PRESENTACIÓN
1. Jesús, el Salvador, es uno
de los nuestros; ha compartido nuestra sangre y nuestra
carne y no se avergüenza de llamarnos hermanos (2,11.14). Hb
dice con palabras propias lo mismo que nosotros queremos
expresar con el tono entrañable de Navidad.
Jesús ha asumido todo lo
humano: alegría, amistad, familia, sencillez. Ha asumido
esto clavado esencialmente en nuestra sangre y en nuestra
carne: dolor, limitación, sufrimiento, muerte. Más aún,
aceptó a los hombres tal como son, limitados, mediocres,
pecadores, con sus odios pequeños e irracionales; Jesús
asumió a los hombres como hermanos, hasta en la terrible y
absurda mezquindad que los lleva a matar al justo
precisamente porque les habla de paz, de sinceridad, de vida
limpia, de Dios.
Ya desde Belén Jesús aprendió
cuán difícil es acoger a los hombres reales. Hb subraya
todavía un último paso: Jesús sufrió también la angustia de
la muerte (2,14-15; 5,7), resumen de todos los miedos
humanos; la angustia del hombre que siente un anhelo
infinito de vida y felicidad y se encuentra diariamente con
sus desesperantes limitaciones hasta acabar en la amenaza
total de aquel anhelo en la oscuridad de la muerte. Todo
este misterioso y complejo mundo humano está dicho
entrañablemente en el niño débil, ignorado, alabado y
perseguido de Belén.
2. En el núcleo del misterio
de su sencillez, Navidad es una sorpresa inesperada. A
través de la experiencia humana vivida por Jesús, con sus
sufrimientos, incomprensiones y muerte, consiguió el propio
Jesús la perfección (2,10), la gloria y el honor (2,9) de
entrar en comunión total con Dios (9,11-12), por la muerte
halló la vida y nos liberó de la angustia de la muerte
(2,9-15). Jesús empieza ya en Belén su inesperada
revelación. El hombre sólo encuentra la verdadera vida en
Dios, el único absoluto; esto comporta asumirlo todo tal
como es. No es rehusando su propia vida o engañándose, sino
asumiéndola como limitada y mortal, como el hombre se
entrega a Dios hallando en él la vida verdadera. Belén es la
recuperación del hombre. El hombre que vive en Dios aprende
a no rehusar su vida humana y a amarlo todo y a todos, tal
como son, excepto el pecado.
3. María es la humanidad que
concibe al Hijo de Dios y lo arraiga en la tierra humana.
Por María, Jesús se ha hecho uno de los nuestros,
convirtiendo la vida humana en el más sublime acto de culto
a Dios como Hijo suyo. Ella ha sido la primera en seguirle,
acogiendo a Dios en la sencillez y generosidad de su vida.
G. MORA
Lectura de la
carta a los Hebreos (2,14-18):
Los hijos de una familia son todos de la
misma carne y sangre, y de nuestra carne y
sangre participó también Jesús; así,
muriendo, aniquiló al que tenía el poder de
la muerte, es decir, al diablo, y liberó a
todos los que por miedo a la muerte pasaban
la vida entera como esclavos.
Notad que tiende una mano a los hijos de
Abrahán, no a los ángeles.
Por eso tenía que parecerse en todo a sus
hermanos, para ser sumo sacerdote compasivo
y fiel en lo que a Dios se refiere, y expiar
así los pecados del pueblo.
Como él ha pasado por la prueba del dolor,
puede auxiliar a los que ahora pasan por
ella.
Palabra
de Dios
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