REFLEXIONES  
 

 

REFLEXIÓN - 1

"LUZ Y PALABRA DEL PADRE"

Nuestros obispos han publicado documentos en los que se reflexiona, desde la fe cristiana, sobre la situación actual de España y la tarea de los cristianos en este momento y sobre las leyes de la enseñanza, la familia, y su lugar en la educación, y sobre la formación religiosa.

Y es que vivimos en unos momentos muy revueltos. Dios está dejando de ser referencia última de conducta, llegando en muchos, tanto en el terreno personal como en el social, a la amoralidad cuando no a la inmoralidad.

Mandamientos de la ley de Dios como el "No tendrás más que un solo Dios", se cambia por la fabricación de ídolos, ideas, cosas y personas a las que apegamos el corazón y les damos la vida; del "honrarás a tu padre y a tu madre" se pasa a intentar destrozar el matrimonio y la familia, entendido el matrimonio como la unión del hombre y la mujer y la familia como el padre, la madre y los hijos, cambiándolos por un "todo tipo de unión vale"; del "no matarás", a ensañarse con las víctimas; del "no mentirás" a no saber nunca por donde va la verdad; del "no levantarás falsos testimonios" al "calumnia que algo queda". Y los demás mandamientos también andan heridos: los negocios sucios están a la orden del día y de la vivencia de la sexualidad como algo creador y expresión del amor, ha pasado, en muchos, a meras satisfacciones de instintos.

Ya ni nosotros mismos sabemos qué decir.

Demasiados ruidos, demasiadas prisas, demasiados bombardeos de la propaganda; palabras de unos, palabras de otros..., ¿quién dice la verdad? ¿dónde está la verdad?

Tenemos que subir, con Jesús, al monte a orar. Hay que buscar el silencio y reflexionar sobre los derroteros que toma nuestro mundo y dónde estamos nosotros. En el silencio y la oración, como en el Tabor, Jesús se nos va a presentar como luz resplandeciente: "el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blanco".

Los charlatanes de turno no son la luz para seguir el camino que Dios quiere que andemos. Sólo Jesús es el Camino, la Verdad y la Vida; los otros caminos no nos sacan de las tinieblas y de la oscuridad, por mucho que nos pongan luces muy atractivas.

En el monte, en el ambiente de oración, se sintió la presencia del Padre en la nube y se escuchó su voz: "Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle".

Irse al monte a orar, es decir, salirse de la vorágine en la que se vive. allí el aire es fresco y puro, no está contaminado y las vistas son maravillosas y los sonidos puros.

Pero no hay que caer en la tentación de quedarse: "¡Qué bien se está aquí! Haremos tres tiendas..." No podemos dejar de anunciar al mundo que Alguien que es Luz,  puede iluminar todas las tinieblas; que Dios sigue ahí, a nuestro lado, aunque a veces intentemos echarlo; que nos dice que escuchemos a Jesús, el Hijo amado.

Necesitamos subir al monte a orar para encontrarnos con Cristo en su gloria y con el Padre que ratifica la palabra del Hijo; y, así, bajar del monte llenos de la Luz y la Palabra, para seguir ofreciéndolas a todos, escuchen o no escuchen.

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

" BUSCANDO EL SILENCIO "

El hombre contemporáneo se está quedando poco a poco sin silencio. El ruido se va apoderando de los ambientes y los hogares, de las mentes y los corazones, impidiendo a las personas vivir en paz y armonía. Sería una ingenuidad pensar que el ruido sólo está fuera de nosotros, en el estrépito de la motocicleta que pasa o el alboroto del piso vecino. El ruido está dentro de cada uno, en esa agitación y confusión que reina en nuestro interior o en esa prisa y ansiedad que nos destruye desde dentro.

Incluso podemos decir que crispaciones y problemas externos que atormentan a muchos son, con frecuencia, una proyección de problemas y desequilibrios que no han sido resueltos en el silencio del corazón. Por eso, el silencio no se recupera solamente insonorizando las habitaciones del hogar o retirándose al campo durante el fin de semana. Es necesario, sobre todo, aprender a entrar en uno mismo y crear ese clima de recogimiento personal indispensable para reconstruir nuestro interior.

La persona cogida por el ruido y la agitación corre el riesgo de no conocerse a sí misma sino de manera superficial. Por eso, tal vez, lo primero es encontrarnos con nosotros mismos. Conocer mejor a ese personaje extraño que se agita a lo largo del día y que soy «yo» mismo.

