"CONVERTÍOS
AL REINO"
Una
característica de muchas personas de nuestro tiempo es
vivir el día a día, sin pensar en el mañana, que se
mira como lo que aún no es, y no se sabe si será, y
sin volver la vista atrás, pues el pasado ya no existe.
El hoy,
lo inmediato, lo que se ve, se toca, se mide, se pesa,
se compra o se vende.
Y la
consecuencia que algunos sacan es que hay que vivir
"a tope", que no hay cortapisas, ni leyes, ni
moral; que lo importante, para los cuatro días que
vamos a vivir, es pasárselo bien, entendiendo ese
"pasárselo bien", como el no privarse de nada
que a uno le apetezca y lograrlo como sea, pensando que
el fin justifica los medios.
A
quienes hemos optado por seguir a Jesucristo, el Señor,
Dios y Mesías, estos planteamientos nos vienen
estrechos, pues el horizonte no acaba donde llega
nuestra vida, nuestra meta no es la muerte.
Para
nosotros el horizonte es el horizonte de Dios, que es
infinito, y la vida eterna en Dios es nuestro destino
final.
El
Reino de Dios, el reinado de Dios, es el regalo que nos
ofrece Jesús al inicio de su misión pública.
Y para
acoger este regalo, hemos de convertirnos. La
conversión nos pide orientar nuestros pasos, nuestros
pensamientos, para acoger con alegría el ofrecimiento
de Dios.
Convertirse
es aceptar el Reino como la Buena Noticia de Dios, por
encima de las pequeñas "buenas noticias" de
los que prometen y prometen y, después, no dan.
Convertirse
al Reino es ir viviéndolo ya; caminar hacia él
haciéndolo presente en nuestra vida, en nuestros
comportamientos, demostrando con nuestras obras que el
mundo que Dios quiere y que nos prepara para la
eternidad, no es una utopía, algo inalcanzable.
Todo lo
que hacemos para ser cada día mejores, para hacer
nuestro entorno y nuestro mundo un poco mejor, todo lo
que dejamos de lado para seguir la llamada de Jesucristo
a seguirle, es construir el Reino de Dios, hacer que
esté más cercano.
San
Pablo nos dice que "el tiempo apremia", que
estamos en la recta final, que el barco está llegando a
puerto y no podemos decir: mañana empezaré a
convertirme al Reino de Dios.
La
Eucaristía es el alimento del pueblo que camina hacia
el Reino y ella le da la fuerza para ir haciéndolo
realidad.
La
Eucaristía, anuncio y proclamación de la muerte y
resurrección de Jesús, lo es, también, de la nuestra.
Hemos
de vivir en el hoy de la historia como auténticas
personas de fe.