IMÁGENES
DE SU AMOR
Jesús
es distinto
¡Cuántas
veces nos sorprende Jesús tomando decisiones que
modifican las leyes sacrosantas del Antiguo Testamento!
Hoy mismo tenemos un ejemplo de ello, en el caso de la
enfermedad de la lepra. Cuando hemos escuchado el libro
del Levítico, en la primera lectura, nos hemos dado
cuenta de la severidad extrema que se aplicaba a esos
enfermos. El supuesto peligro de contagio les obligaba a
vivir marginados de la vida social. Y, como precaución
suplementaria, también era necesario apartarse de los
que, sin tener propiamente esa enfermedad, presentaban
“una inflamación, una erupción o una mancha en la
piel”.
Jesús, en cambio, no sólo acoge al leproso que no ha
observado la norma de mantenerse apartado. Tampoco Jesús
cumple la norma de apartarse de él y, sin miedo al
contagio, le toca. El leproso seguirá desobedeciendo,
ahora a Jesús, que le recomienda que no se lo diga a
nadie. Cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con
grandes ponderaciones. Únicamente le va a obedecer en
una cosa: presentarse al sacerdote para que le quite el
impedimento que le apartaba de relacionarse con los demás
de un modo normal. Pero, he aquí una paradoja: mientras
él ya puede mezclarse con los demás, ahora es Jesús
el que tiene que apartarse porque, de momento, no quiere
que la gente le rodee aclamándole.
Vemos
cómo, además de una curación milagrosa, la
misericordia de Dios que actúa en Jesús, procura otro
beneficio para aquel hombre. Una vez curado de la lepra
y, obtenido el certificado de pureza legal, se puede
incorporar de nuevo a la vida social. Para él debía
haber sido un gran sufrimiento vivir alejado de la
familia, de los amigos, del trabajo... Y, por tanto, el
estado de pobreza material y tristeza espiritual, habían
llegado a ser insoportables para él.
Esta consideración nos permite ensanchar nuestra mirada
y contemplar otros muchos casos de marginación que
encontramos en nuestra vida social de hoy. Empezando por
los pobres: la familia o el lugar en que han nacido o
las desgracias que les han sobrevenido, les han impedido
acceder a la cultura y a una profesión bien remunerada.
No tienen dinero; van sucios, mal comidos
y mal vestidos. Ellos mismos ya se apartan y ya nos va
bien que estén lejos. Así les podemos ignorar. Podríamos
concretar más todavía, pensando en los discapacitados
físicos y disminuidos psíquicos, los drogadictos, los
inmigrantes de otras razas y religiones que nos llegan
procedentes de países pobres, los encarcelados y los
que acaban de salir de la prisión, los ancianos en las
residencias olvidados de la familia y los amigos...
Del
mismo modo que Jesús puso siempre en primer lugar la
exigencia del amor, por encima de las leyes positivas,
incluso cuando vinieran de la autoridad indiscutible de
Moisés, también nosotros hemos de saber superar
nuestro “estatus” social y la tranquilidad que nos
pueda dar, abriendo los ojos a los demás hombres y
mujeres que conviven con nosotros, sea cerca, sea lejos,
y preocuparnos por sus carencias.
El amor a los demás no es sólo un sentimiento de lástima,
que después puede resultar ineficaz, sino un darnos a
nosotros mismos, a semejanza de lo que hizo Jesucristo.
San Pablo, predicando y también escribiendo a los
corintios, sabiendo que no tenían delante la figura
terrena de Jesús de Nazaret para poder contemplarle
directamente, se considera, él mismo, icono de Cristo.
A él, Pablo, si le pueden ver. Por ello se atreve a
decir que le miren a él, que intenta imitar a Cristo.
La gente de nuestro tiempo, tampoco tiene un acceso
visual y auditivo a la vida de Cristo, tal como históricamente
se desarrolló. Sí que ellos y nosotros disponemos del
texto de los evangelios, pero es mucho más impactante
cuando vemos cristianos de carne y hueso, contemporáneos
nuestros que, habiendo asimilado profundamente el
mensaje evangélico, lo viven y lo manifiestan en su
conducta y con un amor sincero a los más necesitados.
Nosotros mismos deberíamos ser de así.
¿Tendremos
el atrevimiento de san Pablo de decir que nos imiten a
nosotros? ¿Hemos llegado a un nivel de ejemplaridad que
nos permita afirmarlo sinceramente? Si no fuera así,
esforcémonos en ello. Una imagen vale más que mil
palabras. La actuación de un cristiano de pies a cabeza
es más convincente que mil libros y sermones.
ALBERTO
TAULÉ
(mercaba)