REFLEXIONES  
 

 

REFLEXIÓN - 1

"CIEGOS Y CEGUERAS"

El Evangelio de hoy me ha hecho pensar en esas personas invidentes, ciegas , que están viniendo estos días a descansar en la Manga.

No soy yo el indicado para hablar de su situación: las dificultades por las que pasan, los sufrimientos que les acarrea, el ánimo o desánimo con el que viven su calvario. Yo, veo.

Supongo que habrá de todo: desde aquellos que, llenos de fe, van caminando con su bastón y sus acompañantes y, por dentro, esa fe les llena de luz y de fuerza para seguir adelante, hasta los que viven su estado entre la desesperación y el rechazo de Dios, a quien echan la culpa de su ceguera.

Pero hay otro tipo de cegueras. Hay cada vez más personas que cierran sus puertas al que es la Luz del mundo; cristianos que un día recibieron los sacramentos y en ellos a Cristo y que ya no le necesitan, han cambiado la Luz con mayúscula, la que no se apaga, por pequeñas luces de cerilla, que lucen y calientan un instante; están aquellos que ni siquiera saben que existe esa Luz grande y se bastan con sus cerillas, sus velas o sus antorchas; otros saben que existe Jesucristo y que los suyos dicen que, siguiéndole, son felices aun en los momentos duros y de sufrimiento, pues encuentran en él su luz y su fuerza, pero no se lo creen, dicen que todo es un montaje, que la vida tiene un fin y que lo que disfrutes aquí es lo que te llevas, y el sufrimiento es una lotería que cae.

Casi ninguno de los deportados a Babilonia creían en la posibilidad de un retorno a su tierra, excepto en unos pocos, corría entre ellos la desesperanza. Por eso esos pocos creyeron en las palabras de Jeremías: "Gritad de alegría... proclamad, alabad y decid: el Señor ha salvado a su pueblo".

Allí, en Jericó, el ciego Bartimeo tenía ganas de encontrarse con Jesús y cuando le llamó, "soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús": "Maestro, que pueda ver".

Marcos nos ha dado una catequesis sobre el proceso de la fe.

Primero tenemos que ser conscientes de nuestras cegueras, de nuestra vida tantas veces anodina, sin sentido, infravalorada.

En segundo momento, tenemos que sentir el deseo de acercarnos a Jesús, que es la Luz. Pero como no se vea esa luz en los que se dicen cristianos, será muy difícil sentir deseo.

Cuando sintamos ese deseo y digamos: "Hijo de David, ten compasión de mí", se acercará y nos dirá. "¿Qué quieres que haga por ti?" - "Maestro, que pueda ver".

Él nos comunicará su luz, su vida y la nuestra se llenará de claridad y de sentido. Finalmente, nos engancha y le seguimos, como el ciego de Jericó.

Somos cristianos, seguidores de Jesucristo, posiblemente de toda la vida; tenemos su luz, aunque a veces nos asaltan dudas y aparecen las sombras.

La Eucaristía es un buen momento para renovar nuestra luz y eliminar sombras.

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

"EL SECRETO PARA CREER "

Maestro, que pueda ver 

Con frecuencia he tenido la impresión de que el ateísmo que confiesan con tanta facilidad  muchos hombres y mujeres de hoy encierra algo equívoco y artificial. Muchos no saben  exactamente lo que quieren decir cuando proclaman: «No creo en Dios».

A lo largo de estos años, somos muchos los que hemos sometido a una crítica seria  nuestra fe y nuestra vivencia religiosa. Pero no todos hemos seguido los mismos caminos.

Algunos, después de una crítica despiadada de casi todo lo religioso, han arrojado por la  borda como algo inútil un fantasma de Dios que se habían formado desde niños. Hoy son  hombres y mujeres vacíos de fe, empobrecidos por la falta de misterio.

Otros han ido buscando, muchas veces con dolor, el verdadero rostro de Dios. No se han  contentado con destruir imágenes falsas de la divinidad. Sencillamente han buscado su  presencia, le han buscado a El. Hoy, a pesar de todas sus limitaciones y vacilaciones, viven  la experiencia nueva de creer en un Dios cercano que los despierta cada mañana a la vida  y llena de alegría y de paz su lucha diaria.

