COLOR
DE VICTORIA
Toda la celebración de
hoy tiene un color de victoria y de esperanza que nos va
muy bien: en medio de un mundo sin demasiadas
perspectivas, cuando, confuso en muchos aspectos, los
cristianos celebramos la victoria de María, la Madre de
Jesús y de la Iglesia, y nos dejamos contagiar de su
alegría.
Teniendo en cuenta que
estamos a mitad del verano, que en muchos lugares es la
"fiesta mayor", y que ésta es una de las fiestas más
importantes de la Virgen, todo el estilo de la
celebración, de las moniciones y de la homilía deberían
rezumar nuestra admiración por la obra que Dios ha hecho
en la Virgen y por lo que esto supone de esperanza para
nosotros.
-Una victoria en tres
tiempos. La fiesta de la Asunción se puede decir que
tiene tres niveles:
a)La victoria de Cristo
Jesús: Cristo Resucitado, tal como nos lo presenta
Pablo, es el punto culminante de la Historia de la
Salvación, del plan salvador de Dios. Él es la
"primicia", el primero que triunfa plenamente de la
muerte y del mal, pasando a la nueva existencia. El
segundo y definitivo Adán que corrige la culpa del
primero.
b)La Virgen María, como
primera cristiana, como la primera salvada por Cristo,
participa de la victoria de su Hijo: es elevada también
Ella a la gloria en cuerpo y alma. Ella, que supo decir
su "sí" radical a Dios, que creyó en él y le fue
plenamente obediente en su vida ("hágase en mí según tu
Palabra"), es glorificada, como primer fruto de la
Pascua de Jesús, asociada a su victoria. En verdad "ha
hecho obras grandes" en Ella el Señor.
c)Pero la fiesta de hoy
presenta el triunfo de Cristo y de su Madre en su
proyección a todos nosotros, a la Iglesia y en cierto
modo a toda la humanidad. María, como miembro entrañable
de la familia eclesial, condensa en sí misma nuestro
destino. Su "sí" a Dios fue en cierto modo en nombre de
todos nosotros. El "sí" de Dios a Ella, glorificándola,
es también un "sí" a todos nosotros: nos señala el
destino que Dios nos prepara a todos. La Iglesia es una
comunidad en marcha, en lucha constante contra el mal:
pero la Mujer del Apocalipsis, aunque directamente sea
la Iglesia misma, es también de modo eminente la Virgen
María, la Madre del Mesías y auxilio constante para la
Iglesia contra todos los "dragones" que luchan contra
ella y la quieren hacer callar. Al celebrar la victoria
de María, celebramos nuestra propia esperanza, porque
como diremos en el prefacio: "ella es figura y primicia
de la Iglesia que un día será glorificada; ella es
consuelo y esperanza de tu pueblo, todavía peregrino en
la tierra".
-Fiesta mayor de
esperanza en tiempos difíciles. La imagen de comunidad
en lucha que aparece en el Ap la estamos viviendo
también en nuestra generación. En su encíclica ("Señor y
dador de vida") el Papa Juan Pablo II se extraña de que
el mundo pueda prescindir sistemáticamente de la
presencia de Dios en su vida y condena la insensatez del
ateísmo, del materialismo, o sea, de la cerrazón a los
valores trascendentes que afectan a la realización misma
del hombre. Los tiempos que vivimos son difíciles. El
evangelio de Jesús no sólo es no apreciado, sino muchas
veces explícitamente marginado o perseguido.
Pero hoy, y mirando a
la Virgen, celebramos la victoria. La Asunción nos
demuestra que el plan de Dios es plan de vida y
salvación para todos y que se cumple, además de en
Cristo, también en una de nuestra familia.
La Asunción es un grito
de fe en que es posible esta salvación. Es una respuesta
a los pesimistas y a los perezosos. Es una respuesta de
Dios al hombre materialista y secularizado que no ve más
que los valores económicos o humanos: algo está presente
en nuestro mundo, que trasciende de nuestras fuerzas y
que lleva más allá. El destino del hombre es la
glorificación en Xto y con Xto.
Todo él, cuerpo y alma,
está destinado a la vida. Esa es la dignidad y futuro
del hombre. Por eso en la Misa de hoy pedimos
repetidamente que también a nosotros, como a la Virgen
María, nos conceda "el premio de la gloria" (oración de
la vigilia), que "lleguemos a participar con ella de su
misma gloria en el cielo" (oración del día). Estamos
celebrando nuestro propio futuro optimista, realizado ya
en María.
-Nuestro Magnificat: la
Eucaristía. Los domingos, y también otros días como hoy
que la Iglesia considera muy importantes, la comunidad
cristiana se reúne y entona a Dios su alabanza y su
acción de gracias. Como la Virgen prorrumpió en el canto
del Magnificat, así nosotros expresamos nuestra alegría
y nuestra admiración por lo que Dios hace, en cantos, en
aclamaciones y, sobre todo, en la Plegaria Eucarística.
Es nuestra respuesta a la acción de Dios: nuestro "Magnificat"
continuado. Y no sólo damos gracias, sino que en la
Eucaristía participamos del misterio pascual, la Muerte
y Resurrección de Cristo, del que la Virgen ha
participado en cuerpo y alma, y así tenemos la garantía
de la vida: "quien come mi Carne y bebe mi Sangre tendrá
la vida eterna, y yo le resucitaré el último día" (Jn
6.). La Eucaristía nos invita a mirar y a caminar en la
misma dirección en la que nos alegra hoy la fiesta de la
Asunción.
J. ALDAZABAL (+)