"REHACER
LAS FUERZAS"
En
la vida de cada ser humano hay momentos de toda clase:
algunos son sencillos y fáciles de vivir, y otros muy
complicados y difíciles de asimilar. Esto también
pasa en nuestra vida como creyentes, en nuestra vida
de fe, como hombres y mujeres que queremos ser discípulos
fieles de Jesús de Nazaret, el Hijo de Dios.
Esta experiencia también la tuvo el profeta Elías
quien, por ser fiel a Dios, ahora se ve perseguido por
el rey Acab y tiene que huir. La situación es tan difícil
de vivir que su plegaria impresiona: “¡Basta, Señor!
¡Quítame la vida, que yo no valgo más que mis
padres!”
La respuesta de Dios a través de su mensajero no
tiene nada que ver con la petición que Elías ha
formulado: Es necesario que Elías continúe la misión
que Dios le encarga. Aunque para poder hacerlo debe
recuperar las fuerzas:
“¡Levántate y come!... ¡Levántate, come!, que el
camino es superior a tus fuerzas”.
También nosotros necesitamos el alimento para
afrontar la vida y rehacer las fuerzas, para poder así
afrontar tanto los momentos sencillos y fáciles de
vivir como los complicados y difíciles de asimilar.
Por un lado, todos nosotros necesitamos el alimento básico
que permite que nuestro cuerpo pueda funcionar, pero,
por otro lado, también tenemos necesidad de otras
muchas formas de “alimento”: la compañía de los
demás, unas palabras de afecto, unas palabras
iluminadoras que nos hagan ver las cosas desde una
perspectiva nueva, y, por qué no, también alguna que
otra reprensión que nos haga reaccionar.
Todos nosotros tenemos necesidad de alimento para
rehacer las fuerzas, ¿nos damos cuenta de ello y
damos gracias por tenerlo? ¿Damos gracias a los que
nos lo procuran? ¿Damos gracias a Dios y a los demás?
Pero
además de éste, nosotros hemos descubierto que
necesitamos otro alimento: Jesús, aquel que se
presenta como “el pan vivo que ha bajado del
cielo”.
Después del signo de la multiplicación de los panes
y los peces, que escuchamos hace quince días, el
evangelista san Juan pone en boca de Jesús un
discurso
en el que se presenta a si mismo como el pan básico y
definitivo para la vida de todos: “Yo soy el pan vivo
que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá
para siempre”.
Esta afirmación de Jesús provoca le extrañeza de los
que le escuchan: ¿Cómo puede decir estas cosas, si
nosotros le conocemos perfectamente, sabemos de dónde
procede, quién es toda su familia?
Para poder entender la afirmación sobre Jesús es
necesario un espíritu abierto, no quedarse en los
elementos exteriores, sino acercarse a su identidad
profunda y, de manera especial, dejarse impregnar
profundamente por su enseñanza, que no es suya, sino
del mismo Padre: “Todo el que escucha lo que dice el
Padre y aprende, viene a mi”. Esta es la experiencia a
la que somos invitados hoy: dejarnos interpelar por Jesús,
penetrar en la profundidad de su persona, aceptar su
enseñanza, dejarnos alimentar por él.
Cuando hacemos real y personalmente esta experiencia,
nuestra vida se transforma. Seguimos necesitando el
alimento básico que permite que nuestro cuerpo pueda
funcionar; seguimos necesitando el alimento que nos da
la compañía de los demás, unas palabras de afecto,
unas palabras iluminadoras que nos hacen ver las cosas
desde una perspectiva nueva o la crítica que nos hace
reaccionar. Pero descubrimos que básicamente
necesitamos estar cerca de Jesús y alimentarnos de él,
porque en él encontramos el alimento que da sentido a
nuestra vida y a la del mundo: “Yo soy el pan vivo que
ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá
para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la
vida del mundo”.
ENRIC
TERMES
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