REFLEXIONES  
 

 

REFLEXIÓN - 1

EN ÉL VIVIMOS

(Dios no hizo la muerte)

“Dios no hizo la muerte”, hemos escuchado en la primera lectura. Y sigue insistiendo: “No se recrea en la destrucción de los vivientes; todo lo creó para que subsistiera...”. Pero nuestra experiencia nos dice que la muerte existe. Y no sólo las personas. Mueren los animales y las plantas. Todo lo que en un momento ha empezado a tener vida, acaba muriendo. Pero una cosa es esa realidad vinculada a unas leyes naturales de este planeta tierra, y otra cuando nos ponemos a mirar las cosas desde Dios, que es eterno. Desde esa perspectiva, también podemos afirmar que la muerte no existe. El texto bíblico citado sigue insistiendo: “Dios lo creó todo para que subsistiera”; “la justicia es inmortal”. Quiere decir que Dios es inmortal y perfecto. Todo lo que no sea él es imperfecto y limitado en el tiempo. Repito esta idea: visto desde nosotros, la muerte es un hecho incuestionable. La podríamos llamar “la muerte biológica”. Pero visto desde Dios, podemos afirmar también que la muerte no existe.

· (La vida natural viene de Dios)

En el prólogo del evangelio de san Juan leemos: “En él había la vida”; “por medio de él se hizo todo”. Por tanto, todo participa de su vida, aun cuando sea de modo limitado e imperfecto. Vida vegetal, vida animal, vida humana. Pero la vida natural de los seres humanos, colocados en el “ranking” de los seres vivos del planeta tierra por encima de los animales y las plantas, está llamada a la inmortalidad. Este plan de Dios sobre nosotros, nos ha sido reve­lado por nuestro Señor Jesucristo cuando, después de hablar de su resurrección, nos habla también de la nuestra diciendo: “En esta vida, los hombre y mujeres se casan; pero los que sean juzgados dignos de la vida futura y de la resurrección de entre los muertos, no se casarán. Pues ya no pueden morir, son como ángeles; son hijos de Dios, porque participan en la resurrección”. Y añade: “Dios, no es Dios de muertos sino de vivos: porque para él todos están vivos” (Lc 20,34 ss.).

· (Y la vida sobrenatural, también)

Pero existe todavía otro grado de “sobre-vida”, que es la misma vida de Dios participada por nosotros, cuando se nos dice: “A los que creen en su nombre, les da poder para ser hijos de Dios. Éstos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios”. Esta vida, que llamamos sobrenatural, es una “participación de la naturaleza divina” (2 Pedro 1, 4).

· (Para él, todos viven)

Hace un momento he citado unas palabras de Jesús: “Para Dios, todos viven”. O, lo que es equivalente: para Dios, la muerte no existe. ¿Qué com­paración podríamos encontrar para entender esto más fácilmente? Ahora que, quien más quien menos, sabe lo que es “internet”, quedamos asombrados al ver la gran capacidad de memoria que tiene la red. Cada día, en todo el mundo, se van echado allí cantidades de textos, dibujos, músicas... Parece infinita, como si pudiera contenerlo todo. Pues imaginémonos a Dios como una supermemoria en donde esta realmente todo, TODO. Y no de una forma progresiva, como lo que estamos haciendo nosotros, que vivimos en le tiempo, sino pensando cómo tiene que ser la vida de Dios: en la eternidad, sin antes ni después.

Todos estamos allí, dentro de él, ya antes de que nazcamos; y después de morir, también. Allí tenemos nuestra ventanita, un archivo a nuestro nombre. Es lo que dice san Pablo en la carta a los Efesios (1,4): “Dios nos eligió en Cristo, antes de crear el mundo”. Cierto que hemos de admitir, visto desde nosotros, que nuestra vida aquí en la tierra empieza y termina: dura un número determinado de años. En nosotros si que hay variación, porque antes de nacer, no tenemos conciencia de nuestro “yo”. La adquirimos aquí en la tierra. Ahora queda por ver si, después de la muerte, la conservaremos o la habremos perdido, cuando las moléculas de nuestro cuerpo pierdan su cohesión. Esto no lo podremos saber por experiencia hasta después de la muerte. Si lo queremos saber antes, hemos de fiarnos de las palabras de Jesucristo que he citado cuando hablaba de nuestra vida en el más allá. Ya es una cuestión de fe. Podríamos decir que la mayor utilidad del cristianismo, es poder ver la trayectoria global de nuestra vida a la luz de la revelación hecha por Jesús de Nazaret. Por esto la llamamos “evangelio", o sea “Buena Noticia”.

· (La comunión, prenda de vida eterna)

La resurrección de la niña del evangelio de hoy, la del hijo de la viuda de Nain, la de Lázaro, y sobre todo la de Jesús, testificada por los apóstoles, apoyan nuestra fe. Hoy, al recibir la comunión eucarística, podríamos recordar también como aquella mujer que creyó firmemente que si le tocaba, ni que fuera su vestido, se curaría. Nosotros tocaremos el vestido de pan y vino que recubren a Jesús, y sentiremos como sale de él una fuerza salvadora. Es la prenda de nuestra propia resurrección; de nuestra vida para siempre.

