" REGENERAR NUESTRAS RAÍCES "
Cuántas
veces habremos dicho o nos habrán dicho frases como:
"Dios te ha castigado", "Se lo ha merecido
por ser tan malo"...
Y
es que, con frecuencia, nos permitimos erigirnos en jueces
de la conducta de los demás.
Vamos
por la vida con alforjas: en la bolsa de delante llevamos
los defectos de los demás y en la bolsa de la espalda los
nuestros. Por eso creemos que no tenemos defectos y los
demás están llenos de ellos. No piensan igual los demás,
que los están viendo.
Unos
galileos se habían amotinado en el Templo de Jerusalén y
el procurador romano, Pilato, había mandado la guardia de
la Torre Antonia, cercana al Templo, y acabó con ellos
mezclando su sangre con la de los sacrificios. También
había tenido lugar un accidente: una torre, la de Siloé,
se había derrumbado y murieron 18 personas bajo los
escombros.
Algunos
llegaron a pensar que eran más pecadores que los demás,
porque habían muerto de forma tan trágica.
Jesús
dice que no tiene nada que ver lo de los galileos ni el
accidente de la torre con el castigo por los pecados. El
pecado es algo personal y cada uno dará cuenta de sus
pecados ante Dios.
Un
Dios que no es un castigador; un Dios que es amor y perdón
y que tiene paciencia y espera a que el pecador se
arrepienta y vuelva a Él.
Por
eso, para explicarles la paciencia de Dios, les habló de la
higuera que no daba fruto. Ya llevaba mucho tiempo, tres
años, y la tentación era arrancarla y poner otro árbol
que diera fruto. "Vamos a quitar de en medio al pecador
y poner en su lugar un santo; todo irá mejor".
Pero
el viñador, que representa a Dios, dice al dueño de la
higuera que espere un año más; va a cuidarla con un esmero
especial. Si después no da fruto...
No
busquemos por ahí a los pecadores para quitarlos de en
medio, como a higueras sin fruto. Miremos dentro de nosotros
mismos y nos encontraremos enseguida con uno.
Necesitamos
convertirnos, acercarnos al sacramento del perdón, recibir
los cuidados del Señor y regenerar nuestras raíces.
Siempre es posible dar frutos.
La
Cuaresma es una llamada especial a revivir, a reconciliarnos
con el Señor y los hermanos. Aprovechémosla.
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