"LA
FORMACIÓN PERMANENTE EN LA ESCUELA DE JESÚS"
En
las lecturas de hoy podemos fijarnos en diversos
consejos que afectan a nuestra vida cristiana. Son
consignas que contribuyen a que vayamos amoldando
nuestros criterios de actuación a la mentalidad de Jesús:
-
Santiago, con su característica viveza, denuncia a los
ricos que se han aprovechado injustamente de los demás
para prosperar ellos, y les avisa que todo lo que han
amasado no les va a servir de nada a la hora de la
verdad;
-
Jesús, en el evangelio, nos asegura que no quedará sin
recompensa nada de lo que hagamos en bien de los demás,
ni que sea sencillamente darles un vaso de agua; resuena
ya lo que dirá al final: "me disteis de
beber";
-
más duras son sus palabras en contra del que
escandaliza a los niños, o sea, a los débiles; ¡cuántos
modos hay de escandalizar hoy a las nuevas generaciones,
con nuestro mal ejemplo en la vida familiar o social, o
por los medios de comunicación (ahora por Internet)!;
es de las veces que Jesús se pone más serio: "más
le valdría que le encajasen una rueda de molino en el
cuello y le echasen al mar";
-
también es sorprendente la radicalidad que pide en su
seguimiento: "cortarnos la mano, o el pie, o el
ojo" si nos estorban en nuestro camino al Reino:
Aun cristiano tiene que renunciar a algo para conseguir
lo principal...
La
Palabra de Dios que escuchamos en cada Eucaristía nos
va educando, nos ayuda a confrontar nuestra escala de
valores con la mentalidad de Cristo. Es incómodo, pero
es necesario, para que no conformemos nuestra vida según
este mundo, sino según la voluntad de Dios que nos enseña
Jesús.
LOS
CELOS DE LOS BUENOS
Pero
tal vez la lección principal que se deriva de las
lecturas de hoy es la denuncia del que puede ser uno de
los pecados más propios de los que nos creemos
"los buenos", "los practicantes":
pensar que tenemos el monopolio del bien o de la verdad.
Ya aparece esta actitud en la primera lectura, cuando
Dios sorprende a Moisés comunicando su Espíritu también
a los dos que no acudieron a la reunión oficial de los
setenta consejeros o colaboradores que habían sido
nombrados para el gobierno del pueblo. Estos dos,
ausentes en el acto constituyente, "se pusieron a
profetizar", o sea, actuaron con la autoridad de
los demás como asesores y profetas. El joven Josué, el
ayudante de Moisés, que luego sería su sucesor, se
siente celoso: "Moisés, señor mío, prohíbeselo".
Pero Moisés muestra su corazón comprensivo y
tolerante: para él sería el ideal que todos recibieran
el espíritu del Señor.
Se
ve claramente el paralelo entre esta escena y la que
narra el evangelio. Aquí es Juan, el discípulo
predilecto de Jesús, el que siente celos:
"Maestro, uno echaba demonios en tu nombre y se lo
hemos querido impedir, porque no es de los
nuestros". Pero Jesús muestra un corazón mucho más
abierto y una visión más universal: "no se lo
impidáis: el que no está contra nosotros está a favor
nuestro".
¿CREEMOS
TENER EL MONOPOLIO?
También
a nosotros nos puede pasar lo mismo. Podemos sentir
celos de que otros "que no sean de los
nuestros" hagan el bien y tengan éxito, y no
logremos controlar todo lo que surge en torno nuestro.
Josué y Juan eran buenas personas, eran fieles a Moisés
y a Jesús, y precisamente por eso se creían de alguna
manera poseedores en exclusiva de su favor. Y recibieron
la lección.
De
cuando en cuando vamos al médico a hacernos un chequeo
del corazón. Hoy podemos examinar el nuestro y ponerlo
en sintonía con el de Jesús. La comparación con la
actitud de Cristo nos puede decir si tenemos un corazón
mezquino o abierto. Si tendemos a acaparar el bien o la
verdad o controlar los carismas del Espíritu. Esto nos
puede pasar a los sacerdotes y religiosos con relación
a los laicos, o a los hombres con las mujeres, o a los
mayores con los jóvenes, o a los católicos con los
otros cristianos, o a los de una lengua o nación con
los forasteros...
Deberíamos
ser más tolerantes, más abiertos, y alegrarnos de que
se haga el bien y de que prosperen las iniciativas
buenas, aunque no se nos hayan ocurrido a nosotros,
aplaudir los éxitos de los demás, y reconocer que no
siempre tenemos nosotros toda la razón. Siguiendo el
ejemplo de aquel Juan el Bautista, el Precursor, que
tuvo como lema: "Que él crezca y yo
disminuya".
J.
ALDAZÁBAL (+)