Muchos
sectores de la sociedad se van apartando de
Cristo y la Iglesia.
Quizás
entiendan que ser cristianos es vivir con un
saco pesado a las espaldas lleno de normas y
prohibiciones y prefieren dejar el saco en
el suelo para ir más ligeros. Qué poco saben
qué es ser cristianos.
Si les
preguntamos quién es Jesús para ellos, puede
que ni lo sepan o lo hayan olvidado.
Pero
también están los que un día fueron
cristianos y ahora se han convertido en
acérrimos enemigos; y los que crecieron en
familias cristianas pero, después,
influenciados por sus profesores de
instituto y universidad o por grupos
ideológicos, lo abandonaron todo y buscan,
desde los puestos del poder político y
legislativo, desde el mundo de la cultura o
los medios de comunicación, borrar todo lo
que tenga color cristiano.
No faltan
los cristianos costumbrista, culturales,
sociológicos, sacramentalistas; los
cristianos mercantilistas que le dicen a
Dios: "Te doy si me das", los utilitaristas
, que Dios les sirve en la medida que
consiguen de Él lo que quieren y a bajo
precio.
Pero Jesús
sigue hoy preguntándonos: "Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?
De nuestra
sincera respuesta depende nuestra vida.
De nuestra
fe depende nuestra vida, como nos recordaba
Santiago en la segunda lectura.
Supongo que
si estamos aquí es porque Jesús es para
nosotros, como para San Pedro, el Mesías, el
Hijo de Dios hecho hombre, el que tenía que
venir para salvar al mundo.
Jesucristo
es el centro de nuestra vida, aunque también
hoy lo veamos condenado y ejecutado; sabemos
que no queda en la muerte.
Jesucristo
es el Señor por encima de los señores de la
tierra a los que, a veces, tanto adoramos y
envidiamos. También por encima de nuestros
políticos. Hoy sobran políticos cristianos,
es decir, aquellos que primero son políticos
y, después, cristianos; aquellos que primero
se deben a la ideología y al partido y,
después, a Cristo. Y faltan cristianos en la
política, es decir, aquellos en los que lo
primero es Jesucristo y su Evangelio, que lo
viven y lo hacen presente en la sociedad.
Ante las
andanadas de esta sociedad relativista y
laicista, existe el peligro de que se
remuevan nuestros cimientos cristianos, que
nos escandalicemos, como Pedro, de un Señor
que padece y muere en la cruz, mientras los
señores de este mundo parece que triunfan. Y
es que, también nosotros, pensamos como los
hombres no como Dios.
Y vosotros,
¿quién decís que soy yo?
Tú eres el
Señor, el Hijo de Dios hecho hombre, nuestro
Salvador, que has entregado tu vida, como
supremo sacrificio, en el altar de la cruz,
para librarnos del pecado y de la muerte
eterna.
Tú eres el
Maestro y a ti sólo te escuchamos; creemos
en ti y seguimos tus pasos, entregando, como
Tú, la vida por los demás.
Tú eres
nuestra fuerza y nuestro alimento; te has
quedado en el Pan de la Palabra y en el pan
eucarístico.
Tú eres
nuestra meta; hacia ti caminamos, pues nos
has abierto las puertas de tu Reino.
Danos la
fuerza de ser tus testigos en el mundo,
sobre todo cuando tengamos que coger la cruz
para seguirte. |