PALABRAS QUE INTERPELAN
Lucas sigue
describiendo el camino del cristiano, que es el de
Cristo. El domingo pasado era la vigilancia su
característica. Hoy es la fortaleza, la opción clara que
exige, la decisión firme de seguir o no a Cristo. Ser
cristianos en medio del mundo en que vivimos no es
fácil.
En la primera lectura
se nos presenta brevemente la figura de un profeta,
Jeremías, al que no le resultó nada fácil cumplir su
misión. El, que por temperamento hubiera predicado con
gusto palabras de dulzura y felicidad, recibió de Dios
el encargo de anunciar un futuro sombrío para su pueblo,
y aconsejarle decisiones que no eran nada del agrado de
las autoridades, sobre todo militares. Por eso
intentaron eliminarle, hacer callar su voz. Jeremías
hundido en el fango del pozo: todo un símbolo.
También la carta a los
Hebreos nos presenta la vida cristiana en su lado
dinámico y batallador. Como una carrera, ante un estadio
lleno de gente: nos contemplan miles de personas,
nuestros antepasados en la fe y los contemporáneos:
¿cómo corremos? ¿cómo recibimos y traspasamos el
"testigo" de nuestra fe en esta carrera de relevos que
es la vida de la comunidad cristiana? No resulta nada
espontáneo ni cómodo ser cristianos. Muchas veces nos
asalta el cansancio y el miedo. El autor de la carta
propone la fuente de la fortaleza: "fijos los ojos en
Jesús, pionero de la fe". También a El, a Cristo, le
resultó difícil cumplir su carrera, pero nos dio el
ejemplo mejor de fe en Dios, y ella le dio la fuerza
para seguir hasta el final, hasta la muerte. A nosotros
nos invita a seguir el mismo camino: "corramos en la
carrera que nos toca sin retirarnos... no os canséis, no
perdáis el ánimo... no habéis llegado a la sangre en
vuestra pelea contra el pecado".
Seguir a Cristo
requiere una opción personal consciente. En el evangelio
de hoy nos lo dice el mismo Cristo con imágenes muy
expresivas. No ha venido a traer paz, sino guerra. El
mismo que luego diría: "mi paz os dejo, mi paz os doy",
nos asegura que esa paz suya debe ser distinta de la que
ofrece el mundo. Nos asegura que ha venido a prender
fuego en el mundo: quiere transformar, cambiar, remover.
Y nos avisa que esto va a dividir a la humanidad: unos
le van a seguir, y otros, no. Y eso dentro de una misma
familia. Cristo -ya lo anunció el anciano Simeón a
María- se convierte en signo de contradicción.
Si sólo buscamos en el
evangelio, y en el seguimiento de Cristo, un consuelo y
un bálsamo para nuestros males, o la garantía de obtener
unas gracias de Dios, no hemos entendido su intención
más profunda. El evangelio, la fe, es algo
revolucionario, dinámico, hasta inquietante.
El ser fieles al
evangelio de Jesús muchas veces también a nosotros nos
produce conflictos. Estamos en medio de un mundo que
tiene otra longitud de onda, que aprecia otros valores,
que razona con una mentalidad que no es necesariamente
la de Cristo. Y muchas veces reacciona con indiferencia,
hostilidad, burla o incluso con una persecución más o
menos solapada ante nuestra fe. Tener fe hoy, y vivir de
acuerdo con ella, es una opción seria.
No se puede compaginar
alegremente el mensaje de Cristo con el de este mundo.
No se puede "servir a dos señores" (/Mt/06/24./Lc/16/13).
Siempre resulta incómodo luchar contra el sentir
ambiental, sobre todo si es más atrayente, al menos
superficialmente, y menos exigente en sus demandas. La
visión del mundo que Jesús nos va ofreciendo en las
páginas de su evangelio tiene muchas veces puntos
contradictorios con la visión humana de las cosas. Ser
cristiano es optar por la mentalidad de Cristo. No se
puede seguir adelante con medias tintas y con
compromisos. En la moral, por ejemplo, el evangelio es
mucho más exigente que las leyes civiles.
El evangelio es un
programa de vida para fuertes y valientes. No nos
exigirá siempre heroísmo -aunque sigue habiendo mártires
también en nuestro tiempo-, pero sí nos exigirá siempre
coherencia en la vida de cada día, tanto en el terreno
personal como en el familiar o sociopolítico.
Sería una falsa paz el
que lográramos demasiado fácilmente conjugar nuestra fe
con las opciones de este mundo, a base de camuflar las
exigencias entre ambas. La paz de Cristo, la verdadera,
está hecha de fuego y de lucha. Claro que es más
"pacífico" que el Papa, en sus viajes, o los obispos en
sus orientaciones pastorales, no digan nada más que
palabras de consuelo y halago: pero tienen que decir lo
que ellos creen que es la verdad conforme al Evangelio,
y eso, muchas veces, suscita reacciones violentas de
oposición. En su encíclica, (de mayo de 1986) "Señor y
dador de Vida", Juan Pablo II nos invita a una clara
opción por la mentalidad de Cristo cara al año 2000,
fiados en la fuerza de su Espíritu, en lucha contra el
ateísmo y el materialismo sistemático que amenazan con
invadir nuestra mentalidad. Cada vez que celebramos la
Eucaristía, ciertamente nos dejamos envolver en la paz y
el consuelo de Dios. Pero a la vez esta celebración nos
compromete a una vida según Cristo, y a una lucha por
defender nuestra fe. Escuchamos una Palabra que
interpela nuestra conducta y nos señala caminos.
J. ALDAZABAL(+)