"LA
INSIGNIA"
Cuando
una persona está a punto de morir, quiere dejar a los
suyos, como testamento, aquello que considera más
importante, aquello que deben recordar para siempre.
Jesús
dedicó una corta etapa de su vida a la proclamación de
la llegada del Reino de Dios, aunque fue muy intensa en
palabras y signos. Quizás demasiado intensa para que
aquellos apóstoles y discípulos pudieran digerirla
suficientemente. En realidad, habían entendido poco.
Les tendrá que prometer el Espíritu Santo, que estará
siempre con ellos (y con nosotros), para seguir
guiándonos, iluminándonos, ayudándonos a entender.
Y
aquella tarde, cuando ya el desenlace de su vida está
decidido, pues Judas ya ha salido a cumplir sus planes
sobre Jesús, Él se desahoga con los más íntimos de
los suyos, los Once.
Comienza
diciéndoles que ya ha llegado la hora de que se cumplan
los planes de Dios. En Él Dios cumple sus planes de
salvación, y el Padre lo va a glorificar devolviéndolo
a su lugar de Hijo de Dios, a la derecha del Padre.
El
clima es de gran intimidad, familiar; les llamará:
"hijos míos", con la misma familiaridad y
confianza con la que él mismo llama a Dios "Abba",
"papá".
Y
seguido: "me queda poco de estar con
vosotros", el anuncio de su muerte.
En
algunas familias, cuando falta la persona que se
preocupaba de mantener a todos unidos, los demás se
dispersan y se pierden las conexiones y los lazos.
Jesús
no quiere que pase eso entre los suyos y por eso les
dice cuál debe ser la conexión, el lazo de unión. No
es otro que el que ha mantenido unidos y conexionados al
Padre y al Hijo y al Hijo con ellos: el amor.
Va
a ser el mandamiento nuevo. Las leyes, las normas, los
diversos preceptos, si no son formas de expresar el
amor, si no ayudan a vivir el amor fraterno, sirven de
poco.
El
amor entre los discípulos de Jesús, entre los
cristianos, debe ser: "como yo os he amado".
En la vida y en las palabras de Jesús encontramos la
medida del amor.
Amor,
que es pasar por el mundo haciendo el bien.
Amor,
que es servir, ponerse en el último puesto.
Amor,
que es cercanía a los pequeños, a los débiles, a los
que sufren, a los pobres, a los enfermos, a los
marginados, a los oprimidos.
Amor,
que es dar la vida, hasta el final. "De su costado
salió sangre y agua".
El
amor del Padre y del Hijo debe ser la insignia de los
discípulos. Por él conocerán que somos de los suyos.
¿Por
qué se distinguen nuestras comunidades cristianas?
¿Porque
nos queremos, nos ayudamos, trabajamos unidos por el
Evangelio?
¿Porque
nos sentimos y nos tratamos como hermanos?
¿Porque
nos defendemos, hablamos bien de todos, nos ayudamos en
todo, nos perdonamos y no nos criticamos?
¿Porque
compartimos la Eucaristía con la alegría de los que
saben que el Señor está en medio de ellos?
¿Porque
el amor que recibimos del Señor y de los hermanos lo
llevamos con alegría a nuestras casas, a los ambientes
en los que nos movemos, para que también ellos puedan
experimentar y vivir el verdadero amor?
¿Es
así? Nuestra insignia de cristianos está puesta en su
sitio.
¿No
es así? No llevamos la insignia puesta; aunque todos
vean nuestros grandes templos, aunque nos vean venir a
la Iglesia, aunque llevemos la cruz de oro al cuello o
el rosario colgado en la parte delantera del coche.
"La
señal por la que conocerán que sois discípulos míos,
será que os amáis unos a otros".