REFLEXIONES  

 

 

REFLEXIÓN - 1

"EL NUEVO TEMPLO"

Entre nosotros se acostumbra más decir "voy a la iglesia", "voy a la parroquia a misa", que decir "voy al templo", aunque esta palabra no la olvidamos, pues expresa el lugar de la presencia de Dios, el lugar sagrado.

Pero el templo, la iglesia, la parroquia no agota el lugar de la presencia de Dios.

"Los cielos proclaman la gloria de Dios y el firmamento la obra de sus manos" Así comienza el salmo responsorial, del que hemos proclamado unos versículos.

Nadie puede encerrar a Dios entre cuatro paredes; nadie puede manipularlo con sus teologías y morales; nadie puede apropiárselo como posesión únicamente suya. Quien así lo hiciera merecería que Jesús volviera a hacer el "azote de cordeles" para purificar de nuevo el lugar de su presencia.

El primer Templo, el lugar por excelencia de la presencia de Dios es el Hijo, Jesucristo resucitado.; el Templo que se destruye y en tres días se reedifica.

Y la iglesia, lugar de reunión de los cristianos, es Templo por ser lugar de la presencia del Señor: en el Sagrario, Jesús sacramentado, en la Palabra de Dios que se proclama, en la comunidad de los hermanos reunidos en nombre de Jesús...

Pero la iglesia no agota el templo, el lugar de la presencia de Dios. Cada uno, nos decía San Pablo, somos Templo de Dios y el Espíritu Santo vive en nosotros.

Los pobres, los enfermos, los oprimidos, los que sufren... son templos de Dios, lugar privilegiado de su presencia: "Porque tuve hambre y me diste de comer, porque tuve sed y me diste de beber, porque era forastero..., porque estaba desnudo..., porque estaba enfermo y en la cárcel... Lo que hicisteis  a uno de estos pequeños, me lo hicisteis a mí".

Cuando San Pablo se dirige a los ciudadanos de Atenas les dice: "El Dios que hizo el mundo y todo lo que hay en él, no vive en santuarios fabricados por humanos, pues es el Señor del Cielo y de la tierra"; más adelante nos dirá que todo es un gran templo porque "no está lejos de cada uno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos".

Así pues, podemos decir que estemos donde estemos, estamos en el Templo del Señor, en su presencia. Aceptando que hay muchos templos profanados y muchos convertidos en mercados.

Por lo tanto, qué respeto nos deben merecer todas las personas; cómo hemos de respetar la naturaleza, la obra de la Creación; cómo debemos defender a las personas y a las cosas del abuso y manipulación que se hace de ellas.

En la Eucaristía Jesús, el Señor, se nos da como alimento, nos hace lugar de su presencia, su "Sagrario". Que nuestras obras demuestren que eso es verdad.

 

REFLEXIÓN - 2

EL VERDADERO TEMPLO DE DIOS

Los evangelistas no han pretendido escribir una biografía de Jesús y, en general, no están interesados por la cronología, sino por el mensaje de Jesús. Esto explica las diferencias que observamos incluso entre los evangelios sinópticos y, sobre todo, entre éstos y el evangelio de Juan. Por ejemplo, en este caso, los sinópticos sitúan el relato sobre la expulsión de los mercaderes del templo al final de la vida pública de Jesús; en cambio, Juan al principio. Sabido es que el cuarto evangelio tiene una estructura determinada por razones teológicas; por lo tanto habrá que suponer una intención en el hecho de que Juan nos hable de la purificación del templo ya al principio de su relato. Juan presenta a Jesús enfrentado a la religión oficial y opone constantemente la fe de los discípulos de Jesús a la incredulidad de los judíos. La expulsión de los mercaderes del templo es un ataque profético de Jesús a los señores del templo, es un gesto que preludia una lucha persistente en la que perdería la vida; pero es también el anuncio de la destrucción de ese templo como réplica divina a la incredulidad de los judíos que no conocieron su hora y no recibieron al Mesías que les había sido prometido.

Una vez Jesús resucite de entre los muertos, él mismo será en adelante el verdadero templo de Dios. Teniendo en cuenta esta perspectiva, Juan prefiere situar el suceso al principio de la vida pública.

La multitud de sacrificios que se ofrecían diariamente en el templo y la necesidad de cambiar la moneda corriente, la romana, por otra moneda especial, el siclo, a fin de satisfacer el tributo religioso al que estaban obligados los israelitas mayores de veinte años (Ex 30. 11; Mt 17. 24-27), hace comprensible que vendedores de animales y cambistas se instalaran en el llamado atrio de los gentiles. El permiso requerido para instalarse en el templo proporcionaba a los concesionarios, entre los cuales se contaba la familia del sumo sacerdote Anás, pingües beneficios.

Estos usos y estos abusos habían convertido el templo de Dios en un mercado. Estos judíos que intervienen de pronto y piden explicaciones a Jesús son probablemente los guardianes del templo. Sabemos que existía un cuerpo policial, formado por levitas, que estaban encargados del orden y la custodia del templo. Ellos son, pues, los que interrogan a Jesús.

