REFLEXIONES  
 

 

REFLEXIÓN - 1

"SI EL GRANO DE TRIGO..."

Todos tenemos miedo y angustia ante el sufrimiento, el dolor, la enfermedad..., las situaciones adversas que pueden presentarse en la vida.

Y cuántas veces, ante ese miedo y esa angustia acudimos a Dios, a la Virgen y a los Santos, para que nos quiten el dolor, el sufrimiento, la enfermedad...

Y cada uno nos agarramos a ellos como podemos: oraciones, promesas, peregrinaciones... La piedad popular es rica en medios para pedir y obtener ayuda.

Cuántos, ante las situaciones dolorosas por las que pasan, caen en la tentación de atribuirlas a un castigo de Dios o a una injusticia divina, cuando no se tiene conciencia de haber hecho algo malo.

Dios, que por definición, es Amor, todo lo hace para el bien, sea de la persona que sufre, sea de otras personas; sea en ese momento, sea en otros.

Puede que mi enfermedad sirva para que otra persona pueda ejercitar la caridad, la cercanía y la solidaridad; puede ser que mi momento de angustia sirva para que otra persona descubra la importancia de escuchar, de compartir, de comprender; puede que mi dolor de hoy me ayude a crecer como persona y como creyente, para servir mejor el día de mañana.

El Señor, como verdadero hombre que era, sintió angustia y dolor ante la muerte que veía cercana y oró al Padre para que le liberara de la muerte. Y fue escuchado, porque resucitó y, glorificado, está sentado a la derecha del Padre. Pero lo crucificaron.

Aun en el sufrimiento, Jesús, acepta la voluntad del Padre, pues sabe que el Padre no busca su mal.

Y así, su muerte, como la del grano de trigo que cae en tierra y muere, da mucho fruto. 

Ese fruto es la salvación del mundo, que pasa por que "sea elevado sobre la tierra" en la cruz.

Ya lo decía Jesús: el sarmiento que no da fruto, se corta, pero el que da fruto, se poda, para que dé más fruto (Jn 15,2).

Como el de Cristo y unido al suyo, el dolor, la angustia, el sufrimiento, no son inútiles, nos purifican para que demos más fruto y ayudan al crecimiento de los demás.

En la Eucaristía compartimos el Cuerpo de Cristo, que se entrega por nosotros, y su Sangre, que se derrama por nosotros, ganándonos, en esa donación total, para la vida eterna.

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

"MI ALMA ESTÁ AGITADA"

(Jesús sintió también tristeza y tribulación)

Conmueve oír estas palabras de labios de Jesús: “Ahora mi alma está agitada, y ¿qué diré?: Padre, líbrame de esta hora”. Él, el Hijo de Dios, atribulado y conmovido. Interpelado por los acontecimientos que vive y las decisiones que tiene que tomar...

Si él, Jesús, vivió esta experiencia de desgarro interior, y sintió el deseo de olvidar y de huir... ¿podemos extrañarnos de lo que podamos sentir de soledad y de oscuridad? Esta extrema humanidad de Jesús ¿no debería llevarnos a seguirlo con más convencimiento y fuerza que nunca?

Ahora sabemos que Jesús pasó por aquellas experiencias humanas que hacen madurar desde dentro, que te dan otra visión de la vida, que llevan a tomar opciones definitivas. Y a confiar desde lo más hondo del alma: “Padre, glorifica tu nombre”.

· (Si el grano de trigo no muere...)

Nosotros, como Jesús, podemos sentir miedo al futuro, al abandono, a la desgracia... pero como él, nos podemos abandonar en manos de Dios. Jesús quiere explicar este misterio de la vida con una observación muy sencilla. Había visto cómo se lanzaban, a la tierra esponjosa y seca, los granos de trigo de la siembra. Y cómo las lluvias primaverales, después del invierno, hacia brotar briznas y después gordas espigas, con su fruto... Sabia de la promesa de Dios. Confiaba en Él.

Dar fruto pide unas condiciones, como el grano de trigo enterrado. Pero pide, sobre todo, fuerza interior, convencimiento de que el Espíritu de Dios está con nosotros. Convencimiento de que “los gritos y las lágrimas son escuchados por Dios”. Quizá algunas veces nosotros mismos nos podemos turbar con un sentimiento de profundo dolor, por una enfermedad o un sufrimiento moral, pero seguro que a menudo somos testigos de muchos sufrimientos de los demás y quizá no les escuchamos, no hacemos oración de súplica a Dios, no respondemos con nuestra solidaridad y nuestra compañía. Jesús asumió en él los sufrimientos de la humanidad e hizo lo posible para aliviarías. Jesús curó y asumió el sufrimiento humano en la cruz.

· (Crea en mí un corazón puro)

En este quinto domingo de Cuaresma, que sea nuestra súplica la del salmo que hemos cantado: “Crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme”. Un espíritu fuerte y magnánimo que nos afiance en las adversidades. Y nos mantenga constantes en la lucha contra el mal, en nosotros y en nuestro mundo.

