Ven, Espíritu Santo,
te abro la puerta,
entra en la celda pequeña
de mi propio corazón,
llena de luz y de fuego mis entrañas,
como un rayo láser opérame
de cataratas,
quema la escoria de mis ojos
que no me deja ver tu luz.
Ven. Jesús prometió
que no nos dejaría huérfanos.
No me dejes solo en esta aventura,
por este sendero.
Quiero que tú seas mi guía y mi aliento,
mi fuego y mi viento, mi fuerza y mi luz.
Te necesito en mi noche
como una gran tea luminosa y ardiente
que me ayude a escudriñar las Escrituras.
Tú que eres viento,
sopla el rescoldo y enciende el fuego.
Que arda la lumbre sin llamas ni calor.
Tengo la vida acostumbrada y aburrida.
Tengo las respuestas rutinarias,
mecánicas, aprendidas.
Tú que eres viento,
enciende la llama que engendra la luz.
Tú que eres viento, empuja mi barquilla
en esta aventura apasionante
de leer tu Palabra,
de encontrar a Dios en la Palabra,
de encontrarme a mí mismo
en la lectura.
Oxigena mi sangre
al ritmo de la Palabra
para que no me muera de aburrimiento.
Sopla fuerte, limpia el polvo,
llévate lejos todas las hojas secas
y todas las flores marchitas
de mi propio corazón.
Ven, Espíritu Santo,
acompáñame en esta aventura
y que se renueve la cara de mi vida
ante el espejo de tu Palabra.
Agua, fuego, viento, luz.
Ven, Espíritu Santo. Amén. (A. Somoza)
.
LECTURA
DEL EVANGELIO SEGÚN SAN LUCAS
9,
11b-17
En
aquel tiempo, Jesús se puso a hablar a la gente
del Reino de Dios, y curó a los que lo
necesitaban.
Caía
la tarde y los Doce se le acercaron a decirle:
-Despide
a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de
alrededor a buscar alojamiento y comida; porque
aquí estamos en descampado.
El
les contestó:
-Dadles
vosotros de comer.
Ellos
replicaron:
-No
tenemos más que cinco panes y dos peces; a no
ser que vayamos a comprar de comer para todo
este gentío. (Porque eran unos cinco mil
hombres.)
Jesús
dijo a sus discípulos:
-Decidles
que se echen en grupos de unos cincuenta.
Lo
hicieron así, y todos se echaron.
El,
tomando los cinco panes y los dos peces, alzó
la mirada al cielo, pronunció la bendición
sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos
para que se los sirvieran a la gente. Comieron
todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce
cestos.
Palabra
del Señor


¿Qué me
dice Dios a través del texto?
Maravillosas son todas estas
palabras pronunciadas por Jesús. las releemos despacio.
Él es el que siempre nos da la vida, la verdadera, que
alcanza hasta la eternidad. Al comulgar, vivimos con
Cristo, para transformarnos en Él: es Cristo quien vive
en mí.
La promesa de Jesús es segura: Yo
le resucitaré el último día (v. 54). La Eucaristía es la
prenda de la resurrección. Al comulgar, tenemos la
promesa y la garantía de vivir perpetuamente. Pues ya el
futuro se hace presente en quien comulga a Cristo.
Con este alimento, podremos caminar
alegres y fortalecidos, por el desierto de la vida,
hasta llegar a la tierra de promisión, a la vida que
jamás se terminará. La resurrección ya no es futuro, es
presente para el que comulga a Jesús y para quien se
deja transformar por la vida que Él mismo nos otorga.

