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"LA
MUERTE HA SIDO VENCIDA "
El sufrimiento de una derrota
El fragmento del libro de las
Lamentaciones, que hemos escuchado como primera lectura,
fue escrito con motivo de la destrucción de Jerusalén
por los babilonios, cuando los judíos principales fueron
desterrados a su imperio. Este libro recoge la vida de
unos hombres que sufrieron la derrota de su país
y tuvieron que luchar con tesón contra la muerte de su
pueblo. Pero no pudieron impedir la destrucción de
Jerusalén y de su templo, que habían sido construidos
con mucho esfuerzo y durante algunos siglos. Y, ahora,
¡ya no quedaba nada de ellos!
La muerte es una derrota
El testimonio de aquellos hombres
(conservado en el libro de las Lamentaciones) forma
parte de la Palabra de Dios y, hoy, Conmemoración de los
Fieles Difuntos, puede iluminar nuestra situación.
Porque nosotros hemos tomado conciencia de que
el enemigo mayor que tenemos es la muerte, cuando ésta
se ha
llevado a su Imperio a personas que
amábamos. A muchas de ellas las perdimos después de
luchar con fuerza contra la enfermedad y la misma
muerte. Y ahora nos damos cuenta de que, de su vida,
construida con tantos años de trabajo y esfuerzo, ya no
queda casi nada; sólo queda su recuerdo apreciado.
Y nosotros, abatidos como los judíos de
Babilonia, decimos: "Me han arrancado la paz y ni me
acuerdo de la dicha. Me digo: se me acabaron las fuerzas
y mi esperanza en el Señor".
Hay razones para no desesperar
Pero no vamos a pasarnos la vida dando
vueltas y más vueltas a la desgracia; porque, sólo
mirando hacia fuera, podremos volver a encontrar nuestro
propio camino y el sentido de nuestra vida. Por eso, san
Pablo, en la segunda lectura que escuchábamos, nos ha
dicho: "Por el Bautismo fuimos sepultados con él en la
muerte, para que, así como Cristo fue despertado
de entre los muertos por la gloria del Padre, así
también nosotros andemos en una vida nueva". Son
palabras que, hoy, hemos de hacer muy nuestras; porque
es cierto que nuestra esperanza recibe un duro golpe
cada vez que topa con la muerte de una persona querida;
pero, también es cierto que el recuerdo del Amor y la
Fidelidad de Dios, que hemos encontrado expresadas en el
evangelio de hoy, renuevan cada mañana
nuestra esperanza.
En la casa de mi Padre hay muchas
estancias
Hoy tendríamos que hacer muy nuestras las
palabras del evangelio que hemos escuchado y que ponen
en boca de Jesús esta Buena Noticia: "En casa de mi
Padre hay muchas estancias". Porque nos ayudarían a
creer que nuestros difuntos ya han sido acogidos en
ellas; porque Dios es Padre y ama siempre y, en su amor,
todos tenemos un sitio. Dios, a quien nada pasa por
alto, no quiere que se pierda ni la más pequeña migaja
del amor que tenemos a los demás, por pequeño que
éste sea. Por tanto habrá sabido descubrir el amor (sea
poco, sea mucho) que vivieron nuestros difuntos y no
permitirá que quede enterrado por siempre.
El porqué de nuestra oración
Alguien se podría preguntar: si todos
tenemos un sitio asegurado en la casa del Padre, si la
salvación es un don
gratuito que él nos ofrece, ¿por qué
debemos orar por nuestros difuntos, como lo hacemos hoy?
Pues bien, nosotros oramos porque la oración es siempre
un diálogo renovador con Dios: nosotros aportamos en él
las graves preocupaciones que tenemos y él se nos da
totalmente. Sabemos que Dios ama a los que quieren
permanecer fieles a su alianza. Y sabemos que nuestros
difuntos no querían romperla, esta alianza con Dios,
y nosotros mismos estamos aquí porque la queremos
vivir intensamente. Por eso, la oración, hoy, brota de
nuestros labios con la seguridad de que Dios nos
escucha, porque nunca se hace el sordo.Y ahora que nos
disponemos a celebrar el memorial de Jesucristo,
contemplamos su Resurrección: es la respuesta de Dios a
los que le aman y es también un poco de luz que
nos permite, en medio de las tinieblas que la muerte
provoca en nosotros, ver nuevamente el camino y seguir
adelante. Con la tranquilidad que nos da el saber que
nuestros difuntos están en buenas manos.
Jaume Grané
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