El corazón de los discípulos es puesto a prueba ante la
Palabra del Señor.
El reto: permanecer en la fe del Padre y del Hijo o,
alejarse con el maligno. Juan 6, 60-69

Señor, tu Palabra es dulce, es
como una gota de miel, no es dura, no es amarga. Aún
cuando abrasa como el fuego, aún cuando es como martillo
que rompe la roca, aún cuando es como espada afilada que
penetra y separa el alma...
¡Señor, tu Palabra es dulce! Haz que yo la oiga así,
como música suave, como canción de amor; aquí están mis
oídos, mi corazón, mi memoria, mi inteligencia.
Aquí estoy ante ti, hazme un
oyente fiel, sincero, fuerte; hazme permanecer, Señor,
con los oídos del corazón, fijo en tus labios, en tu
voz, en cada una de tus palabras, para que ninguna caiga
en el vacío.
Te ruego que envíes tu santo
Espíritu abundantemente, que sea como agua viva que
riega todo mi campo para que dé fruto, el 30, el 60 o el
100 por uno. Señor, haz que venga hacia ti, porque, tú
lo sabes... ¿dónde podría ir, hacia quién, aquí en esta
tierra, sino hacia ti? |

Texto
60 Muchos de sus
discípulos, al oírle, dijeron: "Es duro este
lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?"
61 Pero sabiendo Jesús en su
interior que sus discípulos murmuraban por esto, les
dijo: "¿Esto os escandaliza?
62 ¿Y cuando veáis al Hijo del
hombre subir adonde estaba antes?...
63 "El espíritu es el que da vida;
la carne no sirve para nada. Las palabras que os he
dicho son espíritu y son vida.
64 "Pero hay entre vosotros
algunos que no creen." Porque Jesús sabía desde el
principio quiénes eran los que no creían y quién era el
que lo iba a entregar.
65 Y decía: "Por esto os he dicho
que nadie puede venir a mí si no se lo concede el
Padre."
66 Desde entonces muchos de sus
discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él.
67 Jesús dijo entonces a los Doce:
"¿También vosotros queréis marcharos?"
68 Le respondió Simón Pedro:
"Señor, ¿a quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida
eterna,
69 y nosotros creemos y sabemos
que tú eres el Santo de Dios."
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para conseguir depositar
la Palabra en nuestro corazón
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Algunas
preguntas para recoger del texto los núcleos importantes
y comenzar a asimilarlos.
a) ¿Me detengo, sobre todo, en la figura del
discípulo y me dejo interrogar, me dejo retar, como si
me pusiera delante de un espejo en el cual veo reflejada
la verdad de mi ser y de mi obrar? ¿Qué clase de
discípulo soy yo? ¿Trato de aprender cada día en la
escuela de Jesús, de recibir su enseñanza, que no es
doctrina de hombres, sino sabiduría del Espíritu Santo?
"Todos serán enseñados por Dios" (Is 54, 13; Jer 31,
33ss), repiten de diversos modos los profetas, indicando
que la única ciencia verdaderamente necesaria es la
relación de amor con el Padre, la vida con Él. Pero,
¿quién es mi Maestro? ¿Soy también del grupo de
discípulos que continúan preguntando a Jesús: "Señor,
¡enséñanos a orar!" (Lc 11, 1)? O de aquéllos que
caminan detrás de Él a lo largo de los caminos de la
vida e insisten en preguntarle: "Maestro, ¿dónde moras?"
(Jn 1, 39), impulsados por el deseo de permanecer con
Él? O, tal vez, soy como María Magdalena, que continúas
repitiendo aquel nombre, incluso después de las
terribles experiencia de muerte y de aniquilación: "¡Rabbuni!"