ALBERTO TAULÉ

www. catolicaweb.com

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

DOS NIVELES DE LECTURA

Este domingo, el evangelista san Marcos nos presenta el relato de dos curaciones milagrosas que Jesús realiza en favor de dos mujeres: la hija de uno de los jefes de la sinagoga, llamado Jairo, y una mujer que sufría de hemorragia (cf. Mc 5, 21-43). Son dos episodios en los que hay dos niveles de lectura; el puramente físico: Jesús se inclina ante el sufrimiento humano y cura el cuerpo; y el espiritual: Jesús vino a sanar el corazón del hombre, a dar la salvación y pide fe en él. En el primer episodio, ante la noticia de que la hija de Jairo había muerto, Jesús le dice al jefe de la sinagoga: «No temas; basta que tengas fe» (v. 36), lo lleva con él donde estaba la niña y exclama: «Contigo hablo, niña, levántate» (v. 41). Y esta se levantó y se puso a caminar. San Jerónimo comenta estas palabras, subrayando el poder salvífico de Jesús: «Niña, levántate por mí: no por mérito tuyo, sino por mi gracia. Por tanto, levántate por mí: el hecho de haber sido curada no depende de tus virtudes» (Homilías sobre el Evangelio de Marcos, 3). El segundo episodio, el de la mujer que sufría hemorragias, pone también de manifiesto cómo Jesús vino a liberar al ser humano en su totalidad. De hecho, el milagro se realiza en dos fases: en la primera se produce la curación física, que está íntimamente relacionada con la curación más profunda, la que da la gracia de Dios a quien se abre a él con fe. Jesús dice a la mujer: «Hija, tu fe te ha salvado; vete en paz y queda curada de tu enfermedad» (Mc 5, 34).

Para nosotros estos dos relatos de curación son una invitación a superar una visión puramente horizontal y materialista de la vida. A Dios le pedimos muchas curaciones de problemas, de necesidades concretas, y está bien hacerlo, pero lo que debemos pedir con insistencia es una fe cada vez más sólida, para que el Señor renueve nuestra vida, y una firme confianza en su amor, en su providencia que no nos abandona.

Jesús, que está atento al sufrimiento humano, nos hace pensar también en todos aquellos que ayudan a los enfermos a llevar su cruz, especialmente en los médicos, en los agentes sanitarios y en quienes prestan la asistencia religiosa en los hospitales. Son «reservas de amor», que llevan serenidad y esperanza a los que sufren. En la encíclica Deus caritas est, expliqué que, en este valioso servicio, hace falta ante todo competencia profesional —que es una primera necesidad fundamental—, pero esta por sí sola no basta. En efecto, se trata de seres humanos, que necesitan humanidad y atención cordial. «Por eso, dichos agentes, además de la preparación profesional, necesitan también y sobre todo una «formación del corazón»: se les ha de guiar hacia el encuentro con Dios en Cristo que suscite en ellos el amor y abra su espíritu al otro» (n. 31).

Pidamos a la Virgen María que acompañe nuestro camino de fe y nuestro compromiso de amor concreto especialmente a los necesitados, mientras invocamos su maternal intercesión por nuestros hermanos que viven un sufrimiento en el cuerpo o en el espíritu

(Benedicto XVI)

 


 

REFLEXIÓN - 3

NECESITADOS

1.- Hemos comenzado el verano (por lo menos en España) y puede que, metidos de lleno en el ajetreo estival, no caigamos en la cuenta, de que no todo es descanso ni paz en el mundo. Que, desgraciadamente, la envidia acampa a sus anchas (como lo hemos escuchado en la primera lectura) produciendo división, distanciamiento de los hombres con los hombres y, de éstos, con el mismo Dios.

Siempre me acuerdo de un pensamiento cristiano "lo que viene de Dios está llamado a no perderse". Nuestra existencia por ser querida por Dios no puede caer irremediablemente en el olvido. En todo caso, si lo hace, será para indiferencia de los hombres pero nunca para un Dios que, al final, nos reconocerá como aquellos que le supieron amar, escuchar e intentar vivir según sus preceptos.

Los domingos venimos a la Eucaristía por muchas razones. Y, ojala, entre todas ellas la que prevalezca sea la de "necesidad de".

.Necesidad de alimentarnos de una fuerza inmortal. De saber que, por ser semilla divina, estamos llamados a una vida en el más allá. Y que, por lo tanto, ello nos infunde un optimismo sano y sensato.

.Necesidad de compartir alegrías, penas y riqueza (si es que la tenemos) con aquellos que, siendo tan hijos de Dios como nosotros, necesitan de nuestro estímulo o generosidad. ¡Obras son amores!

Necesidad de tocar el manto del Señor. La Eucaristía es el manto de un Jesús que anda por medio de nosotros. Un manto que, cuando es tocado desde la fe, produce la cerrazón automática de tantas hemorragias internas y externas que sacuden al súper-hombre de hoy: ansiedad, tristeza, inconformismo, apariencia, tibieza, debilidad, inseguridad, miedo al futuro, etc.

3.- En Jesús todo es vida. Y, precisamente por eso, ante el secarral en el que se ha convertido parte de nuestra sociedad (en valores y fundamento ético o moral) necesitamos acudir a la fuente de la vida para tomar un buen refresco que nos anime a seguir adelante y a no debilitarnos por tantas sangrías que el día a día producen en nuestro pensamiento, en nuestro corazón o en nuestros ideales.

Hoy, cuando algunos hermanos nuestros, dicen creer en el Jesús humano pero no en la promesa de una vida eterna (venida por la Resurrección de Cristo), nosotros nos presentamos ante el Señor con el firme convencimiento de que ninguno quedaremos para siempre en el espacio de la muerte. Que, vivir según Jesús, es sentir una continua transfusión de vida y una visión confiada en nuestro futuro definitivo.

Toquemos la Eucaristía (es el manto del Señor) y pongámonos de pie con respeto, veneración y fe cuando, el Evangelio por boca del sacerdote nos dice: ¡CONTIGO HABLO… LEVANTATE!

Que este tiempo de verano lejos de orientar exclusivamente nuestros cuerpos, en interminables horas de postración hacia el sol, sea una oportunidad para la contemplación y el disfrutar de tantos paisajes y rincones que nos hablan de un Dios de vida y de descanso.

(Javier Leoz)