REFLEXIONES  

 

 

REFLEXIÓN - 1

"NO LLORES"

"No llores" 
De algún modo aquel "No llores" que dijo Jesús a aquella viuda 
a la salida de Naín, podemos escucharlo como dicho a cada uno 
de nosotros cuando recordamos a nuestros difuntos. Porque si El no nos devuelve a nuestros difuntos, sí nos dice que ellos viven, viven felices por y en su amor.
No nos devuelve la compañía de nuestros difuntos, pero nos 
asegura que es posible una comunión real entre ellos y nosotros. Es lo que hoy, en esta Conmemoración de los fieles difuntos, celebramos. Y nuestra oración, especialmente en esta Eucaristía, es la expresión muy real de esta comunión entre ellos y nosotros.

-Dios salvador da vida plena 
Es natural que el hombre muera, como muere todo lo que 
sobre la tierra vive. Pero hay al mismo tiempo en el hombre un 
anhelo de inmortalidad, de que la vida no termine. Y la voluntad del Dios salvador que se nos ha dado a conocer por Jesucristo es hacer realidad este anhelo del hombre: su voluntad es que el hombre viva, que la muerte inevitable sea una puerta que se abre a una vida superior, plena, de comunión participativa con la felicidad de Dios.
Con frecuencia, en nuestro modo de hablar espontáneo, 
tendemos a compadecer a los que mueren: "Pobre, tan joven..." o "Pobre, no ha podido ver crecer a los nietos que tanto quería", etc., etc. En realidad, si fuéramos más capaces de una mejor visión de la verdad de las cosas, deberíamos compadecernos de nosotros y alegrarnos por ellos. Los difuntos no viven en una especie de reino de sombras, sueños o irrealidades -como a veces parece que imaginemos- sino que viven en la realidad más viva y plena que es el Reino de Dios, aquel Reino que Jesús tantas veces compara a una gran fiesta, a un banquete gozoso y multitudinario. Son ellos los felices, ellos llegaron ya a la meta querida por el Dios de amor total; nosotros somos los que estamos aún en esta etapa difícil que es camino y no meta.

J. GOMIS

 

 

 

REFLEXIÓN - 2

"LA MUERTE HA SIDO VENCIDA "

El sufrimiento de una derrota
 

El fragmento del libro de las Lamentaciones, que hemos escuchado como primera lectura, fue escrito con motivo de la destrucción de Jerusalén por los babilonios, cuando los judíos principales fueron desterrados a su imperio. Este libro recoge la vida de unos hombres que sufrieron la derrota de su país y tuvieron que luchar con tesón contra la muerte de su pueblo. Pero no pudieron impedir la destrucción de Jerusalén y de su templo, que habían sido construidos con mucho esfuerzo y durante algunos siglos. Y, ahora, ¡ya no quedaba nada de ellos! 

La muerte es una derrota 

El testimonio de aquellos hombres (conservado en el libro de las Lamentaciones) forma parte de la Palabra de Dios y, hoy, Conmemoración de los Fieles Difuntos, puede iluminar nuestra situación. Porque nosotros hemos tomado conciencia de que el enemigo mayor que tenemos es la muerte, cuando ésta se ha 
llevado a su Imperio a personas que amábamos. A muchas de ellas las perdimos después de luchar con fuerza contra la enfermedad y la misma muerte. Y ahora nos damos cuenta de que, de su vida, construida con tantos años de trabajo y esfuerzo, ya no queda casi nada; sólo queda su recuerdo apreciado.
Y nosotros, abatidos como los judíos de Babilonia, decimos: "Me han arrancado la paz y ni me acuerdo de la dicha. Me digo: se me acabaron las fuerzas y mi esperanza en el Señor".

Hay razones para no desesperar
 

Pero no vamos a pasarnos la vida dando vueltas y más vueltas a la desgracia; porque, sólo mirando hacia fuera, podremos volver a encontrar nuestro propio camino y el sentido de nuestra vida. Por eso, san Pablo, en la segunda lectura que escuchábamos, nos ha dicho: "Por el Bautismo fuimos sepultados con él en la muerte, para que, así como Cristo fue despertado de entre los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en una vida nueva". Son palabras que, hoy, hemos de hacer muy nuestras; porque es cierto que nuestra esperanza recibe un duro golpe cada vez que topa con la muerte de una persona querida; pero, también es cierto que el recuerdo del Amor y la Fidelidad de Dios, que hemos encontrado expresadas en el evangelio de hoy, renuevan cada mañana nuestra esperanza.

