REFLEXIONES  

 

 

REFLEXIÓN - 1

"REFLEJANDO LA LUZ"

No nos gusta caminar de noche por lugares solitarios que no conocemos.

Ahora, de día y de noche, pero en otras épocas la noche era el momento del delito, del pecado, de los comportamientos oscuros.

Qué diferentes el mundo de la noche y el mundo del día; qué diferente forma de comportarse la de aquel que tiene algo que esconder y la de aquel que va con limpieza de miras, transparencia y sinceridad.

El pecado es la zona oscura, la noche, el camino tortuoso que lleva al abismo.

Vivir, instalarse en el pecado, es meterse en el fondo de la cueva, donde no entra ni la luz ni el aire.

Optar por el pecado es enterrarse en vida.

En medio de la zona oscura, de la noche, cuando estamos al borde del abismo, en el fondo de la cueva, en nuestra tumba de pecado, escuchamos las palabras de San Pablo: "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo, nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él" (segunda lectura). Y esto, porque así lo ha querido, no por nuestros méritos; "pura gracia".

Cristo, elevado en la cruz, se convierte en vida para todos los que le miran, para los que creen.

Dios no quiere la muerte del pecador, sino que se convierta y viva.

Cristo elevado en la cruz, es faro de luz que orienta al que camina en la oscuridad; hace que el barco de nuestra vida no encalle ni vaya a estrellarse contra las rocas.

Cristo, muerto y resucitado por nuestra salvación, se ha metido al fondo de la cueva para invitarnos a salir a la luz, a respirar el aire fresco de una vida nueva.

Este es el gran misterio del amor de Dios.

"Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna" (Evangelio de hoy).

Pero la salvación se realiza y se ofrece, no se impone. Y, así, siempre habrá quienes prefieran las tinieblas, la oscuridad, el fondo de cueva, a la luz; los que no desanden los caminos del mal para tomar los del bien.

No olvidemos aquellas palabras de Jesús: "Vosotros sois la luz del mundo" (Mt 5, 14a). Y seremos luz si Él, fuente de la luz, está en nosotros.

Y esa luz de Cristo que llevamos, debe iluminar a todos, aun a los que viven en la zona oscura, a los que se han escondido al fondo de la cueva.

"Brille vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras y glorifiquen al Padre que está en los cielos" (Mt 5, 16).

Pidamos en la Eucaristía que sea así.

 

 

REFLEXIÓN - 2

MIRANDO AL CRUCIFICADO

(Dios tiene un proyecto de salvación y de liberación)

“Hermanos: Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amo... nos ha hecho vivir con Cristo". Dios, por Moisés, libró al pueblo de Israel de la esclavitud en Egipto. Dios lo salvó de una muerte segura en el desierto. Jesús, elevado en la cruz, es el signo de que todos estamos llamados a la vida para siempre. Somos obra de Dios. Somos su creación. Creados para hacer de nuestra vida una ofrenda de amor generoso al servicio de los demás. Él nos impulsa a poner los cinco sentidos para trabajar para el bien, la verdad y el perdón. Estamos llamados a seguir el camino de la luz de Jesús, que nos precede. Queremos dejar atrás la oscuridad del pecado, de la indiferencia, del individualismo, de permanecer un la inmediatez de las cosas materiales, de las medias verdades.

Estamos llamados a renovar nuestra vida. Que quede muy clara “la inmensa riqueza de su gracia, su bondad para con nosotros en Cristo Jesús”. Porque, de hecho, nuestra conversión cuaresmal, no será fruto de un esfuerzo moral que venga de nuestras propias fuerzas voluntariosas, sino de la fuerza de Dios. Somos su obra y “salvados por su gracia”.

· (Dios puede mover nuestro espíritu)

Hemos escuchado del libro de las Crónicas, en la primera lectura, cómo “movió el Señor el espíritu de Ciro” para que “le edifique una casa en Jerusalén”. Dios ha ido también moviendo el espíritu de muchas personas, a veces sorprendentemente, para construir el Reino de Dios en medio del mundo. No se trata, evidentemente, de construir paredes monumentales, sino obras de solidaridad y de caridad: marginados, enfermos, sin papeles, encarcelados... víctimas de toda clase de opresiones y de desprecios. Curar y dignificar el cuerpo y el espíritu de las personas.

Dios llama a quien quiere y también nos llama a nosotros. Debemos responder a su llamada como a un don que viene de Dios, para dar testimonio de su amor. Él confía en nosotros, instrumentos suyos, para llevar a Jerusalén, es decir, a la construcción de su Reino, a todos aquellos que se puedan sentir llamados.

· (Ya sentimos el gozo de la Pascua)

Nos vamos acercando a la fiesta de la Pascua, y por esto ya podemos sentir la alegría profunda de la vida nueva, y vislumbrar la claridad de la luz res­plandeciente de Cristo resucitado. El camino del desierto, de las soledades y frustraciones presentes en nuestra vida, no es un laberinto de arenas sin salida. Es el camino hacia el cambio interior, la mirada y conciencia nuevas, el retorno de exilios que nos pueden purificar. Es el camino hacia una nueva calidad de vida, la calidad de vida y del estilo de Jesús.

· (Mirar la cruz de Jesús)

Mirar la cruz de Jesús, contemplarla —también en las diversas manifestaciones artísticas que se han dado a lo largo de la historia del arte— no es sólo un ejercicio piadoso. Miramos, en él, a los crucificados de la tierra, y podemos contemplar, en nosotros, nuestra disposición en la lucha contra el mal y el pecado. Mirar es meditar, es comprender, es compartir. Mirar con fe y amor es como una comunión. Mirar con fe, y desde la fe, significa confianza, agradecimiento y voluntad de entrega.

