
EL BANQUETE DEL
SEÑOR
Miguel Payá -
Página franciscanos
Capítulo VI
LA CELEBRACIÓN
Haced esto en memoria mía
2. POSTURAS Y GESTOS
LITÚRGICOS
b) Posturas litúrgicas
5. Ir en procesión: es
una súplica solemne que se expresa en una marcha festiva,
acompañada de cantos, hacia un lugar que constituye la meta.
Aunque es una forma de culto común a todas las religiones,
para los cristianos es signo y manifestación del carácter
esencialmente peregrinatorio del pueblo de Dios.
En toda celebración eucarística existen
desplazamientos que son actos procesionales: la procesión de
entrada de los celebrantes y sus ministros, la procesión del
evangelio, la de las ofrendas, la procesión de los fieles
para recibir la comunión. Pero, además, hay otras
procesiones extraordinarias, vinculadas a determinadas
fiestas: la de las candelas en la fiesta de la Presentación
del Señor, la del Domingo de Ramos, el traslado del
Santísimo al monumento el Jueves Santo, la de la adoración
de la Cruz el Viernes Santo, la de la noche de Pascua detrás
del Cirio pascual, la de Corpus, la de las rogativas. Y
fuera de la liturgia, la piedad popular ha creado muchas
otras, en honor del Señor, de la Virgen y de los Santos.
6. Las manos
levantadas y extendidas: ésta era la postura
normal que expresaba la actitud orante en el pueblo judío:
así oró Moisés (cf. Ex 17,9-14). Los cristianos le cambiamos
la significación: para nosotros es un recuerdo de que Jesús
nos salvó levantando sus manos en la cruz. En los primeros
siglos era la actitud de oración común a todos los
cristianos, como aparece en los orantes de las Catacumbas
romanas. Actualmente sólo la emplea el sacerdote en las
oraciones presidenciales y en la plegaria eucarística.
Aunque algunos cristianos la emplean también en la oración
privada.
7. El silencio: El
Vaticano II, al enumerar los elementos de la participación
activa de los fieles, añade: «Guárdese, además, a su debido
tiempo, un silencio sagrado» (Vaticano II, Sacrosanctum
Concilium, 30). El silencio permite meditar la palabra
de Dios y es también expresión de admiración, adoración, y
del sentido de la grandeza de Dios, que no podemos expresar
con palabras. Concretamente, en la Eucaristía, tiene la
función importante de ayudarnos a personalizar la oración
comunitaria. Por eso se prescribe para después de la
invitación a la oración que hace el sacerdote. Y se aconseja
también para después de la homilía y después de haber
recibido la comunión.