
Texto
“Ver con los
ojos del corazón, lo que dice el texto”
JUAN
3, 13-17
Jesús dijo:
«Nadie ha subido al cielo, sino el que descendió del
cielo, el Hijo del hombre que está en el cielo.
De la misma manera que Moisés levantó en alto la
serpiente en el desierto, también es necesario que el
Hijo del hombre sea levantado en alto, para que todos
los que creen en Él tengan Vida eterna.
Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único
para que todo el que cree en Él no muera, sino que tenga
Vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo,
sino para que el mundo se salve por Él».
Palabra del Señor
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LECTURA: ¿Qué dice el
texto?
Estudio Bíblico.
El texto que hoy la liturgia nos
propone está sacado de la Fiesta de la Exaltación de la
Santa Cruz. No nos tiene que sorprender el que el pasaje
elegido para esta celebración forme parte del cuarto
evangelio, porque es justamente este evangelio el que
presenta el misterio de la cruz del Señor, como
exaltación. Y esto está claro desde el comienzo del
evangelio: “Así como Moisés elevó la serpiente en el
desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre”
(Jn 3,14; Dn 7,13). Juan nos explica el misterio del
Verbo Encarnado en el movimiento paradójico del
descenso-ascenso (Jn 1,14.18; 3,13). Y es éste el
misterio que ofrece la clave de lectura para comprender
el despliegue de la identidad y de la misión de
Jesucristo passus et gloriosus, y podemos decir con
razón que esto no vale solamente para el texto de Juan.
La carta a los Efesios, por ejemplo, se sirve de este
mismo movimiento paradójico para explicar el misterio de
Cristo: “Subió. ¿Qué quiere decir, sino que había bajado
con los muertos al mundo inferior?” (Ef 4,9).
Jesús es el Hijo de Dios que al
hacerse Hijo del hombre (Jn 3,13) nos hace conocer los
misterios de Dios (Jn 1,18). Esto el solamente puede
hacerlo, ya que el sólo ha visto al Padre (Jn 6,46).
Podemos decir que el misterio del Verbo que baja del
cielo responde al anhelo de los profetas: ¿quién subirá
al cielo para revelarnos este misterio? (cfr. Dt 30,12;
Prov 30,4). El cuarto evangelio está lleno de
referencias al misterio de aquel que “ha bajado del
cielo” (1 Cor 15,47). He aquí algunas citas: Jn
6,33.38.51.62; 8,42; 16,28-30; 17,5.
La exaltación de Jesús está
justamente en este bajar hasta nosotros, hasta la
muerte, y a la muerte de cruz, desde la cual él será
levantado como la serpiente en el desierto y “todo el
que la mire … no morirá” (Núm 21,7-9; Zc 12,10). Este
mirar a Cristo ensalzado, Juan lo recordará en la escena
de la muerte de Jesús: “Mirarán a aquel que traspasaron”
(Jn 19,37). En el contexto del cuarto evangelio, el
dirigir la mirada quiere significar, “conocer”,
“comprender”, “ver”.
A menudo en el evangelio de Juan,
Jesús se refiere al hecho de ser levantado: “Cuando
hayan levantado en alto el Hijo del hombre, entonces
conocerán que yo soy” (Jn 8,28); “‘cuando yo haya sido
levantado de la tierra, atraeré a todos a mí’. Jesús
daba a entender así de qué muerte iba a morir” (Jn
12,32-33). También en los sinópticos Jesús anuncia a sus
discípulos el misterio de su condena a muerte y muerte
de cruz (véase Mt 20,17-19; Mc 10,32-34; Lc 18,31-33).
En efecto, Cristo tenía que “sufrir todo esto y entrar
en la gloria” (Lc 24,26).
Este misterio revela el gran amor que
Dios nos tiene. Es el hijo que nos es dado, “para que
quien crea en él no perezca, sino que tenga vida
eterna”, este hijo a quien nosotros hemos rechazado y
crucificado. Pero justamente en este rechazo de nuestra
parte, Dios nos ha manifestado su fidelidad y su amor
que no se detiene ante la dureza de nuestro corazón. El
actúa la salvación, a pesar de nuestro rechazo y
desprecio (cfr. Hechos 4,27-28), permaneciendo siempre
firme en realizar su plan de misericordia: “Porque Dios
no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar el mundo,
sino para que el mundo se salve por él”.
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“Le hablo al Señor,
escucho el yo de Jesús y mi yo para llegar a una
intimidad de amor”
Salmo 78
Escucha, pueblo mío, mi enseñanza,
presta oído a las palabras de mi boca;
voy a abrir mi boca en parábolas,
a evocar los misterios del pasado.
Cuando los mataba, lo buscaban,
se convertían, se afanaban por él,
y recordaban que Dios era su Roca,
el Dios Altísimo su redentor.
Le halagaban con su boca,
con su lengua le mentían;
su corazón no era fiel,
no tenían fe en su alianza.
Él, con todo, enternecido,
borraba su culpa, no los destruía;
bien de veces contuvo su cólera
y no despertó todo su furor.
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