(Jn 20, 10)? Subrayo los verbos que Juan refiere a los
discípulos: "después de haber oído", "murmuraban", "os
escandaliza", "no creían", "se volvieron atrás y ya no
andaban con Él". Los medito uno por uno, los rumío, los
repito, los pongo en relación con mi vida…
b) "Esta palabra es dura: ¿quién la puede
escuchar?". ¿Es, de verdad, la palabra del Señor dura o,
es duro mi corazón que solamente sabe encerrarse en sí
mismo y no quiere escuchar? ¿Por qué no es dulce para mí
la Palabra del Señor, más que miel en mi boca (Sal 119,
103)? ¿Por qué no me gusta conservarla en el corazón
(Sal 119, 9. 11. 57), y recordarla día y noche? ¿Por qué
no es mi lámpara, aún encendida cuando llega la noche, y
no es luz que ilumina mis noches y la lámpara para todos
mis pasos (Sal 119, 105)? ¿Por qué, ¡oh corazón mío!, no
te abres y te dejas herir de esta espada de doble filo
que penetra hasta lo más profundo, para hacer en ti
distinción entre tantas distingos, claridad en medio de
tantas claridades? ¿Por qué no la dejas entrar como
Palabra de salvación y de amor? Entonces sabrás que, la
palabra de tu Señor no es dura, no es amarga, no es
severa, sino que se convertirá para ti en un canto de
alegría y repetirás: "¡Mi lengua canta tus palabras,
Señor!" (Sal 119, 172).
c) "Pero sabiendo Jesús en su interior…". El
Señor me conoce en lo más profundo, Él sabe, Él escruta,
Él me ha creado (Sal 139), me ha elegido desde toda la
eternidad (Pr 8, 23). Conoce mi corazón y sabe lo que
hay dentro de cada hombre (Jn 1, 48; 2, 25; 4, 29; 10,
15). Pero, ante su mirada, ante su voz que pronuncia mi
nombre, ante su venida a mi vida, ante su llamar
insistente (Ap 3, 20), ¿cómo reacciono yo? ¿Qué
decisiones tomo? ¿Qué respuesta ofrezco? ¿Tal vez
comienzo a murmurar, también yo, a traicionarlo, a
alejarme y a olvidarlo?
d) "El espíritu es el que da vida". ¿Abro mi
corazón, mi mente, toda mi persona a la Presencia del
Espíritu Santo, a su soplo, a su fuego, a su agua que
brota hasta la eternidad. Me pongo en relación con él,
me hago amigo de aquellos personajes de la Biblia que
confiaron plenamente su existencia a la obra del
Espíritu Santo. Me acerco a la Virgen María: " He aquí
que el Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del
Altísimo te cubrirá con su sombra" (Lc 1, 35)?; pero yo
sé repetir con fuerza, o junto con Ella, con
convencimiento: "Que se cumpla en mí tu Palabra" (Lc 1,
38)? ¿Me acerco a Simeón, hombre justo y temeroso de
Dios, el cual "movido por el Espíritu Santo fue al
templo" (Lc 2, 27)?; ¿me dejo llevar así, me dejo llevar
por donde el Señor quiere, adonde me espera? O ¿quiero
siempre ser yo el que toma la orientación que he de dar
a mi vida? ¿Me acerco a Jesús, a Pedro, a Pablo, o a los
otros apóstoles y evangelizadores de los cuáles hablan
los Hechos y me pongo a discutir': qué puesto ocupa en
mi vida de cristiano, como hermano entre hermanos, el
Espíritu Santo? Si el Espíritu Santo es el que la da
vida, mi ser, vivo o muerto, depende de él, de su
presencia en mí, de su acción; quizás debería
profundizar e intensificar la relación con el Espíritu
de mi Señor…
e) En estos pocos versículos Juan nos habla
de un misterio muy bello y profundo que él encierra en
el verbo "ir" "venir" referidos a Jesús. ¿Comprendo
ahora que mi vida encuentra su sentido verdadero, su
razón de ser, de continuar cada día, justo en relación a
este movimiento de amor y de salvación. "Venir a mi" (v.
65), "no iban ya más con él" (v. 66), "queréis iros?"
(v. 67), ¿"a quién iremos?" (v. 68). La pregunta de
Pedro, que en realidad es una afirmación fortísima de fe
y de adhesión al Señor Jesús, significa esto: "¡Señor,
yo no iré a ningún otro, sino solamente a ti!; ¿es así
mi vida? ¿Siento en mí estas palabras apasionadas?
Respondo cada día, en cada momento, en las situaciones
más diversas de mi vida, en mi ambiente, delante de las
personas, a la invitación que me hace Jesús
personalmente: "¡Venid a mí! ¡Ven a mí!¡Sígueme!"? ¿A
quién voy yo? ¿Hacia dónde corro? ¿Qué pasos estoy
siguiendo? " ¡haz que yo vaya a Ti, Señor"!