Llama la atención que estos policías no le acusen de inmediato de alterar el orden y que, en cambio, le pidan un milagro, una señal, que demuestre su autoridad para hacer lo que hace en el templo. Piensan que sólo un milagro puede justificar su acción.

Tal modo de pensar es característico de la mentalidad judía (cf.3. 2; 4. 48; 6. 14 y 30; 9. 16; 11. 47; Mt 12. 38; 16. 1; Mc 8.11; Lc 11. 6), que Pablo distingue claramente de la mentalidad de los griegos que se atienen a la razón y buscan la sabiduría humana. Jesús replica con unas palabras que evidentemente, en aquella situación podían interpretarse como una amenaza al templo.

Los guardianes del templo tomaron buena nota de las palabras de Jesús y, más tarde, lo acusarían ante los tribunales de lo que para ellos había sido una amenaza sacrílega al templo y a lo que el templo significaba (Mt 26. 61; Mc 14. 58). Jesús fue condenado, entre otras cosas, por su oposición al templo, por su ataque a una religión oficial establecida, sacralizada y mercantilizada.

Cuando Juan escribe su evangelio, lo hace bajo la luz de la experiencia pascual. Y desde su punto de vista, el punto de vista de la fe en la resurrección de Jesús, interpreta las palabras de Jesús refiriéndolas a su cuerpo muerto y resucitado a los tres días. Si Jesús es el verdadero templo, se comprende entonces su oposición a cualquier otro templo, que pretenda situarse como algo sagrado por encima del hombre. Sí, Jesús es el templo, el ámbito del encuentro de los hombres con Dios, culto a Dios en espíritu y en verdad (Jn 4. 23), pues donde hay dos reunidos en nombre de Jesús, allí está él en medio de ellos (Mt 18. 20). Si Jesús es el templo, los que se incorporan a Jesús por la fe forman con él un mismo templo. La iglesia material no es ya para los cristianos la "casa de Dios" sino la casa del pueblo de Dios.

Este pueblo, reunido en nombre de Cristo, incorporado a la misión de Cristo, es la verdadera casa de Dios. Pensar de otra manera sería volver a una concepción religiosa contra la que Jesús luchó toda su vida.

EUCARISTÍA

 

REFLEXIÓN - 3

COMERCIAR CON DIOS

¿Cómo es posible, nos podemos preguntar, que Jesús actuase de la manera como lo hizo? ¿No habló él del amor al prójimo, de tratarnos como hermanos? ¿Cómo, entonces, actuó tan violentamente? Son algunas de las preguntas que nos podemos hacer después de leer el relato de la expulsión de los mercaderes del Templo. Sin embargo, la pregunta debería ser otra... ¿qué es lo que hicieron los mercaderes para que Jesús se comportase como lo hizo? Porque este es el problema... Es el problema de aquellas personas y, quien sabe, también nuestro.

El problema estaba, en primer lugar, en aquellas personas -cambista de dinero y vendedores de animales- que aprovechaban el culto a Dios para enriquecerse a sí mismo. Tal vez Jesús, contra lo que reacciona, es contra ese comercio hecho a la sombra de Dios; contra ese comercio que favorecía un culto que invitaba más a los sacrificios, ofrendas... que a la conversión del corazón.

Cuentan que una vez estaba Dios jugando al escondite con el hombre y éste siempre le ganaba, así que se puso a pensar en dónde se podría esconder para que no le descubriese. Pero no encontraba un lugar que le convenciese del todo.

Pensando estaba cuando pasó por allí cerca el demonio. Entonces, Dios pensó: "¡Esta es la mía! ¡Seguro que él me dice dónde tengo que esconderme para que no me encuentre el hombre!" Así fue como se dirigió al demonio y éste, después de pensar durante unos segundos le dijo: "Escóndete en el corazón de cada persona. Seguro que es el último lugar donde se les ocurre ir a buscarte"

Es posible, quien sabe, que muchas personas de aquel tiempo buscasen a Dios en todos los sitios menos dentro de su corazón; es posible que muchos se preocupasen por el cumplimiento de ritos externos y no pusiesen el mismo esmero por convertir su corazón... Pero también es posible que hoy en día muchos de los que nos llamamos creyentes sigamos viviendo una fe que no se plantea la conversión profunda del corazón; una fe donde el "comercio" con Dios sigue presente.

Son muchos los detalles que nos hablan de este "comercio religioso": ofrecer algo a Dios a cambio de que me conceda lo que le pido y enfadarme con él si no accede; hacerle promesas si consiente a nuestras peticiones con la idea de que, tal vez, ofreciéndole algo a cambio le será más difícil decirme que no; cumplir religiosamente con el fin de que luego Dios me premie con una buena vida...

Dice Dios por medio del profeta: "Misericordia quiero y no sacrificios". Dios, pro encima de todo quiere un corazón nuevo, un corazón humano, un corazón de carne y no de piedra. Y, cómo no, un corazón que se mueva no por intereses "religiosos", sino desde el amor desinteresado a Dios y a las personas.

(Agustinos)