REFLEXIONES  

 

 

REFLEXIÓN - 1

DIOS, LA ÚLTIMA PALABRA

Cuando se pasó de un régimen totalitario a uno "cuasi" democrático, empezaron a sonar con mucha intensidad palabras como "libertad" y "derechos".

Teníamos todos los derechos del mundo y qué poco se hablaba de obligaciones.

Y la libertad, el gran grito, el gran anhelo. No somos esclavos de nadie. Nadie nos manipula, vamos donde queremos... Qué ilusos, al final siempre hay unos u otros que mueven los hilos de la marioneta.

Y la consecuencia de una libertad mal entendida, de unos derechos exigidos por encima de los derechos de los demás, es una sociedad, un mundo, roto, dividido, violento; un mundo que fabrica a gran ritmo pobres, excluidos, refugiados inmigrantes, marginados...

¿Y a quién pedimos cuentas de esta situación?

El egoísmo, la ambición humana, la insolidaridad, el ansia de poder, de tener, de dominar al otro, en resumen, nuestro pecado, producen las situaciones descritas. Por otra parte, nuestra realidad de seres débiles, abiertos a la enfermedad y a la muerte física, hacen que estas estén presentes en nuestra vida en cualquier momento, a cualquier edad y en todos: ricos y pobres, señores y siervos, niños jóvenes y ancianos.

Y como no queremos ver nuestra responsabilidad en todo esto, buscamos el culpable.  Decimos: "Dios tiene la culpa, porque lo permite", "Dios es injusto", "No puede existir Dios y menos un Dios bueno y misericordioso, cuando en el mundo hay tanto sufrimiento y tanta muerte".

Este es el grito de Habacuc en la primera lectura: "¿Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches?

Dios no es el autor del mal, dejaría de ser Dios; Dios no puede quitarnos nuestra libertad, aun a riesgo que la utilicemos mal, pues dejaríamos de ser personas.

Ante el problema del mal, dos caminos: primero, un estilo de vida que denuncie las estructuras de pecado que lo producen, es decir, vivir en dirección contraria; segundo, la fe en Dios que no permitirá que el mal, el pecado que hay en nosotros, tenga la última palabra.

No es fácil vivir desde la fe las situaciones consecuencia del pecado; por eso también nosotros tenemos que pedir a Jesús, como los apóstoles: "Auméntanos la fe".

Vivir desde la fe en Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, vivir desde los mandamientos de la ley de Dios, seguir los pasos que Jesús nos marca en el Evangelio... Si viviéramos de verdad así, cuántos males se evitarían, se conseguirían milagros mayores que el que, a una palabra nuestra, una morera se arrancara de raíz y se trasplantara en el mar.

El profeta Habacuc nos ha dicho: "El justo vivirá por la fe"; San Pablo le dice a Timoteo, y en él a nosotros: "Vive con fe y amor cristiano".

Y ese es también nuestro camino: vivir desde la fe en aquel que se entregó y dio la vida por nosotros cuando aún éramos pecadores. Él es el Señor, nosotros sus servidores. Nuestra vida es responder a su amor con el nuestro: un amor hecho entrega, como el suyo; un amor sin intereses personales, pues ya se nos ha dado todo; un amor que se expresa haciendo lo que tenemos que hacer, como buenos servidores del Señor.

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

LOS CAMINOS DE DIOS

Jesús es un buen maestro. Nos va enseñando, domingo tras domingo, sus caminos, con los diversos aspectos de la vida que hemos de tener en cuenta sus seguidores. Después de las difíciles lecciones de los domingos anteriores sobre el uso de las riquezas, hoy nos habla de otras actitudes tan poco populares como la fe, la paciencia, la humildad, la sencillez y la confianza en Dios.

Tenía cierta razón Habacuc al escandalizarse por el mal que veía en el mundo y la aparente pasividad de Dios. En la historia de aquellos momentos sólo se veían violencias y catástrofes. Unas veces, por culpa humana. Otras, por imprevistos de la naturaleza. ¿Qué hace Dios, que no evita este mal? ¿No se acuerda de su pueblo? ¿"Hasta cuándo clamaré, Señor, sin que me escuches"?

