INTRODUCCIÓN
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EL BANQUETE DEL
SEÑOR
Capítulo IV La Eucaristía se puede celebrar, y se celebra, todos los días. Pero, desde el principio, la comunidad cristiana es convocada, toda entera y de forma oficial, para celebrarla el Domingo, el «Día del Señor» como lo llamamos desde los tiempos apostólicos, que es para los cristianos el «señor de los días» porque en él celebramos la resurrección de Jesús, núcleo fundamental de la fe cristiana y acontecimiento central de la historia. Ahora bien, los Domingos, que presiden y configuran la semana, se insertan en un ciclo anual, presidido por la fiesta de la Pascua, en el que se desarrolla todo el Misterio de Cristo: «Cada semana, en el día que llamó "del Señor", (la Iglesia) conmemora su resurrección, que una vez al año celebra también, junto con su santa pasión, en la máxima solemnidad de la Pascua. Además, en el círculo del año, desarrolla todo el Misterio de Cristo, desde la Encarnación y el Nacimiento hasta la Ascensión, el día de Pentecostés y la expectativa de la feliz esperanza y venida del Señor» (Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 102). Por eso, en cada Eucaristía dominical, celebramos la resurrección del Señor, pero, desde esta luz pascual, descubrimos y nos apropiamos del significado salvador de un misterio de la vida de Cristo, según el momento del año. Vamos a descubrir, primero, la riqueza del Domingo como Pascua semanal, y, después, contemplaremos su inserción en el ciclo anual. 1. EL DOMINGO Los cristianos de hoy necesitamos descubrir de nuevo el sentido del Domingo, su misterio y su valor de celebración, para no confundirlo con un mero «fin de semana», entendido solamente como tiempo de descanso o diversión. Para hacerlo, nos vamos a dejar guiar por un precioso documento de Juan Pablo II, la carta apostólica Dies Domini, «El día del Señor» (1998), que desgrana los distintos aspectos de esta fiesta primordial de los cristianos a través de distintos nombres. C.- DÍA DE LA IGLESIA a) La Iglesia vive de la Eucaristía Aunque el Domingo es el día de la resurrección de Cristo, no es sólo el recuerdo de un acontecimiento pasado, sino celebración de la presencia viva del Resucitado en medio de los suyos: «Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28,20). Pero, para que esta presencia sea vivida y anunciada de manera adecuada, no basta que los cristianos la vivan en su interior y la testimonien individualmente. Porque, los que han recibido la gracia del Bautismo, no han sido salvados sólo a título personal, sino como miembros del Cuerpo de Cristo y formando parte del nuevo pueblo de Dios. Por eso es importante que se reúnan para expresar así la identidad de la misma Iglesia, que es asamblea convocada por el Señor resucitado, que ofreció su vida «para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos» (Jn 11,52). Todos ellos se han hecho «uno» en Cristo mediante el don del Espíritu (cf. Gál 3,28). Esta realidad de la Iglesia tiene su expresión principal y su fuente en la Eucaristía. Porque, si la Iglesia celebra la Eucaristía, es porque la Eucaristía constituye, conforma y alimenta a la misma Iglesia; la Iglesia vive de la Eucaristía: «Porque uno solo es el pan, aún siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos participamos del mismo pan» (1 Cor 10,17). |