He aquí uno de los episodios más bellos de la
infancia de Jesús, que ha cautivado y sigue cautivando
la imaginación de creyentes y no creyentes, de teólogos,
pintores y poetas: el homenaje de los magos. ¿Qué quiere
contarnos el evangelista Mateo en este relato? ¿Un
acontecimiento histórico, una leyenda, una reflexión
teológica dramatizada sobre el alcance universal del
nacimiento del Salvador? Quizás un poco de todo eso. Y
con mente abierta debemos adentrarnos en los relatos de
todo el capítulo segundo, en donde Mateo va tejiendo, a
modo de presentación, el perfil de Jesús, el Cristo, el
Señor a quien todos los pueblos le rinden homenaje.
Desde la noche de los tiempos, la contemplación de
las estrellas ha fascinado a hombres y mujeres de todas
las religiones y culturas. Las estrellas les han hablado
de Dios y del destino del ser humano y han leído en el
cambiante mapa astral acontecimientos decisivos de la
historia; han visto en la aparición de una nueva
estrella el nacimiento de personajes importantes; han
asignado a cada pueblo su estrella o constelación. Han
soñado, esperado y rezado mirando a las estrellas.
También la cultura bíblica escudriñó en las estrellas
el acontecimiento más importante hacia el que tendía
toda la historia de Israel: el nacimiento del
Mesías-Rey. La secta judía de Qumrán había llegado
incluso a confeccionar su horóscopo. En el libro de los
Números (24,17), el profeta astrólogo Balaán contempla
en el firmamento cómo «avanza la constelación de Jacob y
sube el cetro de Israel».
Sobre este horizonte de historia y de leyenda
proyecta el evangelista esta meditación en forma de
relato escenificado que contiene ya, en una síntesis,
todo lo que nos va a decir a lo largo de su Evangelio:
Jesús es el heredero de las promesas de Israel, pero
también de la esperanza de todos los pueblos de la
tierra; es el Mesías-Rey e Hijo de Dios, pero se revela
en la humilde fragilidad del niño, hijo de María; su
presencia provoca el rechazo de los suyos y la
aceptación de los alejados y extranjeros.
Los que, dejándolo todo, se lanzan decididamente en
su búsqueda, lo encontrarán y se llenarán de la «inmensa
alegría» (como vemos en el versículo 10) de quienes han
entrado, como los magos, en el misterio de la presencia
amorosa de Dios (Otros textos que podemos ver son: Mt
5,12; 13,20; 13,44; Lc 1,28; 2,10; 10,20).
La liturgia de la Iglesia ha captado y expresado todo
el alcance de la narración de Mateo en el nombre de la
fiesta con que celebra la visita de los magos: La
Epifanía –manifestación– de Jesús.
La epifanía (por etimología, del griego: ep?f??e?a
que significa «manifestación») es un acontecimiento
religioso. Para muchas culturas las epifanías
corresponden a revelaciones o apariciones en donde los
profetas u oráculos interpretaban visiones más allá de
este mundo.
Pero para nosotros es una fiesta cristiana en la que
Jesús toma una presencia humana en la tierra, es decir,
Jesús se «da a conocer».
El término epifanía puede entenderse como una
traducción del concepto de «gloria de Dios», que indica
las huellas de su paso o, para simplificar, su
presencia.
La tradición dice que son tres, porque eran tres los
presentes o regalos que llevaron, incluso representan a
tres razas o culturas conocidas de ese tiempo, Europa,
Oriente y África. Pero esto es algo que añadió la
tradición por tratarse de una revelación a todos los
pueblos conocidos hasta el momento.
Reconstruimos el texto:
¿Dónde nació Jesús y en tiempos de quién?
¿Quiénes se presentaron en Jerusalén y que pregunta
hicieron?
Además de esa pregunta, ¿Qué más dijeron?
¿Quién oyó esta pregunta y cuál fue la actitud y
acciones que tomó?
¿Qué pregunta hizo Herodes a los sacerdotes y
letrados?
¿Qué les preguntó Herodes a los magos y que les dijo?
¿Qué les pasó a los magos al ver a la estrella de
oriente, hubo dos acontecimientos importantes?
Los magos, al entrar a la casa, ¿Qué sucedió?
¿Qué sueños tuvieron los magos?