PALABRA DE DIOS 
 

 

PRIMERA LECTURA
Isaías 43, 16-21

PRESENTACIÓN

Este texto del profeta Isaías pertenece a la parte del libro que llamamos Segundo Isaías, posiblemente escrito en la época del destierro de Babilonia.

Es una llamada a la esperanza. Dios no ha abandonado a su pueblo, aunque el pueblo, sobretodo sus jefes, sí le hayan abandonado a él.

Yhavhé es un Dios que salva y no les va a dejar en el destierro. No hace falta que piensen en las grandes hazañas que hizo en el Éxodo, cuando sacó a sus padres de la esclavitud de Egipto, venciendo a los carros y caballos del Faraón.

Habrá un nuevo éxodo, una nueva liberación. Dios sigue actuando en favor de pueblo . El desierto se volverá a llenar de vida, como en tiempos antiguos.

No es hora de mirar al pasado, sino de realizar el presente con la vista puesta en el futuro.

Se volverá a abrir de nuevo un camino en el desierto para que pase el pueblo que el Señor se escogió; un desierto en el que no faltará el agua y en el que las bestias del campo no les harán daño.

El Señor es fiel y cumple sus promesas.

Él formó a su pueblo y lo destinó a ser alabanza de su gloria. Y qué mayor alabanza y gloria que la de un pueblo libre que camina con alegría guiado por el Señor.

LECTURA DEL LIBRO DEL PROFETA ISAÍAS 43, 16-21

Mirad que realizo algo nuevo y apagaré la sed de mi pueblo

Así dice el Señor, que abrió camino en el mar y senda en las aguas impetuosas; que sacó a batalla carros y caballos, tropa con sus valientes; caían para no levantarse, se apagaron como mecha que se extingue. "No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?

Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo.

Me glorificarán las bestias del campo, chacales y avestruces, porque ofreceré agua en el desierto, ríos en el yermo, para apagar la sed de mi pueblo, de mi escogido, el pueblo que yo formé, para que proclamara mi alabanza."

Palabra de Dios

 

SALMO RESPONSORIAL
Salmo 125

PRESENTACIÓN

Este salmo expresa fielmente la alegría de los deportados que han recibido la libertad y pueden volver a su tierra, a su casa.

Lo que el texto de Isaías anunciaba se ha hecho realidad y la alegría es desbordante, casi no se lo podían creer.

"Cuando el Señor cambió la suerte de Sión
nos parecía soñar.
La boca se nos llenaba de risas
la lengua de cantares"

Todos deben reconocer las hazañas del Señor, que no los ha abandonado, que no los ha dejado tirados en país extraño.

Hasta los gentiles decían:
"El Señor ha estado grande con ellos".
El Señor ha estado grande con nosotros 
y estamos alegres."

Ya han pasado los momentos duros. Arrancados de su tierra, con su ciudad santa destruida y el templo en ruinas, con lágrimas partieron hacia el destierro. Junto a los canales de Babilonia se sentaban a llorar. Sólo en el Señor estaba su esperanza.

"Que el Señor cambie nuestra suerte
como los torrentes del Negueb"

Pero ya se ha acabado la época de la dura siembra; llega la cosecha y con ella y la alegría, la risa y el canto.

"Al ir iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.

(SALMO 125)

R/. EL SEÑOR HA ESTADO GRANDE CON NOSOTROS Y ESTAMOS ALEGRES.

Cuando el Señor cambió la suerte de Sión, 
nos parecía soñar:
la boca se nos llenaba de risas, 
la lengua de cantares.
R/. EL SEÑOR HA ESTADO GRANDE CON NOSOTROS Y ESTAMOS ALEGRES.

Hasta los gentiles decían: 
"El Señor ha estado grande con ellos." 
El Señor ha estado grande con nosotros, 
y estamos alegres.
R/. EL SEÑOR HA ESTADO GRANDE CON NOSOTROS Y ESTAMOS ALEGRES.

Que el Señor cambie nuestra suerte, 
como los torrentes del Negueb. 
Los que sembraban con lágrimas 
cosechan entre cantares.
R/. EL SEÑOR HA ESTADO GRANDE CON NOSOTROS Y ESTAMOS ALEGRES.

Al ir, iba llorando, 
llevando la semilla; 
al volver, vuelve cantando, 
trayendo sus gavillas.
R/. EL SEÑOR HA ESTADO GRANDE CON NOSOTROS Y ESTAMOS ALEGRES.

