"¡QUE
PASE LA ANTORCHA!"
Cuando
van a tener lugar unos juegos olímpicos, en Grecia, en
Olimpia, tiene lugar la ceremonia del encendido de la
antorcha.
Concentrando
los rayos del sol en un espejo, se forma la llama con la que
se enciende la antorcha que, después, en una carrera de
relevos, recorrerá los países hasta llegar al lugar donde
se realizarán las competiciones.
Atletas
de diversas naciones, razas y culturas van pasando la luz de
unos a otros.
No
faltarán tropezones y caídas; no faltará quien se desvíe
del camino; no faltará quien, no estando de acuerdo con el
acontecimiento, intente boicotearlo, poner zancadillas,
pero, al final, la antorcha llegará a su sitio.
Hace
dos mil años se encendió la gran Luz: vino a nosotros, nos
visitó, el "Sol que nace de los alto"; nos
iluminó con su vida y su Palabra; se entregó en la
cruz por nosotros, nos rescató del pecado y de la
muerte eterna, abriéndonos de par en par las puertas del
Reino del Padre, para que entremos como hijos.
Tras
la muerte, vino la resurrección y después, subiendo al
cielo, la glorificación, sentarse a la derecha del Padre.
Pero
antes de subir al cielo, el que es la Luz, nos mandó ser
testigos de la Luz: que la llama de su Palabra, de su vida,
de su salvación, llegue hasta los confines del mundo.
Esta
es la antorcha que ha de pasar de mano en mano, de un lugar
a otro, de un tiempo a otro hasta que lleguemos al lugar de
la gran fiesta: la casa del Padre.
La
vida de los cristianos debe ser esa luz ("Vosotros sois
la luz del mundo") que pasa e ilumina; una luz hecha
obras: "Sed siempre humildes y amables, sed
comprensivos, sobrellevaos mutuamente con amor..." y
que no falte la unidad y la paz.
Todos
llevamos las misma luz , porque todos tenemos un Señor, una
fe, un bautismo, un mismo Dios y Padre; todos somos miembros
del mismo Cuerpo y, cada uno, desde su misión y tarea,
debemos mantenerlo sano, fuerte y en permanente crecimiento,
hasta que cada uno de los miembros demos la talla de Cristo.
No
van a faltar los que se cansen, los que se caigan, los que
se desvíen, los que dejen la carrera; no van a faltar las
zancadillas, los que no quieren que la Luz llegue a la
gente. Hoy, por ejemplo, una zancadilla es esa novela,
falsamente llamada histórica, y su película, "El
Código da Vinci", en la que de una manera burda y sin
fundamentos sólidos, quieren tergiversar lo que pasó en
los comienzos, entre los primeros seguidores de Jesucristo.
No
importan las zancadillas, hay que seguir corriendo con la
antorcha, pues aún no ha llegado su luz al mundo entero.
Todavía
hay mucho mal (mucho "demonio") que echar fuera,
todavía hay demasiadas lenguas, demasiados mensajes
contradictorios, todavía falta camino para que todos
hablemos la misma lengua: el amor, la comprensión, la
solidaridad, la preferencia por los pobres, los enfermos,
los marginados...
"Ellos
fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes y sus
obras les acompañaban"
Y
aquí estamos hoy nosotros, que hemos recibido la antorcha,
que hemos de correr nuestra carrera y debemos pasarla viva a
los que nos siguen.
Y
si hemos llegado hasta aquí y sabemos que la luz de Cristo
seguirá adelante, es porque el Espíritu está en medio de
nosotros.
Y
la Eucaristía nos ayuda a mantener viva la antorcha de
nuestra fe.