LA FE, SI NO TIENE OBRAS, ES MUERTA
Cuando
empiezan las lecturas de este domingo parece como si nos
trasladaran de nuevo al tiempo de Pasión, por el canto
del Siervo de Isaías. Pero se ha elegido esa lectura
para preparar la afirmación de Jesús en el evangelio
sobre el estilo de su mesianismo.
Lo
que sí tiene personalidad propia, y se podría comentar
en la homilía, antes de pasar al mensaje del evangelio,
es lo que nos dice Santiago en su carta.
A
la fe la tienen que acompañar las obras. Esta afirmación
no va en contra, naturalmente, de la que repite una y
otra vez san Pablo, que no son las obras lás que
salvan, sino la fe en Jesús. Pero él opone esta fe a
las "obras de Moisés", o sea, a las prácticas
de los judaizantes, que no querían dar el paso del
Antiguo al Nuevo Testamento. . Lo que pide Santiago -y
Pablo también- es coherencia entre la fe y el estilo de
vida. ..
El
lenguaje de Santiago es vivo, y denuncia la tendencia
que todos tenemos a contentarnos con las palabras
-palabras bonitas, solemnes- paró sin pasar a
cumplirlas en la vida. El ejemplo que pone es gráfico,
nuestra conducta con los que no tienen que comer ru que
vestir: decirles palabras de ánimo y no ayudarles de
hecho. Siguen siendo ejemplos válidos hoy. Mirañdo a
países más pobres, o mirando sencillamente a nuestro
alrededor, referido a lo económico, o también a lo
humano: ¡cuántos necesitan de nuestro interés; de
nuestro tiempo, de nuestra acogida, de nuestra
esperanza! Y podemos quedarnos en palabras muy bien
sonantes ?comunidad, solidaridad, justicia, democracia,
amor fraterno? y no pasar a lo concreto, a una actuación
coherente. También lo decía Juan en su primera carta:
"Hijos, no amemos de palabra ni de lengua,.sino con
obras y de verdad" (1 Jn 3,18).
TÚ
ERES EL MESÍAS
El
evangelio de Marcos -que es el que leemos este año en
las misas dominicales- había empezado así:
"Comienzo del evangelio de Jesús Mesías, Hijo de
Dios". Hoy, ya en el capítulo 8, escuchamos, por
fin, por boca de Pedro, la confesión de fe de alguien
que sí ha creído en él: "Tú eres el Mesías".
Una página decisiva en el evangelio de Marcos, la
confesión de Cesarea.
Es
una pregunta clave también hoy: ¿quién es Jesús?
Junto a los que le rechazan o no creen en él, están
los que le tienen sólo por un profeta, o por un
predicador admirable, o como un modelo de entrega por
los demás. Los que están presentes en la Eucaristía
dominical seguramente tienen un concepto más profundo
sobre Jesús: es el Mesías, el Enviado de Dios; más aún:
es el Hijo de Dios, el hombre en quien habita la
plenitud de la divinidad. Por eso creemos en él, le
amamos, le intentamos seguir en nuestra vida. Porque él
es quien da sentido a todo en nuestra existencia.
Nos
podemos espejar en ese apóstol que se ha constituido en
portavoz de los demás, Pedro, que irá madurando poco a
poco en su conocimiento de Jesús, porque todavía es
muy superficial su seguimiento y tendrá, en la Pasión,
momentos incluso de traición y negación. Luego, después
de la Pascua y con la fuerza del Espíritu, será un apóstol
incansable y dará su propia vida como testimonio de su
fe en Cristo. Los que nos rodean irán interesándose en
Cristo Jesús y su mensaje si a nosotros, que nos
decimos cristianos, nos ven con un estilo de vida que
hace creíble nuestro testimonio de fe.
UN
MESÍAS QUE PADECERÁ, MORIRÁ Y RESUCITARÁ
Una
cosa que Pedro y los demás no quisieron entender, al
principio, es que el mesianismo, tal como lo entiende
Jesús, pasa por el sufrimiento y la muerte. Y eso que
ya lo había anunciado el profeta Isaías, en su canto
del Siervo, cuando hablaba de que este Siervo enviado
por Dios recibiría golpes e insultos y salivazos,
aunque contando siempre con la ayuda y la fuerza de
Dios. Por eso, la actitud que triunfará en él es la
confianza: "No quedaré avergonzado".
Junto
a la alabanza que merecía Pedro por su
lapidaria?profesión de fe, recibe según el evangelio
de hoy, una de las réplicas más duras de Jesús:
"Apártate de mí, Satanás". Pedro y los demás
no entienden que Jesús ha venido, no a ser servido,
sino a servir; a cumplir su misión con una solidaridad
plena con la familia humana, incluido el dolor y la
muerte; y que va a salvar al mundo precisamente con su
muerte, con su entrega total. A Pedro -y la nosotros- le
gustaban las palabras suaves de Jesús, las
consoladoras. Le gustaba el monte Tabor, el de la
transfiguración de Jesús. No quería entender el
sentido del otro monte: el Calvario.
Tampoco
a nosotros nos gusta que Jesús nos haya dicho que el
que quiera ser su discípulo, debe tomar su cruz cada día
y seguirle. Creer en Jesús no sólo de palabra, sino
viviendo según su estilo de vida -de nuevo parece
resonar el mensaje incisivo de Santiago- supone
seguramente renunciar a criterios más atrayentes de
este mundo, elegir el camino más difícil, organizar
nuestra vida siguiendo el ejemplo de Jesús, sobre todo
con la entrega por los demás. No basta con que digamos
que creemos en Jesús, sino tenemos que aceptarle por
entero, también en lo que tiene de exigencia y de cruz.
J.
ALDAZÁBAL (+)