Demasiado a menudo el miedo y el temor nos paralizan y frenan nuestro compromiso. La ley que Dios ha puesto en nuestro interior ha sido confirmada y ratificada por Jesús. Él, elevado en la cruz, nos atrae hacia si. Con él reencontramos la vida. Demos gracias porque en Jesucristo somos llamados a la libertad y a la vida.

· (El pan de la Eucaristía)

El pan que tomó Jesús, la noche entes de su pasión, y que dio a sus discípulos, es también el pan de nuestra eucaristía de hoy. Escucharemos sus palabras: "Tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo”. El cuerpo de Cristo, su entrega. Su desprendimiento. Él asumió la cruz y la pasión para dar fruto. Nosotros, con Jesús, y con los demás, podemos dar fruto y podemos dar razón de nuestra esperanza.

JOSEP M. FISA

 

 

REFLEXIÓN - 3

SE ANUNCIA LA NUEVA ALIANZA

Hemos escuchado en la primera lectura cómo el profeta Jeremías, después de haber sufrido por la ruina de su pueblo, Israel, con el destierro a Babilonia, ahora de parte de Dios, anuncia, por primera vez en todo el Antiguo Testamento, una Nueva Alianza. "Mirad que llegan días en que haré con la casa de Israel y la cada de Judá una alianza Nueva". Dios sigue fiel a su promesa y a su Alianza: "Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo". A pesar de la dureza del corazón de su pueblo, Dios no le abandona. Por sus profetas le va conduciendo, le va exhortando a la conversión.

La Alianza que anuncia Jeremías será más perfecta, más interior. No quedará grabada, como la de Moisés, en unas tablas de piedra: "Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones". "Todos me conocerán, cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados".

Por eso el salmo nos ha hecho pedir: "Oh Dios, crea en mí un corazón nuevo.". La Alianza, como el amor y la amistad, no se quedan en gestos exteriores, sino que piden una actitud interior, profunda.

-A Cristo le costó lágrimas y sangre la Nueva Alianza

Lo que el profeta Jeremías intuyó desde la penumbra del Antiguo Testamento, nosotros lo vemos ya cumplido plenamente en Cristo Jesús. La Nueva Alianza la selló El con su Sangre en la Cruz.

Las lecturas de hoy nos dicen lo que le costó. Sería una falsa imagen de Jesús el imaginarlo como un superhombre, impasible, estoico, por encima de todo sentimiento de dolor o de miedo, de duda o de crisis. Juan, en el evangelio, nos ha dicho cómo Jesús, instintivamente, pedía a Dios que le librara de la muerte, aunque luego él mismo recapacitó y pidió que se cumpliera la voluntad del Padre. Y en la carta a los Hebreos hemos leído detalles que no constan en el evangelio: Cristo, ante la muerte, pidió ser librado de ella con lágrimas y gritos.

Sólo puede extrañar esto a los que no han entendido la profundidad de su comunión y su solidaridad con los hombres.

Tenemos un mediador, un Pontífice, que no es extraño a nuestra historia, que sabe comprender nuestros peores momentos y nuestras experiencias de dolor, de duda y de fatiga. Lo ha experimentado en su propia carne. Y así es como ha realizado entre Dios y la Humanidad la definitiva Alianza.

Obedeciendo, solidarizándose hasta la cruz. haciendo suyo el castigo por nuestro pecado, "se ha convertido para todos los que le obedecen en autor de salvación eterna" (Hebreos).

-El grano de trigo que muere y así da fruto

Pero todo esto no es la última palabra. Este amor total hasta la muerte tiene un sentido positivo.

El mismo Jesús nos ha presentado una imagen muy expresiva: "Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo, pero si muere, da mucho fruto". Ese es el camino de la salvación que Cristo nos ha conseguido. Como es el camino de todas las cosas que valen la pena.

Nos estamos acercando a la Semana Santa y la Pascua.

Contemplamos esta figura de Cristo caminando hacia su Cruz y dispongámonos a incorporarnos también nosotros al mismo movimiento de su Pascua: muerte y vida, renuncia y novedad.

Nos ha dicho: "El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor. El que se ama a sí mismo, se pierde". Celebrar la Pascua supone renunciar a lo viejo y abrazar con decisión lo nuevo. La novedad de vida que Cristo nos quiere comunicar.

Esto supone lucha. Esto comporta muchas veces dolor, sacrificio, conversión de caminos que no son pascuales, que no son conformes a la Alianza con Dios. El mejor fruto de la Pascua es que nuestra fe, tanto a nivel personal como comunitario, se haga más profunda y convencida, y que cambie el estilo de nuestra vida.

Cuando hoy escuchemos en la Eucaristía lo que el sacerdote dice del cáliz de vino: "este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la Alianza nueva y eterna", recordemos lo que anunciaba Jeremías, y que se ha consumado en la Cruz de Cristo. De esa Alianza participamos cada vez que acudimos a comulgar. La Eucaristía es cada vez una Pascua concentrada: EU/PAS: Cristo mismo ha querido en ella hacernos partícipes de toda la fuerza salvadora de su entrega en la Cruz.

J. ALDAZABAL  (+)