La Celebraciones
litúrgicas de la fiesta de la Navidad son como una gran
catequesis. Vamos repasando poco a poco los distintos
momentos importantes que jalonan el gran acontecimiento
del nacimiento del Salvador.
El evangelista que se
lleva la palma a la hora de hablar de la Navidad es, sin
lugar a dudas, San Lucas. Lo relata todo con el máximo
de detalles, para hacérnoslo ver y vivir como si de una
película se tratase. O, como una serie de Neflix,
diríamos hoy. Mateo y Marcos le siguen a la zaga. Pero
hay un evangelista que nos lo pone más difícil. Se trata
de Juan.
Este texto del prólogo
de su Evangelio, que se puede leer el día de Navidad.
Pero hoy, en este segundo domingo del tiempo de Navidad
vuelve a proclamarse. El prólogo nos dice:
“En el principio
existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el
Verbo era Dios.” Así empieza. El Verbo, la Palabra…
Se dice que Juan es el
más teólogo de los evangelistas. O que su evangelio, por
ser el más tardío posiblemente es el teológicamente más
elaborado.
Un prólogo es la
introducción a un libro, a una obra literaria. No es un
“spoiler” que nos vaya a reventar la obra. Pero Juan
hace una lectura teológica profunda de la persona y la
obra de Jesús. También nos adelanta lo que va a ocurrir
con Jesús.
Este niño que nos ha
nacido en Belén, no es un niño cualquiera. Es el Verbo,
la Palabra de Dios pronunciada, hecha carne, hecho
hombre. El Dios encarnado.
Muchos, ante el
aparente silencio de Dios, sobre todo en acontecimientos
que, en la historia universal y en la historia personal
de cada uno, nos hacen sufrir, se preguntan sobre el
aparente silencio de Dios.
Pero para nosotros, los
creyentes, Dios no calla. Dios ya ha hablado a través de
Jesús. Él es su Palabra encarnada. Jesús es Dios
hablando, a la humanidad, a la historia. Pero toda
palabra adquiere su sentido pleno cuando después de ser
pronunciada es escuchada. ¿Se trata del silencio de
Dios, o de nuestra incapacidad para acoger su Palabra?
Juan en su prólogo va a anunciarnos esta gran noticia:
Dios habla por medio de Jesucristo.
Pero a la vez va a
ponernos en sobre aviso de un drama: la Palabra de Dios
pronunciada a la humanidad no va a ser escuchada. Viene
a los suyos y no va a ser acogido, sino rechazado.
Porque los hombres, la humanidad, va a preferir las
tinieblas a la luz. Jesús es la Luz del mundo. El
rechazo de Jesús llega hasta nuestros días. Hoy no está
de moda ser creyente. Para muchos es algo anacrónico.
Los cristianos nos
hemos quedado fuera de juego en un mundo que necesita
otras cosas y pone su esperanza en el progreso y en la
capacidad humana, que cree adueñarse de todo. Sin
embargo la Navidad nos recuerda hoy que la oferta de
Dios sigue abierta para cada uno de nosotros. La Palabra
de Dios se sigue pronunciando hoy. Jesús sigue siendo
luz que nos puede alumbrar.
Hace falta ser humildes
para poder abrirse al misterio de Dios. La Navidad nos
pone ante la gran decisión de nuestra vida, porque Dios
hecho hombre, hecho niño, sigue llamando a la puerta de
nuestro mundo y la puerta de nuestro corazón y de
nuestra vida.
Acoger a Jesús va a
significar para nosotros la posibilidad de ser hijos de
Dios, si creemos en su nombre.
Acoger a Jesús es una
decisión libre. La fe no se impone, se propone. Para el
creyente la fe no es una realidad pasada de moda que nos
infantiliza. Todo lo contrario.
Abrir la puerta al
Verbo de Dios hecho carne nos descubre la verdadera
grandeza del ser humano. Si es así podremos adquirir la
verdadera y auténtica sabiduría.
Con Jesús y la Buena
Noticia, que es Él para quienes le acogen, podemos
lograr una nueva forma de entendernos a nosotros y a los
demás y de vivir nuestro mundo y nuestra historia.
Nosotros como seguidores de Jesús, como creyentes,
estamos llamados a ser, personalmente y como Comunidad
Cristiana, voz de la Palabra en medio de nuestro mundo.
Si calla la voz ¿cómo
podrá nuestro mundo escuchar la Palabra? De ahí nuestra
responsabilidad. Nuestro testimonio y nuestra vida han
de hacer presente a Jesucristo y la Buena Noticia del
Evangelio.
Fray Miguel de Burgos
Núñez