INTRODUCCIÓN 
 

 

 

 

 

 

EL BANQUETE DEL SEÑOR
Miguel Payá - Página franciscanos

Capítulo VII
EL DIÁLOGO
Dios nos ha hablado por medio del Hijo

3. LA LITURGIA DE LA PALABRA

a) Lecturas bíblicas

El Vaticano II había imperado: «A fin de que la mesa de la palabra de Dios se prepare con más abundancia para los fieles, ábranse con mayor amplitud los tesoros bíblicos, de modo que, en un espacio determinado de años, sean leídas al pueblo las partes más importantes de la Sagrada Escritura» (Vaticano II, Sacrosanctum Concilium, 51). Y el mandato se ha cumplido espléndidamente: ¡nunca se había leído tanto la Escritura en la Eucaristía como lo hacemos hoy! Si juntamos el Leccionario dominical y el ferial, entre los dos contienen el noventa por ciento de la Biblia. Y el Leccionario dominical, en el que concentraremos nuestra atención por ser el típico y el más oído, hace una selección magistral de las mejores páginas del libro sagrado.

Cada Domingo se leen tres lecturas que se pueden nombrar así: «Profeta» (Antiguo Testamento); «Apóstol» (los escritos del Nuevo Testamento excepto los Evangelios); «Evangelio» (los cuatro Evangelios). El orden tiene su importancia: los escritos proféticos y los apostólicos nos preparan para oír la palabra directa y definitiva de Jesús, que es la culminación de la revelación. La misma forma de ejecutar estas lecturas contribuye a resaltar la centralidad del Evangelio: las dos primeras lecturas pueden ser leídas por un lector, mientras la asamblea está sentada; el Evangelio, en cambio, ha de ser leído por el sacerdote o un diácono, mientras toda la asamblea lo escucha de pie. Además, la lectura del Evangelio se solemniza también con varios gestos: canto del «aleluya», saludo inicial del sacerdote o diácono, signación triple de todos los fieles (sobre la frente, los labios y el corazón), incensación del libro, aclamación final y beso del evangeliario.

Las lecturas dominicales han sido distribuidas en tres ciclos anuales caracterizados por el uso de uno de los Evangelios llamados «sinópticos» por el paralelismo de su estructura y de sus contenidos. Llevan los nombres de «Ciclo A» (Evangelio de Mateo), «Ciclo B» (Evangelio de Marcos) y «Ciclo C» (Evangelio de Lucas). El Evangelio de Juan se lee todos los años en la segunda parte de la Cuaresma y durante todo el Tiempo Pascual. En estos ciclos, la primera lectura del Antiguo Testamento se ha seleccionado normalmente en función del Evangelio: un texto que de algún modo anuncie y prepare lo que después escuchamos en el relato evangélico. Pero hay tres excepciones: en Adviento se lee siempre al profeta Isaías; en Cuaresma la primera lectura va narrando los principales acontecimientos de la salvación antes de Cristo; y durante el Tiempo Pascual, la lectura del Antiguo Testamento es sustituida por la del libro de los Hechos de los Apóstoles. En cambio, la temática de la segunda lectura (la «apostólica») suele ser independiente de la que marcan el evangelio y la primera lectura, y su selección responde también a criterios diferentes.