¿SÍ,
PORQUE SÍ?
¿SÍ,
PORQUE SÍ? El SEÑOR NOS DICE: ¡NO!
1.-
En la vida las cosas no se hacen porque si, ni se dejan
de hacer porque no. El evangelio de hoy nos trae a la
memoria, aquellos hombres que realizaban ciertos gestos
cultuales o que practicaban cientos de preceptos
“porque sí” pero, en el fondo, habían olvidado el
sentido que los generó: el Amor a Dios…o el
amor al prójimo.
Siempre
que leo este evangelio me acuerdo de aquella anécdota
donde la abuela de un hogar, por disimular un agujero
que existía en medio de la casa, ingenió un gran arcón
donde todo el mundo tropezaba. Pero, lo cierto, es que
servía para que nadie cayera por el inmenso orificio
situado en el centro del pasillo.
Con
los años la vivienda se derribó y se levantó de
nuevo. Y, los familiares, -otra vez y sin pensarlo-
decidieron instalar en mitad del pasillo la famosa arca
donde, visitantes y allegados, tropezaban una y otra
vez.
Un
día llegó un familiar más joven y preguntó ¿por qué
habéis puesto el arca en mitad del pasillo si ya no
existe el agujero? Ellos siguieron en sus trece. ¡Siempre
había sido así! Y no había que cambiar las
costumbres.
Nosotros
somos esa gran familia y, el joven, es Jesús. Un Jesús
que –más allá de los preceptos y de las normas
quiere que nuestro seguimiento hacia El sea consciente
(no mecánico), ilusionado (no mortecino), renovado (no
atelarañado).
2.-
Por eso debiéramos de hacernos un examen de conciencia:
Cuando
cantamos en nuestras celebraciones ¿Lo hacemos
sabedores que, también el canto, es alabanza y no
simple adorno?
-Cuando
respondemos al celebrante, nos levantamos, arrodillamos
o sentamos, ¿somos conscientes de lo qué decimos y por
qué lo hacemos?
-¿Nos
esforzarnos por entender y vivir a tope cada signo, símbolo
y gesto –por ejemplo- de la Eucaristía?
Dios
no quiere que “pongamos el piloto automático” a la
hora de optar por el camino de la fe. Si somos
creyentes, nuestras palabras deberán de ser sinceras;
nuestras obras indicativas de que estamos en comunión
con El; nuestros gestos y celebraciones culmen de lo que
vivimos y sentimos por dentro.
3.-
Nosotros no creemos porque nuestros antepasados han creído
(aunque nos han dado testimonio de su fe); creemos
porque hemos descubierto a Jesús. Un Jesús que lo
sentimos vivo en cada sacramento; presente en el prójimo
y operativo a través de nuestra vida cristiana.
No
somos animales de costumbres. No hagamos como aquel católico
que, tan escrupulosamente cumplidor y devoto, pasó por
delante de un escaparate y al observar que había un cáliz
en su interior…se arrodilló.
La
fe, como decía al principio, debe de ser consciente,
tributando a Dios un culto lleno de vida y de verdad. En
definitiva, poniendo en los labios que rezan, el corazón
que ama y que siente que, de verdad, Dios vive en
nosotros.
No
seamos como aquel constructor que, por poner tanto afán
en el montaje de andamios, se olvidó de levantar el
edificio.
Javier
Leoz