LA
SEMANA SANTA
Entre todas las semanas
del año, la más importante para los cristianos es la
semana santa, que ha sido santificada precisamente por
los acontecimientos que conmemoramos en la liturgia y
consagrada a Dios de manera muy especial. La Iglesia, al
conmemorar la pasión, muerte y resurrección de Cristo,
se santifica y renueva a sí misma.
Esta semana se conoció
también antiguamente como "la semana grande", título que
conservó hasta hace poco en el breviario romano 1. Es,
en efecto, una semana grande, puesto que constituye el
centro y el corazón de la liturgia de todo el año. En
ella se celebra el misterio de la redención. Los
cristianos de la antigüedad estaban bien persuadidos de
su grandeza; un escritor de los primeros siglos la
resumió en esta frase lapidaria: "Pascua es la cumbre".
Uno de los más
penetrantes comentarios a la semana santa es el de la
monja benedictina alemana Aemiliana Lóhr, titulado
precisamente The Great Week. Rebosa dicho comentario de
contenido revelador y de pensamientos impresionantes,
uno de los cuales puede servirnos particularmente de
ayuda en esta sección introductoria. Se trata de que
debemos entrar en la semana santa con un espíritu de paz
interior y recogimiento. Sabemos por experiencia que los
días precedentes a la pascua pueden ser un tiempo de
actividad frenética; a menudo nos sentimos absorbidos
con los últimos preparativos para la fiesta de pascua y
dejamos el cumplimiento de nuestras obligaciones
espirituales para un gran esfuerzo final.
En su primer capítulo,
Aemiliana Lóhr usa el hermoso ejemplo de un navío
entrando en el puerto después de un largo viaje. Es una
imagen de paz; las semanas de esfuerzo y tensión han
concluido. La Iglesia es como esa embarcación. La
cuaresma ha sido un largo viaje, un tiempo de trabajo y
disciplina; pero ahora, en la semana santa, el barco
entra en el puerto; ha llegado el momento de descansar
en la pasión de Cristo. Puede que no sea fácil sacar
tiempo para dedicar a Dios, pero esta idea de descansar
en la pasión sugiere la actitud mental que conviene
tener al acercarse la semana santa.
Podemos descansar en el
pensamiento del amor de Dios, que está en el origen de
todos los acontecimientos que conmemoramos en esta
semana: "Porque tanto ha amado Dios al mundo, que le ha
dado a su Hijo unigénito" (Jn 3,16). Toda la pasión fue
motivada por amor, el amor de Dios hecho visible en
Cristo. Una vez más es Juan quien nos lo afirma:
"Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los
amó hasta el fin" (Jn 13,1).
Durante la semana santa,
la Iglesia sigue las huellas de su Maestro. Las
narraciones de la pasión cobran nueva vida, como si los
hechos se repitieran efectivamente ante nuestros ojos.
Todos los acontecimientos que conducen al arresto, al
proceso y a la ejecución de Jesús son recordados y
celebrados. Paso a paso, escena por escena, seguimos el
camino que Jesús holló con sus pies durante los últimos
días de su vida mortal.
La liturgia de la semana
santa surgió de la devoción de los primeros cristianos
en Jerusalén, donde Jesús sufrió su pasión. Desde los
albores de la cristiandad, Jerusalén fue meta de
peregrinaciones; y los peregrinos, entonces como ahora,
gustaban de visitar los lugares de la pasión: Getsemaní,
el pretorio, el Gólgota, el santo sepulcro. Entre los
más interesantes documentos de los primeros tiempos que
han llegado hasta nosotros destaca el diario de viaje de
la peregrina española Egeria. En él se contiene una
descripción gráfica de la liturgia de semana santa tal
como se celebraba en Jerusalén alrededor del año 400 de
nuestra era.
Tenemos mucho que
aprender de la devoción de la Iglesia antigua según nos
la presentan los escritos que de ella se conservan. Es
verdad que los cristianos de Jerusalén tenían la ventaja
de estar más cerca del Señor en el tiempo y en el
espacio; pero no por eso nuestra devoción ha de ser
menor. Después de todo, nosotros participamos en los
misterios de Cristo no mediante imaginación o
sentimiento, aunque también éstos tienen su cometido,
sino por la fe. En la liturgia de semana santa, la
Iglesia revive en la fe el misterio salvador de la
pasión, muerte y resurrección del Señor.
Vincent Ryan
(MERCABÁ)
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