La queja sigue sonando, porque también ahora se acumulan las noticias catastróficas y tristes, y los opresores parecen seguir campando a sus anchas, como en tiempos de Habacuc. Dios se muestra como ausente. Y nos puede desconcertar su respuesta al profeta, porque parece recomendar sólo paciencia. "La visión espera su momento: si tarda, espera, porque ha de llegar", "se acerca y no fallará". Lo que pasa es que Dios no dice cuándo. Y, como respeta la libertad de las personas -de las buenas y de las malas- el justo tendrá que esperar y respetar los ritmos de la historia y los planes de salvación de Dios, aunque no los entienda del todo. Se le pide una actitud de confianza.

Lo cual no significa que no tenga que luchar contra el mal y hacer lo posible por mejorar este mundo. La respuesta de hoy no se puede considerar completa: en otras ocasiones, por los profetas, Dios urge a una acción en contra de la injusticia. Pero confiando en él, no en nuestras fuerzas. No con la violencia, sino con el esfuerzo y el trabajo. Esa es la característica del creyente: "el justo vivirá por su fe". Mientras que "el injusto tiene el alma hinchada", porque no cuenta con Dios en su visión de la vida. Como hicieron los israelitas en el desierto, de los que habla el salmo, cuando creyeron que Dios les había abandonado: "no endurezcáis el corazón, como vuestros padres que me pusieron a prueba, aunque habían visto mis obras".

La misma confianza en los planes y los ritmos de Dios nos pide Jesús en el evangelio: no debemos pedirle cuentas o exigirle derechos, sino seguir nuestro camino con humildad y con confianza de hijos. El pasaje de hoy es desconcertante. Parece como si Jesús defendiera una actitud tiránica del amo con su empleado. Cuando éste vuelve del trabajo del campo, todavía le exige que le prepare y le sirva la cena. Jesús no está hablando de las relaciones laborales ni alabando al que explota al trabajador. Lo que le interesa subrayar es la actitud de sus discípulos ante Dios, que no tiene que ser como la de los fariseos, autosuficientes, que se presentan ante Dios como exigiendo el premio. Sino la humildad de los que, después de haber trabajado, no se dan importancia y son capaces de decir: "somos unos pobres siervos, hemos hecho lo que teníamos que hacer".

Eso, tanto en relación a Dios como en nuestro trabajo comunitario, eclesial o familiar. La tendencia espontánea es pasar factura por todo lo que hacemos. Jesús, por el contrario, nos dice que no nos presentemos ante Dios ni ante los demás con una lista de derechos y méritos, sino con humildad y sencillez. ¿Llevan acaso los padres contabilidad de sus servicios que realizan en la familia? ¿o el amigo de sus favores al amigo? Los cristianos hacemos el bien gratuitamente, sin darnos importancia, con amor de hijos y hermanos: "hemos hecho lo que teníamos que hacer

Se nos invita, por tanto, a purificar las intenciones y la motivación de nuestro trabajo. Nos va bien recordarlo al iniciar una nueva etapa en las actividades, a principios de septiembre. Eso sí: tendremos que pedir con voz bastante fuerte a Dios que nos aumente la fe. Como lo hicieron los apóstoles a Jesús, después de haber escuchado -un poco asustados- lo que en domingos pasados hemos escuchado también nosotros sobre las exigencias de Jesús. Ser cristiano supone opciones nada fáciles. Sin fe, nos cansaremos pronto de seguir ese camino. Sin los ojos de la fe, no veremos que las riquezas no son importantes, o que hay que saber renunciar a cosas secundarias para conseguir las principales, o que nuestra vida de entrega a Dios y al prójimo debe ser gratuita y desinteresada. Sin fe, no podemos seguir a Cristo. El nos dijo: "sin mí no podéis hacer nada". Necesitamos fe para seguir amando, para seguir trabajando, para seguir viviendo en cristiano. "Señor, auméntanos la fe".

Tenemos un hermoso ejemplo de estas actitudes cristianas en la Virgen María, que es la que mejor aprendió las lecciones del Maestro. Su prima Isabel la alabó: "dichosa tú, porque has creído". Y ella, María, desde la sencillez de su humildad, se mostró agradecida y disponible ante Dios: "hágase en mí según tu palabra", "proclama mi alma la grandeza de Dios", "porque ha mirado la humildad de su sierva".

J. ALDAZÁBAL (+)

 

 

REFLEXIÓN - 3

FE O CREENCIAS

Los discípulos son conscientes de su poca fe, de su incapacidad para dar su adhesión plena a Jesús y a su mensaje. Por eso le piden que les aumente la fe. Jesús constata en realidad que tienen una fe más pequeña que un grano de mostaza, semilla del tamaño de una cabeza de alfiler. No dan ni siquiera el mínimo, pues con tan mínima cantidad de fe bastaría para hacer lo imposible: arrancar de cuajo con sólo una orden una morera y tirarla al mar. Este mínimo de fe es suficiente para poner a disposición del discípulo la potencia de Dios.

