Un
ayuno con dimensiones profundas y personales. No el ayuno reducido a la
abstinencia de alimentos, que venga medido por una casuística sobre el
peso de sus onzas.
El
ayuno cuaresmal tiene un contexto mucho más radical. Es el ayuno del
hombre viejo. El ayuno del pecado. La renuncia a los propios caminos
para abrazar los de Cristo.
Este
es el ayuno principal. La lucha contra el pecado en nosotros mismos.
Si uno se priva de
un plato de carne, pero no de su rencor y de su deseo de venganza, se ha
quedado meramente en la superficie de su ayuno.
Si
sacamos dinero de la cartera para dar una limosna, pero no sacamos del
corazón el odio al hermano, o la soberbia, o el espíritu de
desobediencia, no hemos progresado gran cosa.
Una
de las señales de la recta inteligencia del ayuno es que termine en la
caridad.
Ayunar,
para dar al prójimo.
"Lo
que cada uno sustrae a sus placeres, lo dé a favor de los débiles y
pobres" (S.León, en un sermón cuaresmal). "Lo que tomamos en
estas cosas de menos, aproveche para alimentar a los necesitados"
(Sacramentario Veronense, 929).
¡Qué
hermoso el sentido de esas campañas que en muchas comunidades
cristianas se llevan a cabo durante la Cuaresma para ayudar a países e
instituciones pobres! El sentido de la caridad cristiana, que expresa en
un signo óptimo que el ayuno cuaresmal no es meramente negativo.
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