ESCAPAR
DE DIOS
Al
Señor tu Dios adorarás...
Escapar
de Dios ha sido siempre la gran tentación de muchos
hombres. Paul Tillich llega a decir que «el hombre que
jamás ha intentado huir de Dios, es el que jamás tuvo
experiencia del Dios que es realmente Dios».
Pero,
en la sociedad moderna, son muchos los que reprimen,
incluso, la pregunta misma sobre Dios y ahogan, de
diversas maneras, todo planteamiento religioso.
Bastantes se han creado «pequeños dioses» que llenan
sus vidas y con quienes conviven con cierta
tranquilidad, aun sin poder ahuyentar del todo una vaga
sensación de insatisfacción y tristeza.
Otros
viven siempre «ocupados», siempre forjando planes,
siempre metidos en preparativos, siempre huyendo de lo más
profundo de sí mismos, evitando con cuidado cualquier
posible encuentro con Dios.
En
el fondo, nos resistimos a que Alguien conozca lo que
somos y lo que hacemos. Intentamos ocultar las
profundidades de nuestra alma a nuestros propios ojos.
No podemos soportar un Dios que sea realmente Dios y nos
sondee hasta los rincones más oscuros de nuestro ser.
Por
eso, son bastantes los que protestan silenciosamente
contra ese Dios, desean que no exista, lo rebajan hasta
el nivel de las cosas dudosas y huyen hacia el ateísmo.
Pero, ¿existe algún refugio último que nos aísle y
«defienda» de Dios? ¿No estamos sostenidos y
contenidos por algo que es mayor que nosotros mismos,
que abarca nuestra vida y nuestra muerte y que está
exigiendo nuestra respuesta?
Por
un tiempo, podremos arrojarlo de nuestra conciencia,
rechazarlo de mil maneras, refutarlo, buscar razones
para convencernos de que no existe, vivir
confortablemente sin él. Pero, ¿escapa uno de Dios sólo
porque trata de olvidarlo? Sin atrevernos a confesarlo públicamente,
¿no seremos los hombres y mujeres de hoy unos «reprimidos
religiosos»?
El
relato de las tentaciones de Jesús nos invita a
hacernos una pregunta decisiva: ¿Cuál es la manera más
humana de enfrentarse a la pregunta sobre Dios? ¿Huir
de él o buscarlo?
Según
Jesús, no se trata de huir de Dios sino de descubrir su
presencia amistosa y el rostro de infinita bondad de un
Dios que no es nuestro rival, sino el fondo mismo de una
fuente creadora de nuestro existir, el destino último
al que tendemos misteriosamente. Muchos de nuestros
contemporáneos saben en lo secreto de su corazón que
necesitan «reconciliarse» con Dios.
JOSE
ANTONIO PAGOLA
(mercaba)
|