
Clave de
lectura
Estamos en el así llamado
“libro de la resurrección” donde se narran,
sin una continuidad lógica, diversos
episodios que se refieren a Cristo
Resucitado y los hechos que lo prueban.
Estos hechos están
colocados, en el IV Evangelio, en la mañana
(20,1-18) y en la tarde del primer día
después del sábado y ocho días después, en
el mismo lugar y día de la semana.
Nos encontramos de frente
al acontecimiento más importante en la
historia de la Humanidad, un acontecimiento
que nos interpela personalmente. “Si Cristo
no ha resucitado vana es nuestra
predicación, y vana es también nuestra fe..
y vosotros estáis aún en vuestros pecados”
(1Cor 15,14.17) dice el apóstol Pablo, que
no había conocido a Jesús antes de la
Resurrección, pero que lo predicaba con toda
su vida, lleno de celo.
Jesús es el enviado del
Padre. Él también nos envía.
La disponibilidad de
“andar” proviene de la profundidad de la fe
que tenemos en el Resucitado.
¿Estamos preparado para
aceptar Su “mandato” y a dar la vida por su
Reino?
Este pasaje no se refiere
sólo a la fe de aquéllos que no han visto
(testimonio de Tomás), sino también a la
misión confiada por Cristo a la Iglesia.
Comentario
Al atardecer de aquel
día, el primero de la semana: los discípulos
están viviendo un día extraordinario. El día
siguiente al sábado, en el momento en el que
viene escrito el IV evangelio, es ya para la
comunidad “ el día del Señor” (Ap 1-10),
Dies Domini (domingo) y tiene más
importancia que la tradición del sábado para
los Judíos.
Mientras estaban cerradas
las puertas: una anotación para indicar que
el cuerpo de Cristo Resucitado, aún siendo
reconocible, no está sujeto a las leyes
ordinarias de la vida humana.
Paz a vosotros: no es un
deseo, sino la paz que había prometido
cuando estaban afligidos por su partida (Jn
14,27; 2Tes 3,16; Rom 5,3), la paz
mesiánica, el cumplimiento de las promesas
de Dios, la liberación de todo miedo, la
victoria sobre el pecado y sobre la muerte,
la reconciliación con Dios, fruto de su
pasión, don gratuito de Dios. Se repite por
tres veces en este pasaje, como también la
introducción (20,19) se repite más adelante
(20,26) de modo idéntico.
Les mostró las manos y el
costado: Jesús refuerza las pruebas
evidentes y tangibles de que es Él el que ha
sido crucificado. Sólo Juan recuerda
especialmente la herida del costado
producida por la lanza de un soldado romano,
mientras Lucas tiene en cuenta las heridas
de los pies (Lc 24-39). Al mostrar las
heridas quiere hacer evidente que la paz que
Él da, viene de la cruz (2Tim 2,1-13).
Forman parte de su identidad de Resucitado (Ap
5,6)
Los discípulos se
alegraron de ver al Señor: Es el mismo gozo
que expresa el profeta Isaías al describir
el banquete divino (Is 25,8-9), el gozo
escatológico, que había preanunciado en los
discursos de despedida, gozo que ninguno
jamás podrá arrebatar (Jn 16,22; 20,27). Cfr.
También Lc 24,39-40; Mt 28,8; Lc 24,41.
Como el Padre me envió,
también yo os envío: Jesús es el primer
misionero, el “apóstol y sumo sacerdote de
la fe que profesamos” (Ap 3,1). Después de
la experiencia de la cruz y de la
resurrección se actualiza la oración de
Jesús al Padre (Jn 13,20; 17,18; 21,15,17).
No se trata de una nueva misión, sino de la
misma misión de Jesús que se extiende a
todos los que son sus discípulos, unidos a
Él como el sarmiento a la vid (15,9), como
también a su Iglesia (Mt 28,18-20; Mc
16,15-18; Lc 24,47-49). El Hijo eterno de
Dios ha sido enviado para que “el mundo se
salve por medio de Él” (Jn 3,17) y toda su
existencia terrena, de plena identificación
con la voluntad salvífica del Padre, es una
constante manifestación de aquella voluntad
divina de que todos se salven. Este proyecto
histórico lo deja en consigna y herencia a
toda la Iglesia y de modo particular, dentro
de ella, a los ministros ordenados.
Sopló sobre ellos: el
gesto recuerda el soplo de Dios que da la
vida al hombre (Gn 2,7); no se encuentra
otro en el Nuevo Testamento. Señala el
principio de una creación nueva.
Recibid el Espíritu
Santo: después que Jesús ha sido glorificado
viene dado el Espíritu Santo (Jn 7,39). Aquí
se trata de la transmisión del Espíritu para
una misión particular, mientras Pentecostés
(Act 2) es la bajada del Espíritu Santo
sobre todo el pueblo de Dios.
A quienes perdonéis los
pecados, les quedan perdonados; a quienes se
los retengáis, les quedan retenidos: el
poder de perdonar o no perdonar (remitir)
los pecados se encuentra también en Mateo de
forma más jurídica (Mt 16,19; 18,18). Es
Dios quien tiene el poder de perdonar los
pecados, según los escribas y fariseos (Mc
2,7), como según la tradición (Is 43,25).
