REFLEXIONES  
 

 

REFLEXIÓN - 1

"EL PECADO Y EL PECADOR"

Siempre me ha sorprendido la actuación de Jesús, radicalmente exigente al anunciar su mensaje, pero increíblemente comprensivo al juzgar la actuación concreta de las personas.

Tal vez, el caso más expresivo es su comportamiento ante el adulterio. Jesús habla de manera tan radical al exponer las exigencias del matrimonio indisoluble, que los discípulos opinan que, en tal caso, «no trae cuenta casarse». Y, sin embargo, cuando todos quieren apedrear a una mujer sorprendida en adulterio, es Jesús el único que no la condena. Así es Jesús. Por fin ha existido alguien sobre la tierra que no se ha dejado condicionar por ninguna ley y ningún poder.

Alguien grande y magnánimo que nunca odió, ni condenó ni devolvió mal por mal. Alguien a quien se mató porque los hombres no pueden soportar el escándalo de tanta bondad. Sin embargo, quien conoce cuánta oscuridad reina en el ser humano y lo fácil que es condenar a otros para asegurarse la propia tranquilidad, sabe muy bien que en esa actitud de comprensión y de perdón que adopta Jesús, incluso contra lo que prescribe la ley, hay más verdad que en todas nuestras condenas estrechas y resentidas.

El creyente descubre, además, en esa actitud de Jesús el rostro verdadero de Dios y escucha un mensaje de salvación que se puede resumir así: «Cuando no tengas a nadie que te comprenda, cuando los hombres te condenen, cuando te sientas perdido y no sepas a quien acudir, has de saber que Dios es tu amigo. El está de tu parte. Dios comprende tu debilidad y hasta tu pecado.»

Esa es la mejor noticia que podíamos escuchar los hombres. Frente a la incomprensión, los enjuiciamientos y las condenas fáciles de las gentes, el ser humano siempre podrá esperar en la misericordia y el amor insondable de Dios. Allí donde se acaba la comprensión de los hombres, sigue firme la comprensión infinita de Dios. Esto significa que, en todas las situaciones de la vida, en toda confusión, en toda angustia, siempre hay salida. Todo puede convertirse en gracia. Nadie puede impedirnos vivir apoyados en el amor y la fidelidad de Dios.

Por fuera, las cosas no cambian en absoluto. Los problemas y conflictos siguen ahí con toda su crudeza. Las amenazas no desaparecen. Hay que seguir sobrellevando las cargas de la vida. Pero hay algo que lo cambia todo: la convicción de que nada ni nadie nos podrá separar del amor de Dios.

En realidad, no es tan importante lo que nos sucede en la tierra. Al menos si vivimos desde esa fe que san Pablo expresaba así: "¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución... el peligro, la espada? Estoy persuadido de que ni la muerte ni la vida... ni lo presente ni lo futuro... ni criatura alguna podrá separarnos del amor que Dios nos tiene en Cristo Jesús, nuestro Señor" (Rm 8, 35-39).

JOSE ANTONIO PAGOLA

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

LA RESPUESTA MÁS INTELIGENTE

Hemos de reconocer que aquel grupo de letrados y fariseos fue hábil en diseñar una vez más su estrategia de poner a Jesús contra las cuerdas. No era fácil la respuesta, pues llevaba o al escándalo ante la banalización de la Ley, o a la impopularidad ante la suerte de una mujer, víctima y cliente de sus acusadores.

            Pero tal artimaña, se encontró con la respuesta más inteligente y sabia que cabía imaginar: “el que esté libre de pecado, que tire la primera piedra”. Todos se fue­ron escabullendo, como quien se marcha de puntillas para que no se note mucho. Fue como una pedrea que salió justo al revés. En el fondo, aquella mujer era simplemente una torpe coartada para poder lapidar a Jesús, que era quien verdaderamente molestaba al poder dominante. Mas aquellos que intentaron tirar piedras contra Él, salieron escalabrados en el adulterio de su hipocresía.