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a)
Para colocar el pasaje
en su contexto:
Estos versículos constituyen la conclusión del cap. 6
del Evangelio de Juan, en el cual el Evangelista
presenta su "teología eucarística". Esta conclusión es
el culmen de todo el capítulo, porque la Palabra nos
hace ir cada vez más profundamente, más al centro: desde
la multitud que aparece al principio, a los Judíos que
discuten con Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm, a los
discípulos, a los doce, hasta Pedro, el único que
representa a cada uno de nosotros, solos, cara a cara
con el Señor Jesús. Aquí brota la respuesta a la
enseñanza de Jesús, a su Palabra sembrada tan
abundantemente en el corazón de los oyentes. Aquí se
verifica, si el terreno del corazón produce espinas o
cardos, hierba verde, que se convierte en espiga y
después grano bueno en la espiga.
b)
Para ayudar en la lectura del pasaje:
v. 60: Juicio por parte de algunos
apóstoles de la Palabra de Señor y, por tanto, contra el
mismo Jesús, que es el Verbo de Dios. Dios no es
considerado como un Padre bueno, sino como un patrono
duro (Mt 25, 24), con el cual no es posible dialogar. vv.
61-65: Jesús desenmascara la incredulidad y la dureza de
corazón de sus discípulos y revela sus misterios de
salvación: su Ascensión al cielo, la venida del Espíritu
Santo, nuestra participación en la vida divina. Estos
misterios solamente pueden ser comprendidos a través de
la sabiduría de un corazón dócil, capaz de escuchar, y
no con la inteligencia de la carne. v. 66: Primera gran
traición por parte de muchos discípulos que no han
sabido aprender la gran ciencia de Jesús. En vez de
volver la mirada al Maestro, le vuelven la espalda;
interrumpen de este modo la comunión y no van ya más con
Él vv. 67-69: Jesús habla con los Doce, sus más íntimos,
y los coloca ante la elección definitiva, absoluta:
permanecer con Él o marcharse. Pedro responde por todos
y proclama la fe de la Iglesia en Jesús como Hijo de
Dios y en su Palabra, que es la verdadera fuente de la
Vida.
Para aquellos que desean
profundizar más en el tema
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Salmo 18
Himno de alabanza por la
Palabra del Señor,
que da sabiduría y alegra el
corazón
La ley de Yahvé es perfecta,
hace revivir;
el dictamen de Yahvé es veraz,
instruye al ingenuo.
Los preceptos de Yahvé son rectos,
alegría interior;
el mandato de Yahvé es límpido,
ilumina los ojos.
R. ¡Señor, tu
tienes palabras de vida eterna!
El temor de Yahvé es puro,
estable por siempre;
los juicios del Señor veraces,
justos todos ellos,
apetecibles más que el oro,
que el oro más fino;
más dulces que la miel,
más que el jugo de panales.
Por eso tu siervo se empapa en
ellos,
guardarlos trae gran ganancia.
R. ¡Señor, tu
tienes palabras de vida eterna!
Pero ¿quién se da cuenta de sus
yerros?
De las faltas ocultas límpiame.
Guarda a tu siervo también del
orgullo,
no sea que me domine;
entonces seré irreprochable,
libre de delito grave.
Acepta con agrado mis palabras,
el susurro de mi corazón,
sin tregua ante ti, Yahvé,
Roca mía, mi redentor.
R. ¡Señor, tu
tienes palabras de vida eterna!
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Señor, gracias por tus palabras que
han despertado en mí el espíritu y la vida, gracias
porque tú hablas y la creación continua, tú me plasmas
aún, imprimes en mí tu imagen, tu semejanza
insustituibles.
Gracias, porque tú, con amor y
paciencia, me esperas, incluso cuando murmuro, cuando me
escandalizo, cuando me dejo llevar por la incredulidad,
o cuando te vuelvo la espalda. Perdóname, Señor, por
todo esto y continúa curándome, haciéndome fuerte y
feliz en el seguimiento a ti, ¡solamente a ti!
Señor, tú has subido adonde
estabas antes, pero estás con nosotros y no dejas de
atraernos, uno por uno.
¡Atráeme, Señor, y yo correré,
porque he creído de verdad y he conocido que tú eres el
Santo de Dios!
Te ruego, Señor, que hagas que
mientras corro hacia ti, no esté yo solo, sino que me
abra cada vez más a la compañía de los hermanos y
hermanas; junto con ellos, yo te encontraré y seré tu
discípulo todos los días de mi vida. Amen |
TOMADO DE: Página
Oficial Orden de Carmelitas
SITIO WEB:
http://www.ocarm.org |
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