¿NO TE
IMPORTA QUE NOS HUNDAMOS?
Estábamos
un día, al amanecer, en un barco, en medio del lago
Tiberíades, haciendo oración y leyendo el texto del
Evangelio de este domingo.
El
lago era una balsa, tranquilo como el Mar Menor cuando
no hay vientos.
Me
llamaba la atención la calma del mar, por una parte, y,
por otra, lo que estábamos escuchando en el Evangelio:
"Se levantó un fuerte huracán, y las olas
rompían contra la barca hasta casi llenarla de
agua".
Después
de la oración pregunté al guía si se daban esos
cambios repentinos y bruscos de mar en calma a mar
gruesa y, explicándome algo sobre corrientes,
profundidades, calor, evaporación y vientos, me dijo
que sí, que es posible el cambio repentino del que nos
habla San Marcos.
Pero
San Marcos no quiere darnos lecciones de geografía o
metereología, sino que nos habla del poder salvador de
Jesús, más fuerte que el mar embravecido.
"¿No
te importa que nos hundamos?"
¡Claro
que le importa! Pero también le importa que se fíen de
él, que entiendan que en él está la seguridad y la
salvación.
El
mar tempestuoso era en aquellas culturas el lugar de las
fuerzas del mal, que pugnaban contra Dios. Dominar el
mar significaba que la última palabra siempre es de
Dios.
Como
hemos escuchado en la primera lectura: "¿Quién
cerró el mar con una puerta, cuando salía impetuoso
del seno materno?
La
Iglesia, cada uno de nosotros, nos encontramos a veces
como sacudidos por las olas; tenemos la impresión de
que nos hundimos.
Cuando
en este tiempo que nos ha tocado vivir, como en muchos
otros a lo largo de la historia, algunos, también
dirigentes y legisladores, se enfrentan a la
Iglesia y a todo lo que suena a cristiano, queriendo
hacer desaparecer toda una forma de pensar, sentir y
vivir, inspirados en el Evangelio; cuando con tanta
frecuencia sentimos las embestidas de una sociedad del
consumo, del tener, más que del ser; cuando se nos
tienta con que la felicidad está en el disfrute
inmediato, en no privarse de nada que a uno le apetezca;
cuando la comodidad, el hedonismo, el no hacer nada se
presenta como compensación del trabajo..., tenemos la
tentación de dejarnos engullir por esas olas.
"¿Por
qué sois tan cobardes? ¿Aún no tenéis fe?", nos
dice Jesús.
Con
él, los vientos cesan y viene la calma.
El
cristiano es de Cristo y con él camina seguro, resiste
los ataques del mal, vive en la calma y la serenidad
porque sabe de quién se fía.
En
la travesía del mar de la vida, sabe que no le falta el
alimento para fortalecerse: el mismo Jesús se da como
alimento en la Eucaristía.