En la casa de mi Padre hay muchas estancias
 

Hoy tendríamos que hacer muy nuestras las palabras del evangelio que hemos escuchado y que ponen en boca de Jesús esta Buena Noticia: "En casa de mi Padre hay muchas estancias". Porque nos ayudarían a creer que nuestros difuntos ya han sido acogidos en ellas; porque Dios es Padre y ama siempre y, en su amor, todos tenemos un sitio. Dios, a quien nada pasa por alto, no quiere que se pierda ni la más pequeña migaja del amor que tenemos a los demás, por pequeño que éste sea. Por tanto habrá sabido descubrir el amor (sea poco, sea mucho) que vivieron nuestros difuntos y no permitirá que quede enterrado por siempre.

El porqué de nuestra oración 

Alguien se podría preguntar: si todos tenemos un sitio asegurado en la casa del Padre, si la salvación es un don 
gratuito que él nos ofrece, ¿por qué debemos orar por nuestros difuntos, como lo hacemos hoy? Pues bien, nosotros oramos porque la oración es siempre un diálogo renovador con Dios: nosotros aportamos en él las graves preocupaciones que tenemos y él se nos da totalmente. Sabemos que Dios ama a los que quieren permanecer fieles a su alianza. Y sabemos que nuestros difuntos no querían romperla, esta alianza con Dios, y nosotros mismos estamos aquí porque la queremos vivir intensamente. Por eso, la oración, hoy, brota de nuestros labios con la seguridad de que Dios nos escucha, porque nunca se hace el sordo.Y ahora que nos disponemos a celebrar el memorial de Jesucristo, contemplamos su Resurrección: es la respuesta de Dios a los que le aman y es también un poco de luz que nos permite, en medio de las tinieblas que la muerte provoca en nosotros, ver nuevamente el camino y seguir adelante. Con la tranquilidad que nos da el saber que nuestros difuntos están en buenas manos.

Jaume Grané

 

 

REFLEXIÓN - 3

"ESTÁN EN NUESTRA MEMORIA"

Hoy es la fiesta de los fieles difuntos. Es continuación y complemento de la de ayer. Junto a todos los santos ya gloriosos, queremos celebrar la memoria de nuestros difuntos. 
Muchos de ellos formarán parte, sin duda, de ese «inmenso gentío» que celebrábamos ayer. Pero hoy no queremos 
rememorar su memoria en cuanto «santos» sino en cuanto difuntos. 

Es un día para presentar ante el Señor la memoria de todos nuestros familiares y amigos o conocidos difuntos, que quizá durante la vida diaria no podemos estar recordando. El verso del poeta «¡Qué solos se quedan los muertos!» puede no expresar tanto quizá un defecto cuanto una limitación humana: no podemos vivir centrados exhaustivamente en recuerdo, por más que seamos fieles a la memoria de nuestros seres queridos. Nosotros acabamos olvidando a nuestros difuntos, al menos en el curso de la vida ordinaria. Ellos son los que no se olvidan de nosotros, porque al entrar en la vida eterna entran en el modo de conocer de Dios mismo, para quien todo está presente, y lo está bajo una luz nueva, incomprensible para nosotros. 

Por eso, este día es una ocasión propicia para cumplir con el deber de nuestro recuerdo agradecido. Es una obra de solidaridad el orar por los difuntos. 

Puede ser buena ocasión para hacer una catequesis sobre el sentido de la oración de petición respecto a los difuntos, para lo que sugerimos esquemáticamente unos puntos: 

1.- El juicio de Dios sobre cada uno de nosotros es sobre la base de nuestra responsabilidad personal, no en base a influencias externas

2.- Dios no necesita de nuestra oración para ser misericordioso con nuestros hermanos; -no rezamos para cambiar a Dios, sino para cambiarnos a nosotros mismos; 

3.- No imaginemos la vida eterna como una simple prolongación de este mundo. 

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO