INTRODUCCIÓN 
 

 

 

 

 

EL BANQUETE DEL SEÑOR
Miguel Payá - Página franciscanos

Capítulo VII
EL DIÁLOGO
Dios nos ha hablado por medio del Hijo

a) Dios ha hablado a la humanidad

«Después de hablar Dios muchas veces y de diversos modos antiguamente a nuestros mayores por medio de los profetas, en estos días últimos nos ha hablado por medio del Hijo, a quién constituyó heredero de todas las cosas y por quien hizo también el universo» (Hb 1,1-2).

No creemos en un Dios reservado que, en su excelso trono, se encierra en su propia felicidad, indiferente a los avatares de la pobre raza humana. Creemos en un Dios que, en un desbordamiento de su vida íntima, que es precisamente amor, decidió un día crear al hombre para disfrutar de su felicidad con él. Y, tan pronto le dio la vida, comenzó a revelarle su designio amoroso, hablándole a través de todas las cosas creadas e invitándole a una comunión íntima con él revestido de una gracia y una justicia resplandecientes. Por desgracia, los primeros progenitores de la humanidad no aceptaron esta oferta de amistad y, al romper las relaciones con Dios, dejaron a sus descendientes separados de Dios, divididos entre sí y dañados en su propio ser. Pero Dios no podía dejar así las cosas y, desde el principio también, prometió volver a insistir en la oferta y restaurar al hombre; además, siguió teniendo cuidado del género humano, sin abandonarlo nunca a su suerte.

Y, en efecto, un día Dios comenzó a hablar de nuevo con el hombre con palabras humanas para ofrecerle de nuevo su amistad: comenzó lo que llamamos «historia de la salvación». Empezó dirigiéndose a personas concretas, Abrahán, Isaac, Jacob, llamándolas por su propio nombre, prometiéndoles un futuro mejor y, sobre todo, proponiéndoles una alianza de amor. Llegó un día en que el grupo de amigos de Dios constituyeron todo un pueblo. Y entonces Dios los liberó de la esclavitud histórica en que vivían y pactó con ellos una alianza colectiva que les convirtió en el «pueblo de Dios», propiedad suya y portador de la esperanza para toda la humanidad. A este pueblo Dios le fue revelando su rostro y sus planes a través de unos portavoces, los profetas, que, inspirados por Dios, fueron capaces de traducir en palabras humanas su lenguaje inefable. La palabra divina a través de los profetas fue capaz de iluminar oscuridades, de convertir infidelidades y, en definitiva, de madurar la relación de amistad gracias al amor siempre fiel, compasivo y misericordioso de Dios.

Pero llegó un día, el día que él quiso, en el que la comunicación divina dio un viraje totalmente inesperado, aunque ciertamente preparado por Dios e incluso intuido por el hombre: Dios se presentó ante el hombre en la persona de su Hijo, él único que lo conocía. Este Hijo se hizo uno de nosotros y vivió entre nosotros. En él, que es su Palabra, Dios nos lo ha dicho ya todo lo que quería decirnos. De modo que todas las palabras anteriores aparecen como preparación de esta última y solo en ella alcanzan su última significación. Pero en Jesús, Dios, no solamente nos lo ha dicho todo, sino que nos lo ha dado todo: se ha dado a sí mismo. Y con ello nos ha abierto su propia vida para que podamos entrar en ella. A partir de este momento, todos los que crean en el Hijo y lo reciban en su vida, serán constituidos hijos de Dios y partícipes de la vida divina.