INTRODUCCIÓN 
 

 

 

 

 

EL BANQUETE DEL SEÑOR
Miguel Payá - Página franciscanos

Capítulo VI
LA CELEBRACIÓN
Haced esto en memoria mía

3. VESTIDOS E INSIGNIAS LITÚRGICOS

a) Significado de las vestiduras litúrgicas

El vestido para el hombre nunca ha tenido un valor puramente utilitario: protegernos del frío o del calor y cubrir nuestra desnudez. Ya desde las culturas más primitivas, el vestido ha tenido también un valor simbólico: ha servido para distinguir diferentes maneras de ser (hombre o mujer), diferentes actividades del hombre y, sobre todo, para señalar su función o rango social. Todos nos vestimos de diferente manera según seamos varones o mujeres. Todos llevamos diferente vestido en el trabajo, en el ocio y en los actos sociales. Y todos conocemos los uniformes de determinadas profesiones.

Los cristianos utilizamos desde el principio el simbolismo del vestido. San Pablo dice: «Todos los que habéis sido bautizados en Cristo, habéis sido revestidos de Cristo (Gál 3,27); emplea el simbolismo del vestido para designar la nueva vida, el nuevo ser que hemos recibido. No es extraño, pues, que en la liturgia del bautismo entrara muy pronto la imposición simbólica del nuevo vestido, signo de la nueva vida. Aún hoy se nos dice en el bautismo: «Recibe esta vestidura blanca. Consérvala sin mancha hasta la vida eterna». El recuerdo de este uniforme del cristiano, se hará presente en la liturgia eucarística en el alba, que llevan todos los ministros que actúan en ella, en la túnica o velo blanco que llevará el adulto bautizado en la Eucaristía de su iniciación, y, opcionalmente y según la costumbre, en el traje de los niños en su Primera Comunión y de la novia en el sacramento del Matrimonio.

Pero el uso de vestidos especiales para la celebración se ha concentrado sobre todo en los ministros que actúan en ella, y especialmente en los ministros ordenados, para recordar a la comunidad y a ellos mismos lo que son y la función especial que desempeñan: representantes de Cristo Cabeza, capacitados para actuar «in persona Christi». Al principio, esos vestidos eran los comunes en la vida civil, aunque no los ordinarios sino los más dignos que utilizaban los ciudadanos acomodados en las fiestas, para destacar la importancia de la función litúrgica. Pero en la Edad Media, desde el siglo VIII al XII, los vestidos se fueron «sacralizando», es decir, se convirtieron en vestidos exclusivos para la liturgia. Desde esa época, las vestiduras e insignias litúrgicas se han mantenido casi invariables, aunque la reforma del Vaticano II las ha simplificado y ha introducido un criterio de austeridad: «Es más decoroso que la belleza y nobleza de cada vestidura se busque no en la abundancia de los adornos sobreañadidos, sino en el material que se emplea y en su corte» (Ordenación General del Misal Romano, 305).