La morera, como la higuera, son símbolos de fecundidad en Israel. La higuera con muchas hojas, de bella apariencia, pero sin higos, es símbolo de la infecundidad de la institución judía, que no da su adhesión a Jesús. Los discípulos tienen fe, pero poca. Con fe, como un grano de mostaza, estarían en condiciones de “arrancar la morera (símbolo de Israel) y tirarla al mar”. Con este lenguaje figurado indica Jesús cuál es la tarea del discípulo: romper con la institución judía, basada en el cumplimiento de la ley y eliminar el sistema de injusticia que representa esa institución con su templo-cueva de bandidos, al frente. Con un mínimo de fe bastaría para cambiar ese sistema.

Miro a mi alrededor y pienso que algo no funciona. Tantos cristianos, tantos católicos, tantos colegios religiosos... Y me pregunto: ¿Cuántos creyentes? ¿Tienen fe los cristianos, los sacerdotes y religiosos, los obispos? ¿Tenemos fe? ¿O tenemos una serie de creencias, un largo y complicado credo que recitamos de memoria y que poco atañe a la vida?

Las palabras de Jesús siguen resonando hoy. “Si tuviérais fe como un grano de mostaza...” O lo que es igual: si siguierais mi camino, si vivierais según el evangelio, tendríais la fuerza de Dios para cambiar el sistema.

Sigo mirando a mi alrededor y veo una iglesia apegada a sus privilegios, que se codea con los poderes fácticos, que depende en muchos países económicamente del estado, capaz de echarle un pulso al poder político y vencer, identificada con frecuencia con la derecha o el centro, defensora a ultranza de su estatuto de religión verdadera y prioritaria.

Me vuelvo al evangelio y releo sus páginas: “Vende todo lo que tienes y repártelo a los pobres, que Dios será tu riqueza, y anda sígueme a mí” (Lc 18,22). “Las zorras tienen madrigueras y los pájaros nidos, pero este hombre no tiene dónde reclinar la cabeza” (Lc 9,58). “No andéis agobiados pensando qué vais a comer, ni por el cuerpo pensando con qué os vais a vestir” (Lc 12,22). “Los reyes de las naciones las dominan y los que ejercen el poder se hacen llamar bienhechores. Pero vosotros nada de eso; al contrario, el más grande entre vosotros iguálese al más joven y el que dirige al que sirve” (Lc 22,25-26).

Pobres, libres, sin seguridades, sin poder, como Jesús. Sólo tiene fe quien se adhiere a este estilo de vida evangélico. Quien no, tiene creencias que para casi nada sirven. Y así no se puede cambiar ni el sistema religioso ni siquiera el mundano.

Tal vez tengamos que reconocer que somos “siervos inútiles”, pues no andamos en el sistema de la fe, sino en el del cumplimiento de las obras de la ley, como los fariseos, que, al final, de su trabajo tienen que considerarse “siervos inútiles”, pero no “hijos de Dios” que es a lo que estamos llamados a ser, como ciudadanos del reino.

Según la primera lectura, lo que da vida al justo judío es la fe. Una fe que, para los cristianos, consiste en la adhesión a Jesús y se expresa no sólo en la práctica de la justicia, sino en la del amor sin límite a los demás, como Jesús. El profeta Habacuc muestra a un justo que no entiende el silencio de Dios ante la injusticia y la violencia humana que padece por parte de los pecadores. Y le recomienda que sepa esperar y anhelar ese día en que se manifieste la justicia de Dios sobre este orden injusto. Ese día se ha manifestado ya en Jesús que ha tenido que cargar en la cruz con la injusticia humana muriendo víctima de ella, pero expresando al mismo tiempo que sólo el amor pondrá remedio a los males del mundo. Como recomienda Pablo a Timoteo en la segunda lectura es necesario reavivar ese don de Dios recibido para dar testimonio de Jesús en el mundo, con espíritu de energía, amor y buen juicio, que en esto consiste “vivir con fe”. Este es el precioso depósito que el cristiano debe guardar celosamente on la ayuda del Espíritu de Dios que habita en nosotros.

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