LOS AMÓ HASTA EL EXTREMO
"Habiendo amado a los suyos que estaban
en el mundo, los amó hasta el extremo" (Jn 13,
1). Dios ama a su criatura, el hombre; lo ama también en
su caída y no lo abandona a sí mismo. Él ama hasta el
fin. Lleva su amor hasta el final, hasta el extremo:
baja de su gloria divina. Se desprende de las vestiduras
de su gloria divina y se viste con ropa de esclavo. Baja
hasta la extrema miseria de nuestra caída. Se arrodilla
ante nosotros y desempeña el servicio del esclavo; lava
nuestros pies sucios, para que podamos ser admitidos a
la mesa de Dios, para hacernos dignos de sentarnos a su
mesa, algo que por nosotros mismos no podríamos ni
deberíamos hacer jamás.
Dios no es un Dios lejano, demasiado
distante y demasiado grande como para ocuparse de
nuestras bagatelas. Dado que es grande, puede
interesarse también de las cosas pequeñas. Dado que es
grande, el alma del hombre, el hombre mismo, creado por
el amor eterno, no es algo pequeño, sino que es grande y
digno de su amor. La santidad de Dios no es sólo un
poder incandescente, ante el cual debemos alejarnos
aterrorizados; es poder de amor y, por esto, es poder
purificador y sanador.
Dios desciende y se hace esclavo; nos
lava los pies para que podamos sentarnos a su mesa. Así
se revela todo el misterio de Jesucristo. Así resulta
manifiesto lo que significa redención. El baño con que
nos lava es su amor dispuesto a afrontar la muerte. Sólo
el amor tiene la fuerza purificadora que nos limpia de
nuestra impureza y nos eleva a la altura de Dios. El
baño que nos purifica es él mismo, que se entrega
totalmente a nosotros, desde lo más profundo de su
sufrimiento y de su muerte.
Él es continuamente este amor que nos
lava. En los sacramentos de la purificación -el Bautismo
y la Penitencia- él está continuamente arrodillado ante
nuestros pies y nos presta el servicio de esclavo, el
servicio de la purificación; nos hace capaces de Dios.
Su amor es inagotable; llega realmente hasta el extremo.
"Vosotros estáis limpios, pero no todos",
dice el Señor (Jn 13,
10). En esta frase se revela el gran don de la
purificación que él nos hace, porque desea estar a la
mesa juntamente con nosotros, de convertirse en nuestro
alimento. "Pero no todos": existe el misterio oscuro
del rechazo, que con la historia de Judas se hace
presente y debe hacernos reflexionar precisamente en el
Jueves santo, el día en que Jesús nos hace el don de sí
mismo. El amor del Señor no tiene límites, pero el
hombre puede ponerle un límite.
"Vosotros estáis limpios, pero no
todos": ¿Qué es lo que hace impuro al hombre? Es el
rechazo del amor, el no querer ser amado, el no amar. Es
la soberbia que cree que no necesita purificación, que
se cierra a la bondad salvadora de Dios. Es la soberbia
que no quiere confesar y reconocer que necesitamos
purificación.
En Judas vemos con mayor claridad aún la
naturaleza de este rechazo. Juzga a Jesús según las
categorías del poder y del éxito: para él sólo cuentan
el poder y el éxito; el amor no cuenta. Y es avaro:
para él el dinero es más importante que la comunión con
Jesús, más importante que Dios y su amor. Así se
transforma también en un mentiroso, que hace doble juego
y rompe con la verdad; uno que vive en la mentira y así
pierde el sentido de la verdad suprema, de Dios. De este
modo se endurece, se hace incapaz de conversión, del
confiado retorno del hijo pródigo, y arruina su vida.
"Vosotros estáis limpios, pero no todos".
El Señor hoy nos pone en guardia frente a la
autosuficiencia, que pone un límite a su amor ilimitado.
Nos invita a imitar su humildad, a tratar de vivirla, a
dejarnos "contagiar" por ella. Nos invita -por más
perdidos que podamos sentirnos- a volver a casa y a
permitir a su bondad purificadora que nos levante y nos
haga entrar en la comunión de la mesa con él, con Dios
mismo.
Reflexionemos sobre otra frase de este
inagotable pasaje evangélico: "Os he dado ejemplo..." (Jn 13,
15); "También vosotros debéis lavaros los pies unos a
otros" (Jn 13,
14). ¿En qué consiste el "lavarnos los pies unos a
otros"? ¿Qué significa en concreto? Cada obra buena
hecha en favor del prójimo, especialmente en favor de
los que sufren y los que son poco apreciados, es un
servicio como lavar los pies. El Señor nos invita a
bajar, a aprender la humildad y la valentía de la
bondad; y también a estar dispuestos a aceptar el
rechazo, actuando a pesar de ello con bondad y
perseverando en ella.
Pero hay una dimensión aún más profunda.
El Señor limpia nuestra impureza con la fuerza
purificadora de su bondad. Lavarnos los pies unos a
otros significa sobre todo perdonarnos continuamente
unos a otros, volver a comenzar juntos siempre de nuevo,
aunque pueda parecer inútil. Significa purificarnos unos
a otros soportándonos mutuamente y aceptando ser
soportados por los demás; purificarnos unos a otros
dándonos recíprocamente la fuerza santificante de la
palabra de Dios e introduciéndonos en el Sacramento del
amor divino.
El Señor nos purifica; por esto nos
atrevemos a acercarnos a su mesa. Pidámosle que nos
conceda a todos la gracia de poder ser un día, para
siempre, huéspedes del banquete nupcial eterno. Amén.
Benedicto XVI