LA
SABIDURÍA DE ESTE MUNDO NO SIRVE
Domingo tras domingo
vamos escuchando la Palabra de Dios, que es la mejor
escuela de sabiduría y que va contrarrestando la
mentalidad que el mundo nos quiere inculcar.
En la carta de Santiago
se nota bien esta contraposición. Para él, si vivimos
según la mentalidad de este mundo, no podemos escapar de
la espiral de las ambiciones y conflictos y codicias. En
su tiempo y ahora, el egoísmo parece ser la consigna de
los que sólo se guían por miras terrenas. Y eso nos
acarrea "envidias y peleas, desorden y toda clase de
males".
Mientras que si
seguimos "la sabiduría que viene de arriba", cambiarán
nuestros criterios, porque es "amante de la paz,
comprensiva, dócil, llena de misericordia y buenas
obras, constante, sincera". Nos va bien acudir en cada
Eucaristía a la escuela de Cristo, para ir asimilando,
en teoría y en práctica, el estilo de vida que él nos
enseña a sus seguidores.
DE NUEVO LA PASIÓN Y LA
MUERTE
Tenemos un caso
concreto de este conflicto de criterios en la escena del
evangelio. Jesús tiene una idea del mesianismo, o sea,
de la misión que le corresponde cumplir a él y a los
suyos para la salvación del mundo. Mientras que sus
discípulos, todavía nada maduros en su fe y en su
seguimiento de Cristo, están muy lejos de haber
comprendido y asimilado esta mentalidad.
Ya el domingo pasado lo
veíamos. Cuando Jesús les anunció por primera vez su
muerte y resurrección, Pedro se atrevió a "reñir" al
Maestro por esta visión que a él le parecía indigna del
Mesías. Lo que le valió una dura reprimenda de Jesús.
Hoy repite Jesús el anuncio: "El Hijo del hombre va a
ser entregado y lo matarán y después de muerto, a los
tres días resucitará". Ese es, para Jesús, el estilo
para salvar al mundo: no viene en plan guerrero o
triunfador, sino como un Siervo que entrega su vida por
los demás.
Esta vez, la página del
evangelio viene preparada por la del libro de la
Sabiduría, en que aparece cómo "el justo", "el hijo de
Dios", estorba a "los malos". La presencia de una
persona buena da, por una parte, testimonio a los demás
y les puede edificar y animar a practicar el bien. Pero,
por otra, puede resultar una denuncia callada del estilo
de vida que llevan otros: por ejemplo, materialista,
despreocupada por las cosas del espíritu, superficial,
injusta, egoísta.
La escena se repite: al
"justo" del Antiguo Testamento le quieren hacer callar y
lo eliminarán si pueden. Estorba. Como estorban todos
los que han alzado su voz profética a lo largo de la
historia denunciando injusticias o tiranías. A Jesús, el
justo del Nuevo Testamento, también le van a llevar a la
cruz, porque predica y da testimonio de un género de
vida que choca con los cánones de la época. ¿A quién se
le ocurre decir que "quien quiera ser el primero, que
sea el último de todos y el servidor de todos"? Es un
criterio que este mundo ciertamente no nos predica y que
no cabe en la mente de muchos.
NO QUEREMOS ENTENDER LO
DE SER SERVIDORES DE LOS DEMÁS
Parece como si el
evangelista Marcos nos quisiera mostrar qué lentos eran
los apóstoles para entender lo que Jesús les quería
comunicar. Después del anuncio de Jesús, cuenta un
episodio en el que muestran una actitud totalmente
contraria a lo que les está diciendo el Maestro y en la
que quedan bastante malparados los seguidores de Jesús:
"Por el camino habían discutido quién era el más
importante".
Los apóstoles -y
nosotros, tantas veces- se dejan guiar aquí según la
mentalidad humana. Este es el criterio del mundo: ser
más que los demás, ser los primeros, ocupar los mejores
puestos, "salir en la foto", prosperar nosotros, y
despreocuparnos de los demás. Y eso puede pasar en la
política y en la vida social y en la familia y en la
comunidad eclesial. Mientras que Jesús nos enseña que
debemos ser los últimos, disponibles, preocupados más de
los demás que de nosotros mismos, servidores y no
dueños. No es extraño que los oyentes de Jesús -de
entonces y de ahora- no entiendan y les "dé miedo" oír
estas cosas.
A todos nos sirve la
lección plástica de Jesús, cuando llamó a un niño y lo
puso en medio de ellos y dijo que el que acoge a un niño
-que en la sociedad de entonces era tenido en nada y que
no podrá devolver los favores- acoge al mismo Jesús. Se
nos invita a ser generosos, altruistas, dispuestos a
hacer favores sin pasar factura. O sea, a seguir el
ejemplo de Jesús, que "no ha venido a ser servido sino a
servir", que ayuda a todos y no pide nada, y que al
final entrega su propia vida por la vida de los demás.
Cada vez que comulgamos
en la Eucaristía, comemos "el Cuerpo entregado por" y
"la Sangre derramada por": ¿vamos asimilando esta
lección insistente de Jesús de la entrega por los demás?
J. ALDAZÁBAL (+)