EL
VERDADERO TEMPLO DE DIOS
Los
evangelistas no han pretendido escribir una biografía
de Jesús y, en general, no están interesados por la
cronología, sino por el mensaje de Jesús. Esto explica
las diferencias que observamos incluso entre los
evangelios sinópticos y, sobre todo, entre éstos y el
evangelio de Juan. Por ejemplo, en este caso, los sinópticos
sitúan el relato sobre la expulsión de los mercaderes
del templo al final de la vida pública de Jesús; en
cambio, Juan al principio. Sabido es que el cuarto
evangelio tiene una estructura determinada por razones
teológicas; por lo tanto habrá que suponer una intención
en el hecho de que Juan nos hable de la purificación
del templo ya al principio de su relato. Juan presenta a
Jesús enfrentado a la religión oficial y opone
constantemente la fe de los discípulos de Jesús a la
incredulidad de los judíos. La expulsión de los
mercaderes del templo es un ataque profético de Jesús
a los señores del templo, es un gesto que preludia una
lucha persistente en la que perdería la vida; pero es
también el anuncio de la destrucción de ese templo
como réplica divina a la incredulidad de los judíos
que no conocieron su hora y no recibieron al Mesías que
les había sido prometido.
Una
vez Jesús resucite de entre los muertos, él mismo será
en adelante el verdadero templo de Dios. Teniendo en
cuenta esta perspectiva, Juan prefiere situar el suceso
al principio de la vida pública.
La
multitud de sacrificios que se ofrecían diariamente en
el templo y la necesidad de cambiar la moneda corriente,
la romana, por otra moneda especial, el siclo, a fin de
satisfacer el tributo religioso al que estaban obligados
los israelitas mayores de veinte años (Ex 30. 11; Mt
17. 24-27), hace comprensible que vendedores de animales
y cambistas se instalaran en el llamado atrio de los
gentiles. El permiso requerido para instalarse en el
templo proporcionaba a los concesionarios, entre los
cuales se contaba la familia del sumo sacerdote Anás,
pingües beneficios.
Estos
usos y estos abusos habían convertido el templo de Dios
en un mercado. Estos judíos que intervienen de pronto y
piden explicaciones a Jesús son probablemente los
guardianes del templo. Sabemos que existía un cuerpo
policial, formado por levitas, que estaban encargados
del orden y la custodia del templo. Ellos son, pues, los
que interrogan a Jesús.
Llama
la atención que estos policías no le acusen de
inmediato de alterar el orden y que, en cambio, le pidan
un milagro, una señal, que demuestre su autoridad para
hacer lo que hace en el templo. Piensan que sólo un
milagro puede justificar su acción.
Tal
modo de pensar es característico de la mentalidad judía
(cf.3. 2; 4. 48; 6. 14 y 30; 9. 16; 11. 47; Mt 12. 38;
16. 1; Mc 8.11; Lc 11. 6), que Pablo distingue
claramente de la mentalidad de los griegos que se
atienen a la razón y buscan la sabiduría humana. Jesús
replica con unas palabras que evidentemente, en aquella
situación podían interpretarse como una amenaza al
templo.
Los
guardianes del templo tomaron buena nota de las palabras
de Jesús y, más tarde, lo acusarían ante los
tribunales de lo que para ellos había sido una amenaza
sacrílega al templo y a lo que el templo significaba (Mt
26. 61; Mc 14. 58). Jesús fue condenado, entre otras
cosas, por su oposición al templo, por su ataque a una
religión oficial establecida, sacralizada y
mercantilizada.
Cuando
Juan escribe su evangelio, lo hace bajo la luz de la
experiencia pascual. Y desde su punto de vista, el punto
de vista de la fe en la resurrección de Jesús,
interpreta las palabras de Jesús refiriéndolas a su
cuerpo muerto y resucitado a los tres días. Si Jesús
es el verdadero templo, se comprende entonces su oposición
a cualquier otro templo, que pretenda situarse como algo
sagrado por encima del hombre. Sí, Jesús es el templo,
el ámbito del encuentro de los hombres con Dios, culto
a Dios en espíritu y en verdad (Jn 4. 23), pues donde
hay dos reunidos en nombre de Jesús, allí está él en
medio de ellos (Mt 18. 20). Si Jesús es el templo, los
que se incorporan a Jesús por la fe forman con él un
mismo templo. La iglesia material no es ya para los
cristianos la "casa de Dios" sino la casa del
pueblo de Dios.
Este
pueblo, reunido en nombre de Cristo, incorporado a la
misión de Cristo, es la verdadera casa de Dios. Pensar
de otra manera sería volver a una concepción religiosa
contra la que Jesús luchó toda su vida.
EUCARISTÍA
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