LA
CONSIGNA DEL AMOR
Este
proyecto sigue las lecturas del domingo 6 de Pascua Eso
sí: a la 2ª lectura, de la carta de Juan, se le podría
añadir la 2ª del domingo 7 de Pascua, que es su
continuación.
(Artículo
primero: el amor)
Las
lecturas de hoy nos han centrado claramente en la
consigna del amor como el programa prioritario de los
cristianos. Como si la Pascua, que estamos celebrando,
tuviera aquí su clave principal: ¿amamos o no amamos?
Este es el "mandamiento" por excelencia, que
nunca acabamos de aprender y cumplir. No está mal que
nos miremos a este espejo y nos examinemos, para saber
si estamos siguiendo bien los caminos del Resucitado.
(Un
amor en tres tiempos)
La
carta de san Juan, y de nuevo el evangelio de san Juan,
nos proponen este tema del amor con una "lógica"
que nos podría parecer un poco extraña.
*
Ante todo, nos asegura que Dios es amor. No somos
nosotros los que amamos primero. Es él el que nos ha
amado, anticipándose a nosotros. Y lo ha demostrado en
toda la historia, sobre todo en su momento central,
cuando hace ahora dos mil años nos envió a Cristo su
Hijo.
La
mejor prueba del amor de Dios la tenemos precisamente en
la Pascua que estamos celebrando desde hace cinco
semanas: ha resucitado a Jesús y en él a todos
nosotros, comunicándonos su vida. De Dios podemos
resaltar su inmenso poder, su sabiduría, su santidad.
Pero hoy hemos escuchado una definición sorprendente:
Dios es amor. Y ahí está el punto de partida de todo.
*
Un segundo paso es constatar que Cristo Jesús es la
personificación perfecta de ese amor: "Como el
Padre me ha amado, así os he amado yo". En Cristo
vemos el amor de Dios en acción. Cristo nos muestra su
amor: "Ya no os llamo siervos, os llamo
amigos". Y lo puede decir con pleno derecho, porque
es el que mejor ha hecho realidad esa palabra:
"Nadie tiene amor más grande que el que da la vida
por sus amigos".
El
Cristo de la Pascua, el entregado a la muerte y
resucitado a la vida, es el que puede hablar de amor. En
la misma escena en que dice estas palabras -su cena de
despedida- hará con sus discípulos un adelanto simbólico
de su entrega en la cruz: se ciñe la toalla y les lava
los pies. El amor del que sirve, del que se entrega
hasta el final, del que no se busca a sí mismo.
*
Y ahora viene la conclusión. Amaos unos a otros: Es el
tercer momento de esta propuesta del amor. Una conclusión
que parece como que rompe la lógica, porque se podría
suponer que acabara de otro modo: si Dios os ama, si yo
os he demostrado mi amor, responded vosotros con vuestro
amor a Dios y a mí. Y sin embargo, la conclusión de
Jesús es otra: "Amaos unos a otros". Es una lógica
sorprendente, pero que Juan subraya una y otra vez. Sólo
el que ama a los demás "ha nacido de Dios", sólo
el que ama "conoce a Dios".
(Amor
de hijos y de hermanos)
"Amor"
es una palabra que usamos mucho y que puede llegar a
vaciarse de contenido. Pero aquí se nos presenta
cargada de contenido. El que se siente amado por Dios,
el que tiene conciencia de "hijo" de Dios y
"hermano" de Cristo, tiene un programa de vida
clarísimo: tiene que amar a su hermano. Si yo soy hijo
de Dios, y los demás también lo son, todos nos debemos
sentir hermanos y amarnos. Es un programa que nos ofrece
los mejores ideales y a la vez la más auténtica alegría:
"Os he hablado de esto para que mi alegría esté
en vosotros y vuestra alegría llegue a plenitud".
La alegría de Cristo es profunda y seria: es la alegría
del que se ha sacrificado por los demás hasta las últimas
consecuencias. En nuestra vida familiar y social tenemos
muchas ocasiones para ejercitar este primer mandamiento,
hecho cercanía, comprensión, perdón, ayuda
generosa...
(Un
amor universal: el caso de Cornelio)
Hemos
escuchado en la primera lectura un caso muy hermoso de
esta caridad fraterna, concretada en la actitud de
tolerancia y universalismo. La comunidad primera, por
medio de Pedro, primero, y luego de todos, aceptan en la
fe a una familia pagana, romana por más señas (o sea,
de la nación ocupante), la familia del centurión
Cornelio. Iluminados por el Espíritu, se dan cuenta de
que Dios no hace "acepción de personas", que
no distingue entre naciones y lenguas y procedencias. La
comunidad cristiana aprendió así una lección de
apertura.
Esto
sigue costándonos a nosotros. Es difícil aceptar a
personas de distinta formación, de carácter, cultura,
ideología y edad diferentes... Y, sin embargo, la lógica
es clara: Dios quiere a todos, Cristo se entregó por
todos, por tanto nosotros debemos amar también con
corazón universal.
En
cada Eucaristía escuchamos todos la misma Palabra,
recibimos el mismo alimento de vida, y nos damos la paz.
Que se note también en la vida que estamos aprendiendo
a amar con el mismo corazón universal de Dios y de
Cristo.
J.
ALDAZABAL (+)