 

 

SEGUNDA LECTURA
Filipenses 3, 8-14

PRESENTACIÓN

El encuentro con Jesucristo en el camino de Damasco ha marcado profundamente a San Pablo.

Cuántas cosas que habían dado sentido a su vida en su pasado de judío fariseo, ahora las estima basura. Por eso tiene tantos problemas, ya sea con los judíos como con los hermanos cristianos judaizantes que quisieran más acercamiento a las normas de la ley mosaica.

Sin embargo, Cristo lo ha hecho todo nuevo, lo antiguo ya no existe. Para ganar a Cristo y vivir en él, lo importante es la fe.

Y la fe es acoger, optar por Jesucristo y unirse profundamente a él; es decidirse a seguirle, compartiendo su vida, incluida la muerte y la resurrección. Esta es la gran esperanza que alimenta la fe: llegar un día a la meta definitiva, a la resurrección.

Y es Cristo Jesús el primero que ha corrido la carrera y el primero que ha llegado a la meta y el que ha ganado el premio para todos. Pero hay que correr para que, cuando lleguemos a la meta, nos lo dé.

Un premio que no es bronce, plata u oro; un premio que es Dios mismo, la vida para siempre con él. Para esto nos ha llamado, y para esto nos envió a su Hijo.

SEGUNDA CARTA DEL APÓSTOL SAN PABLO A LOS FILIPENSES  3, 8-14

Por Cristo lo perdí todo, muriendo su misma muerte

Hermanos: Todo lo estimo pérdida comparado con la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor.

Por él lo perdí todo, y todo lo estimo basura con tal de ganar a Cristo y existir en él, no con una justicia mía, la de la Ley, sino con la que viene de la fe de Cristo, la justicia que viene de Dios y se apoya en la fe.

Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección, y la comunión con sus padecimientos, muriendo su misma muerte, para llegar un día a la resurrección de entre los muertos.

No es que ya haya conseguido el premio, o que ya esté en la meta: yo sigo corriendo a ver si lo obtengo, pues Cristo Jesús lo obtuvo para mí.

Hermanos, yo no pienso haber conseguido el premio. Sólo busco una cosa: olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta, para ganar el premio, al que Dios desde arriba llama en Cristo Jesús.

Palabra de Dios

 

ACLAMACIÓN
Joel 2, 12-13

Ahora -oráculo del Señor- convertíos a mí de todo corazón, porque soy compasivo y misericordioso.

 

EVANGELIO
Juan 8, 1-11

PRESENTACIÓN

Como en otras ocasiones, Jesús sube a Jerusalén a la fiesta de las Tiendas. "Mediada la fiesta, subió Jesús al Templo y se puso a enseñar" (7, 14)

Dentro de este clima se incluye el relato de la adúltera, tal vez tardíamente.

Está enseñando rodeado de discípulos y oyentes; el lugar es muy frecuentado. Los escribas y los fariseos ven la oportunidad de poner a Jesús al descubierto ante el pueblo y desacreditarle.

Un pecado grave: el adulterio, condenado con la lapidación, y una mujer "sorprendida en flagrante adulterio"

¿No lo condena? desprecia la ley de Moisés sobre la que se fundamenta todo; ¿condena? se arroga un derecho que en ese momento sólo pueden hacerlo los romanos; ¿no perdona? dónde quedan las palabras que tantas veces ha dicho sobra la bondad, la misericordia, y el perdón...

Hay que dar un escarmiento a ese "maestro" que acoge a pecadores y come con ellos; que no entiende que la mejor manera de curar es sajar, cortar la parte enferma.

Y ahí esta, haciendo signos en el suelo. ¿Qué escribiría? No lo sabemos; sabemos las reacciones.

"La ley de Moisés dice..." ¿Y quién está libre de pecado para empezar a tirar piedras al otro? No quieren entender que ha venido también para ellos, y para la adúltera.

No condena al pecador, pero no quita gravedad al pecado. 

"Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más".

LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN 8, 1-11

El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra

En aquel tiempo, Jesús se retiró al monte de los Olivos. Al amanecer se presentó de nuevo en el templo, y todo el pueblo acudía a él, y, sentándose, les enseñaba.

Los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: "Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?"

Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo.

Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo.

Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: "El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra."

E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.

Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos.

Y quedó sólo Jesús, con la mujer, en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: "Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?" Ella contestó: "Ninguno, Señor."

Jesús dijo: "Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más."

Palabra del Señor