor del Padre, es el gran abrazo en el que culmina ese gran misterio de su inmensa ternura hacia nosotros; ese gran amor sin «por qué» y sin límites del que hemos nacido y que constituye nuestra verdad última: «Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos, en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la creación del mundo para ser santos e inmaculados en su presencia, en el amor; eligiéndonos de antemano para ser sus hijos adoptivos por medio de Jesucristo, según el beneplácito de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia con la que nos agració en el Amado» (Ef 1,3-6).

a) El Creador

Toda nuestra vida es bendición de Dios. Él pronunció con amor nuestro nombre desde toda la eternidad. Él nos hizo existir desde la nada y nos mantiene a cada instante en el ser, nos hace crecer y nos conduce hacia la plena realización. Él nos hizo a imagen suya, es decir, capaces de conocernos, de poseernos y de darnos libremente y entrar en comunión con otras personas, para que pudiésemos participar en su misma vida. Él nos hizo hombre y mujer para que experimentásemos, como Él, la dicha de ser «el uno para el otro», de realizarnos haciendo al otro, y de transmitir la vida humana. Para nosotros creó todas las demás criaturas, el cielo y la tierra, el sol y la luna, el cedro y la flor, el águila y el gorrión, como escenario de nuestra vida y testigos de su sabiduría y bondad, y para que, admirándolos y cuidándolos, participásemos de su misma providencia y cuidado para que alcancen su última perfección.

b) El Restaurador

Pero la bendición del Padre no acabó ahí, sino que a partir de Abrahán, penetró en la historia humana, que se encaminaba hacia la muerte, y se convirtió en acción recreadora: nos reveló su nombre y su designio; entabló con la humanidad un diálogo de amor; nos ofreció su perdón; nos liberó de todas las esclavitudes con que nos habíamos ido encadenando; creó un pueblo suyo capaz de reconocerle, de amarle y de transmitir el conocimiento de Dios a toda la humanidad; acarició nuestros oídos con sus promesas formidables; se nos mostró tierno como una madre y fiel y cariñoso como un esposo; se prestó a ser pastor y guía solícito de nuestro difícil caminar.