Estudio Bíblico.
Contexto
bíblico
Este texto del Evangelio de hoy
está entresacado del discurso sobre el Pan de vida.
Jesús ha multiplicado el pan milagrosamente, calmando
así el hambre de una gran multitud. Pero, Jesús quiere
conducirles a la comprensión y aceptación de otro
alimento, que es Él mismo. A Él se le acepta por medio
de la fe. Es lo que nos trasmite el cuarto Evangelio en
este capítulo 6, versículos 22-50.
La oferta de Jesús todavía es más generosa. Para el que
se adhiere por la fe a Jesucristo, Éste se ofrece a sí
mismo como comida y bebida en el pan y en el vino de la
Eucaristía. El cuarto Evangelio nos lo presenta así en
el capítulo 6, versículos 51-59, que leemos hoy.
1. Yo soy el
pan vivo bajado del cielo (v. 51)
Jesús no sólo tomó cuerpo humano al
asumir carne humana de María Virgen. Ahora, en la
Eucaristía, toma la forma de pan, para significar que Él
es el verdadero alimento para los que creen en Él. Se
convierte así Jesús en algo al alcance de nuestros
sentidos. Porque como Palabra, nos invita a escucharle.
Y como Pan, nos invita a comerle, a saborearle, a
interiorizarle. En Jesús, tenemos a Dios al alcance de
la mano. Le escuchamos, le vemos, le comemos, le
gustamos, le bebemos y le hacemos nuestro como Pan y
como vino.
Los judíos contemporáneos,
esta propuesta de Jesús produce verdadero escándalo. No
pueden comprenderlo. Como tampoco entendieron que Jesús
de Nazaret fuera un Mesías tan sencillo, tan cercano a
los necesitados, que renuncia a todo poder político,
cuando los saciados por el pan multiplicado, quisieron
proclamarlo rey (Jn 6, 14-15).
En la Eucaristía, se presenta un
Dios sencillo, callado, escondido, como necesitado de
las palabras de alguien que diga: Esto es mi Cuerpo,
ésta es mi Sangre. Y ahí está Jesús presente en eso que
parece pan, en eso que parece vino. Para que no le
tengamos miedo. Para que entremos y aprendamos su modo
sencillo, humilde, de presentarse ante los humanos.
Diferente estilo al Antiguo Testamento de presentarse
Dios. En el Sinaí, se manifiesta al pueblo y a Moisés en
una teofanía portentosa, con estruendo de rayos, fuego,
humo, sonidos de trompetas, etc… (Ex 19, 16-20).
En medio de la sencillez y
humildad, Jesús se autodefine: Yo soy el pan bajado del
cielo. El que coma de este pan vivirá para siempre (v.
51). Tan calladamente, pero con toda la verdad, Jesús es
nuestra vida en la Eucaristía.
2. El pan que
yo daré es mi carne para la vida del mundo (v. 51)
Jesús se entrega en forma de pan y
vino para la vida del mundo. Es el acontecimiento de
salvación que realiza Jesús, al convertirse en pan, que
ha de ser triturado y consumido para que dé vida. Él
mismo se entrega para ofrecer su propia vida. El pan
material, multiplicado milagrosamente, es un signo que
nos lleva al verdadero Pan, que es Jesús, y que se deja
comer, para trasmitir su misma vida.
En la celebración de la Eucaristía,
hacemos memoria y actualización de esta entrega a la
muerte y más allá de la muerte: Esto es mi Cuerpo que
será entregado por vosotros… Éste es el cáliz de mi
sangre, sangre de la nueva y eterna Alianza, que será
derramada para el perdón de los pecados.
La entrega por amor que hizo Jesús
hasta morir en la cruz, hoy la Iglesia la renueva para
la salvación de todos los bautizados que participan en
la celebración de la Eucaristía y por todos los humanos,
conocidos y desconocidos. Hoy recibimos la vida total,
que es Jesús, en la comunión de la Eucaristía: Cuerpo
entregado, Sangre derramada,… para la vida del mundo.
El cristiano que come a Jesús en la
comunión, se identifica totalmente con Él. Puede
exclamar con toda alegría, como Pablo: Estoy crucificado
con Cristo, y ya no vivo yo, es Cristo quien vive en mí
(Gal 2, 19-20).
3. El que
coma de este pan vivirá para siempre (v. 58)
Dios, el Creador, está siempre por
la vida. Y Jesús, fidelísimo al Padre, en la nueva
creación que nos trae, también está por la vida integral
del hombre, de todo hombre, del mundo.
Dios no es Dios de muerte, sino de
vida. El que ha introducido la muerte en el mundo es el
hombre. Jesús saca la vida para sí y para todos los que
creen en Él, aun de la muerte causada en Él por los
hombres.
La Eucaristía, el Pan y el vino que
recibimos en comunión, ha de ir transformando nuestro
individualismo en comunión comunitaria con los hermanos.
“El símbolo sacramental no es simplemente comer, sino
comer juntos: `partir el pan´. Es el sacramento del
amor, del amor de Cristo y del amor de los cristianos,
del que es expresión y alimento” (Juan Mateos). Si hemos
comulgado a Cristo y con Cristo en la Eucaristía,
también tenemos que comulgar al mismo Cristo en el
hermano

¿Qué le dices a Dios
gracias a este texto?
Gracias, Jesús, porque estás con
nosotros, vives con nosotros, y nos das tu misma vida.
Te decimos alegres: Eucaristía, Eujaristós, Gracias…
Que nos fortalezca tu presencia
constante en nosotros por el Pan que da la vida
verdadera. Que siempre tengamos hambre de este Pan.
Hacemos un momento de silencio y reflexión para
responder al Señor. Hoy damos gracias por su
resurrección y porque nos llena de alegría.
Añadimos
nuestras intenciones de oración.