Quizás, el verdadero secreto para creer en Dios sea saber decir desde el fondo del  corazón, de verdad y con sencillez total, aquella plegaria del ciego de Jericó: "Maestro, que  vea". Sólo entonces estamos caminando hacia Dios.

Nuestro verdadero pecado es no abrir los ojos. Dice un proverbio judío que «lo último que  ve el pez es el agua». Así somos nosotros. Como peces que no ven el agua en que nadan.  Como pájaros que no ven el aire en que vuelan. Nos movemos y vivimos en Dios pero no lo  vemos.

Dios es simple y lo hemos hecho complicado. Está cercano a cada uno de nosotros y lo  imaginamos en un mundo extraño y lejano. Queremos comprobar su existencia con  argumentos y no saboreamos su gracia. Nos alegra saber que Einstein y otros grandes  científicos han defendido que existe, pero no sabemos disfrutar de su presencia silenciosa  en nuestras vidas. No se trata de hacer gala de una fe grande y profunda. Lo importante es abrirse con  sencillez a la vida y acercarse con confianza al misterio que nos envuelve. Escuchar toda  llamada que nos invita a vivir, amar y crear. No vivir tan esclavos de las cosas. Detenernos  por fin un día, bajar en silencio a lo más íntimo de nosotros mismos y atrevernos a decir con  sinceridad: "Señor, que vea". El hombre o la mujer que, después de haber abandonado  tantas prácticas y creencias, se atreve a hacer esta oración en su corazón es ya un  verdadero creyente. Querer creer es empezar a creer.

JOSE ANTONIO PAGOLA

 

 

REFLEXIÓN - 3

"AL BORDE DEL CAMINO"

Al borde de todos los caminos del mundo están los ciegos, pidiendo limosna. Una cortina  impenetrable los mantiene al otro lado de la luz. Marginados, como muertos, tienden su mano por si alguien, desde la vida, les echa unas  migajas por el amor de Dios. Ciegos de los ojos, o del alma. Siempre junto al camino, por el  que pasan los que viven. Y gritan pidiendo un trozo de luz. Jesús pasa por ese camino. Entre la gente. Ajustando su paso al ritmo cansino de esta  especie de vida nuestra. Hecho El mismo camino, para que no perdamos el rumbo.

'Y el ciego empezó a gritar: -Hijo de David, ten compasión de mí'. Se había encendido  una lucecilla en su corazón.

Pero los gritos del ciego molestaban a los que iban con Jesús. Pasa siempre. Esos gritos  rompen la paz; y ellos querrían disfrutar a solas del Maestro. Como si Él hubiese venido  para eso: para que se lo repartan los sanos.

Sin embargo, el oído de Jesús -más atento a los que necesitan de médico- oyó el grito  creciente, perturbador, de Bartimeo, y mandó que lo llamasen; que aquellos mismos que lo  querían hacer callar le diesen la 'buena noticia' de que el Maestro lo llamaba.

Fue en ese preciso momento cuando la esperanza se impuso dentro de aquel pobre  ciego. Fue entonces cuando comprendió que su largo túnel oscuro desembocaba en la luz. 

'Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús'. Soltó todo el lastre de muerte que le sobraba, dio el salto a la vida y se acercó a la fuente  de la luz. De ahí en adelante, su vida iría a alguna parte. Valía la pena seguir a quien le  estaba abriendo los ojos. 'Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino'.

Es una historia que se repite. Al borde del camino por el que vamos, alegres, los  seguidores de Jesús, hay mundos de muerte: cantidad de gente que no ha descubierto  todavía la fiesta del color, que no tiene posibilidad de sacudirse la tristeza. Marginados y  pobres de todas las calañas: jóvenes con el corazón apagado, ancianos huérfanos de hijos,  niños con los ojos muy abiertos -como asombrados de que nadie los quiera-, hogares con la  chimenea inútil, pobres de dinero, o de cariño, o de esperanza... Todos tendiendo su mano,  y su grito, por si alguien, todavía, quiere ayudarles a seguir muriendo.

Ahora entramos nosotros en escena. Vamos junto a Jesús. Nuestros gritos son de  jolgorio. Nuestros saltos denotan que estamos vivos, que somos libres. ¿Oiremos ese grito,  que nos llega desde el borde del camino? 

JORGE GUILLEN GARCIA