Mirando la cruz aprendemos generosidad y perdón. Y mirando a Cristo crucificado sabemos también de su victoria, que vence a la serpiente del mal y del pecado. Mirando al Cristo crucificado podemos vivir mejor lo que celebramos en la eucaristía, porque es él mismo quien se nos da, pan partido, sangre vertida, don de amor hasta el final. Pan partido y compartido. Estamos llamados a ser eucaristía para los demás, con la fuerza del Espíritu de Jesús. Que comulgando con Cristo seamos testigos de la inmensa riqueza de su amor.

JOSEP M. FUSA

 

 

 

REFLEXIÓN - 3

EL DIOS FIEL

-La Alianza rota y sus consecuencias. 

No siempre el hombre ha respondido con fidelidad a Dios.

La historia de Israel, como seguramente también la nuestra, es una historia de idas y vueltas, de pecado y de conversión. Hoy hemos escuchado en la primera lectura un resumen de esta historia, referente al tiempo del destierro a Babilonia. La infidelidad de Israel, desde los jefes y sacerdotes hasta el pueblo, fue en verdad grande. Aquella Alianza que tan solemnemente habían firmado y prometido cumplir con Moisés a la salida de Egipto, y que recordamos el domingo pasado, estaba ya olvidada. Israel abandonó a su Dios y se hizo otros dioses más cómodos. No hizo caso de los avisos que se le enviaron: por ejemplo, del profeta Jeremías, que en este tiempo de desastre intentó convencer al pueblo de su insensatez.

Y vino lo que tenía que venir: el destierro a Babilonia. Los ejércitos invasores destruyeron el Templo, incendiaron la ciudad, saquearon todo lo que pudieron y llevaron al destierro a los habitantes. El autor de esta crónica interpreta todo como consecuencia del pecado: ha sido el mismo pueblo el que al alejarse de la Alianza con Dios se ha precipitado en la ruina en todos los sentidos.

Fue una experiencia muy amarga. No es extraño que en el salmo que hemos cantado encontremos acentos de tristeza: "Junto a los canales de Babilonia nos sentamos a llorar".

-Pero triunfa el amor y el perdón de Dios

Pero en la misma lectura hemos escuchado la otra cara de la historia. A los sesenta años del destierro, Dios movió el corazón del rey Ciro y éste permitió a los israelitas volver a Jerusalén para reedificar su nación y su Templo. No se consumó la destrucción del pueblo elegido de Dios, ni de su religión. Dios superaba, una vez más, con su amor y su perdón, la realidad del pecado.

Es una historia que no nos resulta extraña. ¿No es algo que nos pasa a la humanidad, a la Iglesia, a cada uno de nosotros: una historia de destierros y regresos, de pecado y de perdón? En la noche de la Vigilia Pascual recordaremos en las lecturas los momentos cruciales de la historia de Israel, porque también para nosotros, la comunidad cristiana, nos resulta como un espejo su experiencia.

El amor de Dios supera siempre nuestro mal. Esto es también lo que hemos escuchado decir a san Pablo: "Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, estando nosotros muertos por los pecados, nos ha hecho vivir con Cristo... Así muestra en todos los tiempos la inmensa riqueza de su gracia y de su bondad para con nosotros".

-Reedificar nuestras ruinas

En Cuaresma somos invitados de modo especial a confiar en esta misericordia de Dios y a reconciliarnos con El. Como Israel, se nos presenta el camino para volver del destierro, del pecado, y a renovar en nuestras vidas la Alianza con Dios.

La vuelta para los judíos fue un reto para la reedificación de sus casas, de su ciudad, de su templo, de los valores que habían perdido por toda una generación de exilio en medio de una sociedad pagana.

También para nosotros Cuaresma/Pascua es un reto de reedificación. Cada uno sabrá qué tiene que reedificar. Es una historia personal de pecado y conversión, una historia comunitaria de renovación de fidelidades, una historia social de valores que hemos dejado perder y que la Pascua nos urge a que recuperemos. La consigna que el Papa ha dado a toda la Iglesia, la "Nueva Evangelización", tiene también resonancia para cada uno de nosotros: se trata de reorientar hacia el evangelio de Cristo, o sea, hacia la Alianza Nueva con Dios, los criterios de nuestra vida.

-Mirar a la Cruz de Cristo

A los israelitas en el camino del desierto, en otra época de su historia, hemos escuchado que se les puso delante la imagen de una serpiente, como medicina de sus males. No sabemos cuál era el sentido de esta serpiente.

Pero lo que sí sabemos es que Cristo en la Cruz es para nosotros cátedra de sabiduría, lección magistral para nuestra vida, medicina y remedio para nuestros males. Ahí, en la Cruz de Cristo, es donde entendemos qué significa el amor de Dios y qué respuesta espera de nosotros. Y también de ahí proviene la Luz, que es Cristo, que quiere iluminar nuestra existencia. En la Vigilia Pascual encenderemos la luz del Cirio Pascual que es imagen de Cristo, y nosotros mismos, con cirios más pequeños, iremos recibiendo participación de esa luz. Es todo un símbolo de lo que la Pascua quiere producir en nosotros: que reedifiquemos nuestra vida, que nos dejemos iluminar por Cristo, que renovemos nuestra Alianza, y que vivamos pascualmente, como hijos de la luz. En medio de un mundo en muchos aspectos desorientado, los cristianos reorientamos nuestra vida según la Alianza de Dios en Cristo Jesús.

J. ALDAZABAL  (+)