            El error de aquellos fariseos no estuvo en indicar que el adulterio de la mujer estaba mal, sino en porqué lo indicaban. El Señor no cae ni en la aplica­ción dura de la ley, ni en las rebajas de enero del pecado. A Jesús no le importa el qué dirán, y jamás ha hablado haciendo poses ante la galería. Ni tuvo una afición leguleya ante las tradiciones, ni tampoco una calculada ambigüedad ante el pecado.

            Jesús no iba de reaccionario anti-fariseo por la vida. A éstos les dirá: no pon­gáis en el paredón a las víctimas de vuestros divertimientos, no queráis lavar vuestra culpabilidad con quienes mancilláis la inocencia mutua... “el que esté libre de pe­cado, que tire la primera piedra”. Y tampoco iba de “progre” liberal, por lo que a la mujer le dirá: no juegues con tu fidelidad ni con la ajena, porque eso es trampear con tu felicidad y la de los otros..., “anda, y en adelante no peques más”.

            La última palabra no la tuvieron los fariseos hipócritas, ni la mujer equivocada, sino Jesús, portador y portavoz de la misericordia del Padre. Y como quizás también nosotros participamos en alguna medida de la actitud de los fariseos y de la de la mujer, por eso en la recta final de esta Cuaresma, necesitamos escuchar esa palabra más grande que nuestro pecado: para que la última palabra no la tengan ni nuestras hipocresías y endurecimientos, ni nuestros traspiés y equivocaciones, sino Aquél que dijo: levántate, anda, no peques más. Y que teniendo esta experiencia real del perdón de parte de Dios, podamos a nuestra vez ofrecerlo a cuantos nos ofendan.  Es lo que pedimos cada día en el Padrenuestro

Mons. Jesús Sanz Montes o.f.m.

 

 

REFLEXIÓN - 3

EL PERDÓN Y LA MISERICORDIA

"No recordéis lo de antaño, no penséis en lo antiguo; mirad que realizo algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?

Abriré un camino por el desierto, ríos en el yermo" (Is 43, 18-19).

-«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?»

Ella contestó: -«Ninguno, Señor.»

Jesús dijo: -«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.» (Jn 8, 10-11)

COMENTARIO

El contraste entre los dos textos nos desvela el origen de toda novedad: el perdón y la misericordia divina. Por culpa de nuestros egoísmos, nuestro corazón llega a ser páramo y estéril desierto, pero se puede convertir en fresquedal colmado de lozanía, gracias a la mirada compasiva del Señor.

Desde la altura que alcanzamos en el recorrido del tiempo cuaresmal en este quinto domingo, llamado de Pasión, comprendemos cuál es el secreto para avanzar en el seguimiento: dejarnos perdonar, convertirnos de pecadores en seguidores por ser testigos directos de la mirada entrañable del Señor.

Ante el texto del evangelio de San Juan que hoy se proclama, cabe la resonancia de otro pasaje del evangelio de San Lucas: "Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor. A quien poco se le perdona, poco amor muestra». Y le dijo a ella: «Tus pecados quedan perdonados»" (Lc 15, 47-48). No es nuestro perfeccionismo lo que nos alcanza la santidad, sino la misericordia divina. Recordamos el tríptico: "Sed perfectos"; "sed santos"; "sed misericordiosos".

Nunca deberíamos dudar del ofrecimiento del perdón. Se lee en el profeta Isaías: "Venid, pues, y disputemos - dice el Señor -: Así fueren vuestros pecados como la grana, cual la nieve blanquearán. Y así fueren rojos como el carmesí, cual la lana quedarán" (Is 1, 18). "Os digo que, de igual modo, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta que por noventa y nueve justos que no tengan necesidad de conversión" (Lc 15, 7).

Desde la experiencia de la gracia, se comprende el canto del salmista: "Al ir, iba llorando, llevando la semilla; al volver, vuelve cantando, trayendo sus gavillas" (Sal 125).

PUNTOS DE REFLEXIÓN

¿Te acercas al sacramento del perdón? ¿Tienes experiencia agradecida de poder volver a empezar, gracias al regalo de la misericordia divina?

Ángel Moreno de Buenafuente