Esto sólo es posible cuando uno se atreve a poner en orden esa confusión interior, haciéndose las preguntas fundamentales de todo ser humano: «¿Qué busco yo en la vida? ¿Por qué me afano? ¿Qué amo? ¿Dónde pongo yo mi felicidad?» Preguntas que se nos pueden hacer insoportables pues fácilmente despiertan en nosotros sensaciones diversas de fracaso, mediocridad, pecado o desesperanza. Entonces el silencio se hace oscuro y tenebroso. Da miedo entrar en uno mismo y penetrar en el fondo de la existencia.

Así se encuentran aquellos discípulos a los que Jesús ha alejado del ruido y la agitación, para conducirlos a lo alto de una montaña a orar. Se asustan al entrar en la nube que comienza a cubrirlos. Su temor sólo desaparece cuando, desde el interior de la nube, escuchan una voz que les dice: «Este es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»

El creyente nunca está solo en su silencio. Alguien lo acompaña y sostiene desde dentro. Siempre puede escuchar esa voz de Jesucristo que comprende nuestras equivocaciones, perdona nuestro pecado y despierta de nuevo en nosotros la esperanza.

JOSÉ ANTONIO PAGOLA

 

 

REFLEXIÓN - 3

¡DIOS, JESÚS Y LOS AMIGOS!

1.- “Este es mi secreto, un secreto muy sencillo; sólo se puede ver bien con el corazón; lo esencial es invisible a los ojos” (A. de Saint Exupéry) También a nosotros, con el evangelio de hoy, Jesús nos invita a adentrarnos y comprender su identidad. Subir junto a El, camino del calvario, es quedarnos embelesados por la cercanía de un Dios que se manifiesta claramente. ¡Si, Señor! ¡Buen adelanto lo que estamos llamados a gustar, disfrutar y ver en el cielo!

La Transfiguración nos incita, por capilaridad, a contemplar y ver, tocar y fusionarnos a Cristo. Y, por supuesto, a su aparente fracaso (la muerte) y a su inminente triunfo (la resurrección). No hay vida sin cruz; no hay cristianismo sin cruz; no hay amigos de Jesús si, previamente, no existen hombros para llevar la cruz. ¿Será que nos gusta sólo la luz del cristianismo?

En estos tiempos, en los que tanto preocupa el “ADN” de las personas, se me ocurre pensar que el Monte Tabor es un lugar privilegiado donde aprendemos a vislumbrar o intuir que Jesús encierra algo grande que escapa a nuestra razón, pero que colma de vida el corazón que todos llevamos dentro: ¡la gloria del Señor! La Transfiguración de Jesús, en este segundo domingo de cuaresma, nos descubre la identidad de Jesús: HIJO DE DIOS

 2.- Pero, aún así, muchos seguirán sin creer, jactándose y sentenciando que no existió tal monte, ni hubo manifestación o nubes que se abrieron de par en par desplegando y completando el Misterio. Otros se quedarán en el Jesús histórico, sin más trascendencia que su nacimiento, su muerte o el movimiento de liberación que pudo, en su tiempo, desencadenar. Y, algunos más, ¡ojalá nosotros!”, concluiremos que la Transfiguración es una vivencia y un adelanto de la gloria que nos espera después de la muerte y por la resurrección de Jesús.

Tabor, es subir para comprender y acoger la persona divina de Jesús

El Tabor exige bajar al terreno, o valle de cada día, con nuevas actitudes, con renovado brillo en el rostro y con el corazón sobrecogido por la experiencia de haber estado cerca de Jesús

Tabor, es elevar, en medio de nuestro mundo, no tres tiendas (¡cientos de miles!) para que muchos hombres y mujeres descubran que el resplandor de la Gloria de Dios sigue brillando para todo aquel que se aventure (con esfuerzo, seguimiento, escucha, valentía y audacia) a buscarla o, como nosotros, celebrarla.

¿Que todo ello acarrea y trae abundancia de cruces? Pues, mirad, así….de esa manera nos vestiremos en el Reino de los Cielos… ¡de luces!

3.- Si, el domingo pasado, Jesús nos invitaba a la lucha (para no sucumbir en nuestros ideales cristianos) hoy, el Señor, nos llama a la confianza. Nos arrastra hasta la intimidad con Dios. ¡Sin Dios nada! Jesús, aún queriendo estar en compañía de Dios, no quiere dejar abandonados a sus amigos.

Por eso, este domingo, lo podemos llamar el “domingo de Dios, Jesús y sus amigos”. Que la Transfiguración nos haga vivir la presencia transformadora, vital, real y viva de Jesús de Nazaret

Por Javier Leoz