Jesús tiene este poder (Lc 5,24) y lo
transmite a su Iglesia. Conviene no
proyectar sobre este texto, en la
meditación, el desarrollo teológico de la
tradición eclesial y las controversias
teológicas que siguieron. En el IV evangelio
la expresión se puede considerar de un modo
amplio. Se indica el poder de perdonar los
pecados en la Iglesia como comunidad de
salvación, de la que están especialmente
dotados aquéllos que participan por sucesión
y misión del carisma apostólico. En este
poder general está también incluso el poder
de perdonar los pecados después del
bautismo, lo que nosotros llamamos
“sacramento de la reconciliación” expresado
de diversas formas en el curso de la
historia de la Iglesia.
Tomás, uno de los Doce,
llamado el Mellizo: Tomás es uno de los
protagonistas del IV evangelio, se pone en
evidencia su carácter dudoso y fácil al
desánimo (11,16; 14,5). “Uno de los doce” es
ya una frase hecha (6,71), porque en
realidad eran once. “Dídimo” quiere decir
Mellizo , nosotros podremos ser “mellizos”
con él por la dificultad de creer en Jesús,
Hijo de Dios muerto y resucitado.
¡Hemos visto al Señor! Ya
antes Andrés, Juan y Felipe, habiendo
encontrado al mesías, corrieron para
anunciarlo a los otros (Jn 1,41-45). Ahora
es el anuncio oficial por parte de los
testigos oculares (Jn 20,18).
Si no veo en sus manos la
señal de los clavos y no meto mi dedo en el
agujero de los clavos y no meto mi mano en
su costado, no creeré: Tomás no consigue
creer a través de los testigos oculares.
Quiere hacer su experiencia. El evangelio es
consciente de la dificultad de cualquiera
para creer en la Resurrección (Lc24, 34- 40;
Mc 16,11; 1Cor 15,5-8), especialmente
aquéllos que no han visto al Señor. Tomás es
su (nuestro ) intérprete. Él está dispuesto
a creer, pero quiere resolver personalmente
toda duda, por temor a errar. Jesús no ve en
Tomás a un escéptico indiferente, sino a un
hombre en busca de la verdad y lo satisface
plenamente. Es por tanto la ocasión para
lanzar una apreciación a hacia los futuros
creyentes (versículo 29).
Acerca aquí tu dedo y
mira mis manos; trae tu mano y métela en mi
costado, y no seas incrédulo sino creyente:
Jesús repite las palabras de Tomás, entra en
diálogo con él, entiende sus dudas y quiere
ayudarlo. Jesús sabe que Tomás lo ama y le
tiene compasión, porque todavía no goza de
la paz que viene de la fe. Lo ayuda a
progresar en la fe. Para profundizar más en
la meditación, se pueden confrontar los
lugares paralelos: 1Jn 1-2; Sal 78,38;
103,13-14; Rom 5,20; 1Tim 1,14-16.
¡Señor mío y Dios mío!:
Es la profesión de fe en el Resucitado y en
su divinidad como está proclamado también al
comienzo del evangelio de Juan (1,1) En el
Antiguo Testamento “Señor” y “Dios”
corresponden respectivamente a”Jahvé” y a
“Elohim” (Sal 35,23-24; Ap 4,11). Es la
profesión de fe pascual en la divinidad de
Jesús más explicita y directa. En el
ambiente judaico adquiría todavía más valor,
en cuanto que se aplicaban a Jesús textos
que se refieren a Dios. Jesús no corrige las
palabras de Tomás, como corrigió aquéllas de
los judíos que lo acusaban de querer hacerse
“igual a Dios” (Jn 5,18ss), aprobando así el
reconocimiento de su divinidad.
Porque me has visto has
creído. Dichosos los que no han visto y han
creído: Jesús nunca soporta a los que están
a la búsqueda de signos y prodigios para
creer (Jn 4,48) y parece reprochar a Tomás.
Encontramos aquí un pasaje hacia una fe más
auténtica, un “camino de perfección” hacia
una fe a la que se debe llegar también sin
las pretensiones de Tomás, la fe aceptada
como don y acto de confianza. Como la fe
ejemplar de nuestros padres (Ap 11) y como
la de María (Lc 1,45). A nosotros, que
estamos a más de dos mil años de distancia
de la venida de Jesús, se nos dice que,
aunque no lo hayamos visto, lo podemos amar
y creyendo en Él podemos exultar de “un gozo
indecible y glorioso” (1Pt 1,8).
Estos [signos] han sido
escritos para que creáis que Jesús es el
Cristo, el Hijo de Dios, y para que creyendo
tengáis vida en su nombre: El IV evangelio,
como los otros, no tiene la finalidad de
escribir la vida completa de Jesús, sino
sólo demostrar que Jesús era el Cristo, el
Mesías esperado, el Liberador y que era Hijo
de Dios. Creyendo en Él tenemos la vida
eterna. Si Jesús no es Dios, ¡vana es
nuestra fe!
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